Los Viteri: la curiosidad mata a los gatos (4.1)

Había transcurrido un mes desde Laura se había marchado a Madrid y todo parecía sonreír a los tres hermanos. En Madrid, Laura y Álvaro estaban preparando a conciencia todo lo relativo a su boda: el restaurante, el fotógrafo, las flores, las alianzas, la orquesta... cuidaron hasta el mínimo detalle para que la boda fuera como tenía que ser, para que fuese perfecta. Y es que Laura, como la mayoría de las chicas, había fantaseado en miles de ocasiones en cómo debía ser ese día.
Mientras, en Alicante, los dos hermanos continuaron con sus idas y venidas habituales: sus días cotidianos de taller y de estudios, la convivencia en la casa donde ahora estaban solos y su rutina habitual. Tan sólo Víctor había roto un poco aquella monotonía tras conocer al carpintero durante la última fiesta, pues sus salidas con aquel muchacho se iban sucediendo cada vez con más frecuenta, algo que Marcos utilizaba para repetir, a modo de burla, que el pequeño se había enamorado hasta lo más hondo de su ser, algo que Víctor no dudaba en negarlo: "Sólo es un amigo" decía. Pero ese simple amigo se convirtió en el único amigo al que veía a diario.
La nueva amistad surgida entre el carpintero y el pequeño de los Viteri supuso algo inaudito para él. La relación que tenía con Marcos se había estrechado gracias a Quique. Y es que la amistad que mantenía el carpintero con el mayor de los hermanos, y ahora la relación que le unía con el pequeño, hizo que se convirtiera en un nexo común entre los dos hermanos. Marcos se mostraba encantado con este nuevo "cuñado" que tenía, aunque jamás hubiera pensado que aquel carpintero pudiera formar parte de la familia.
Laura se enteró del nuevo hallazgo un día después de que tuviera lugar aquella fiesta a la que fueron sus hermanos y desde el primer momento se mostró encantada por el hecho de que el pequeño estuviera con alguien. Bajó a Alicante a las dos semanas después con el único objetivo de saber quien era ese tal Quique al que Víctor veía todos los días. Y es que Laura era demasiado curiosa. Tenía que hacer un interrogatorio en toda regla. Aunque de nada le sirvió. Víctor siguió firme en su postura, insistiendo que en entre ellos no había nada, pese a los comentarios por lo bajo de Marcos afirmando que "Aquí hay otra boda para dentro de un par de años", lo cual llenaba de entusiasmo a la mayor. "Ahora sólo faltas tú por sentar cabeza" le comentó mientras comían todos juntos el día que Laura conoció a Quique.
Pero aquel fin de semana que bajó a ver a sus hermanos, no vio a todo el mundo. Faltó su madre, quien no podía salir de Elche para estar con su hija... La relación entre madre e hija se había deteriorado bastante en el último mes. Raquel aún no había subido a Madrid para ver la casa de Laura, y esto provocaba que ella se enfadase cada vez más a medida que aumentaba la confusión ante dicha actitud.
Marcos intentó mediar entre las dos en varias ocasiones, pero siempre terminaba dando la razón a su madre. Por lo que Laura optaba por ignorarle... Ella decía que si quería verla, que fuera donde ella estaba. De hecho, había jurado que no volvería a pisar la casa de Teodoro hasta que su madre no fuera a Madrid.
— Es que me voy a casar y ella aún no lo sabe porque no se digna a venir a mi casa —comentó a Marcos un día por teléfono—. Como siga así, se enterará el día de antes... y seguro que no vendría alegando que no tiene vestido.
— Sí, sí lo sabe... se lo dije yo —confesó él muy despacio, como si temiera una agresiva reacción que atravesara el auricular del teléfono.
— ¡Marcos! —reprochó defraudada—. Os pedí que no le dijerais nada.
— Joder, Laura... se lo dije para ver si así se dignaba a ir a verte... Lo hice con toda mi buena intención —se justificó.
— Ya... —respondió secamente meditando sobre el asunto y dejando que una leve pausa flotara en el ambiente—. Si no te culpo... Ahora, que si ya lo sabe, peor me lo pones... ¡Sabe que me caso y no me ha llamado para felicitarme!
— Dice que lo normal sería que tú te acercases a casa de Teodoro y se lo dijeras a los dos en persona... Ya la conoces.
— Sí, ya la conozco... Vamos, que tenemos que hacer lo que ella diga por orden del artículo 33. Pues no me da la gana... no, esta vez no —sentenció aguantando la compostura.
Marcos trató de mediar todo lo que podía para que madre e hija recuperasen la buena relación que tuvieron tiempo atrás, pero a cada día que pasaba parecía que la brecha entre ambas se hacía más grande. Encima Víctor daba la razón a Laura, lo cual significaba que no tenía su ayuda para convencer a la mayor para que diese el brazo a torcer. Así que, al final prefirió evadir el tema.
Y todo esto en un mes de la marcha de Laura.
El verano había finalizado por completo y Madrid ya vestía las calles con las hojas caducas de los robles. Laura estaba viviendo su primer otoño en la capital, muy diferente a lo que estaba acostumbrada, pero le parecía que aquel paisaje de la ciudad con el frío otoñal era muy hermoso. Solía coger el metro para ir a su lugar de trabajo y la opinión que se formó el primer día que lo vio, ya era muy distinta. Los músicos que cantaban por los vagones del metro como si de pasacalles se tratasen ya se habían convertido en pesados que pedían dinero, y las caras risueñas de la gente de un sábado por la tarde eran muy diferentes a las caras de sueño de primera hora de la mañana de cualquier día laborable.
Aquella mañana se dirigía al trabajo muy feliz, luciendo un precioso anillo que Álvaro le había comprado por motivo de su compromiso y un nuevo abrigo para refugiarse del frío. Subió a su planta y se colocó su auricular mientras encendía su ordenador para prepararse a trabajar. Lo cierto era que aquel trabajo se había convertido en algo odioso, siempre discutiendo con todo el mundo y alterándose al oír las burradas que algunas personas le decían por hacer su trabajo. Y encima Álvaro seguía insistiendo para que se fuera a trabajar con él a su sucursal. Una oferta cada vez más tentadora, pero ya había establecido amistad con algunas de las chicas y le daba pena. Además, no iba a rendirse tan pronto.
Ya estaba en su puesto preparada para intercambiar improperios con todas las personas a las que llamase cuando las carcajadas de sus dos amigas Marta y Cristina llamaron su atención. Estaban las dos en el puesto de Marta y miraban algo por el ordenador. Pensó: “Estas chicas ya estarán viendo algún video porno” y la curiosidad le llevó a acercarse.
Las miró y luego se fijó en la pantalla. Tenían abierta la aplicación con la que solían trabajar, pero había algo distinto en la pantalla, algo que ella no sabía como se hacía.
— ¿Qué hacéis? ¿Os habéis cargado la aplicación? —preguntó risueña. Marta se giró y respondió con su claro acento madrileño.
— ¡Qué va! Estamos cotilleando un poco a nuestras familias —explicó en un susurro para que nadie escuchase, pero Laura no lo entendió. Arqueó las cejas e insistió—. Hemos puesto la aplicación en modo manual y ya no marca automáticamente, sino que tú eliges a quien llamas.
— Ah… pues, qué bien —contestó desconcertada. No veía la gracia en ello para tener unas risas tan descontroladas.
— Es que es muy fuerte, tía —interrumpió Cristina—. Jamás hubiera pensado que mi primo Alfredo debiera dinero.
— Hemos puesto el apellido de Cristina en la base de datos y ha encontrado a casi toda la familia de su madre dentro de las listas de morosos —explicó Marta—. ¿Te ha dicho que odia a toda esa rama de su familia?
— Van todos de que tienen dinero y tierras, y luego… resulta que son unos muertos de hambre —volvió a interrumpir—. ¡Ay, cuando se lo diga a papá! —pensó en alto y Marta no pudo evitar hacer la mala imitación de niña pija.
— Ahora… vamos a ver cuantos “de la Fuente Esteban” encuentra la base de datos —informó Marta al tiempo que lo escribía y le daba al Intro—. Tres… pero no me suenan de nada.
— ¿Pero es que esta base de datos están todos los morosos de España? Por que yo diría que sólo los que deben recibos a las empresas telefónicas.
— Chica… esta lista la sacan del ASNEF, pero vamos que si sales aquí es porque debes dinero… A ver la integridad de tu familia como está —comentó con diversión—. Vi-te-ri… con ese apellido no debe haber mucha gente —terminó de escribir. Al darle al Intro, la pantalla empezó a cargar para luego mostrar cinco entradas con ese criterio de búsqueda.
— Viteri Salazar, Marcos… ese se apellida igual que tú en todo. ¿Algún hermano? —preguntó con diversión.
— ¡Deja eso! —rechistó.
— Sí es su hermano —aclaró la compañera.
— Y ¿Se puede saber qué debe mi hermano para que esté en esta dichosa lista?
— Pues… un segundito… —movió el cursor y seleccionó la entrada de la ficha de su hermano—. Aquí lo tienes: ciento treinta y ocho coma cero dos céntimos de euro de… Un recibo de Movistar, del mes de marzo de hace dos años… ¡Ole!
— Ah, ya… no me acordaba… Le han llamado muchas veces para que pagase el recibo, pero mi hermano dice que le timaron —excusó sin mucha convicción.
— Quien sabe, lo mismo le he llamado yo y le he mandado a la mierda por no pagar —respondió riendo Marta.
— Pues, tía —volvió a interrumpir Cristina. Siempre que Laura y Marta empezaban hablar, terminaban por olvidarse de la presencia de la amiga pija, y Cristina se vería obligada a interrumpir para recordarles que estaba allí—. Yo que tú le diría que pagase… que por una tontería de éstas te pueden denegar una hipoteca ¿Sabes?
— O sea ¿Sabes? —se burló Marta y las dos chicas rieron mientras Cristina suspiraba resignada.
— Sois unas petardas… las dos.
— Si está bueno, ahora le llamo yo e intento ligar con él —volvió añadir Marta con su peculiar sentido del humor.
Dio marcha atrás para volver a la anterior ventana y continuó recitando la lista de las cinco entradas detectadas por la aplicación de Viteris que debían dinero.
— Teofila Viteri Camarón… tres mil veinticinco euros… de Corporación Dermoestética —leyó Cristina en alto.
— ¡Qué fuerte la pava ésta! Se ha puesto tetas y no quiere pagarlas —bromeó Marta para luego hablar a la pantalla del ordenador como si tuviera enfrente a la señora —¡Pues las tetas, hay que pagarlas para lucirlas con orgullo!
Las tres rompieron a reír de nuevo y luego preguntaron si conocía a la tal Teofila. Pero Laura no conocía a ninguna mujer con ese nombre y menos que se hubiera puesto tetas y no las hubiera pagado.
— A ver el siguiente —se interesó Laura y Marta leyó.
— Restituto Viteri Majón… treinta y tres euros de… la financiación de un ordenador portátil… Majón, Majón: los ordenadores… ¡Hay que pagarlos! Mira que acabar en una lista negra de estas por treinta y tres euros… Que no merece la pena, leñe —decía ella sola intentando imitar el comentario de Marta.
— ¿Le conoces?— preguntó.
Pero aquel nombre y aquel apellido… Claro que le sonaba a Laura, pero ¿Podía ser? ¿Aquella entrada le estaría revelando el teléfono de su padre? Aquel hombre a quien no veía desde hacía más de veinte años.
Laura se detuvo un instante sobre la ficha que le estaba mostrando el ordenador de Marta y se quedó abstraída por sus pensamientos. Esa situación la superaba. Jamás hubiera podido pensar que de un modo tan extraño podría tener acceso a datos relativos de su padre: persona que por otro lado jamás pensó que pudiera contactar de nuevo.
— No… no sé quien es… Yo no conozco a muchos Viteri… Mi familia es muy pequeña —respondió tratando de evadir el tema, con un extraño sentimiento apagando sus ganas de querer saber más.
Si hubiera dependido de Marta, se hubieran quedado toda la mañana mirando apellidos de personas que conocieran, pero Laura había perdido cualquier tipo de interés en seguir con aquellas bromas. Las bromas al final le habían jugado una mala pasada. Así que, intentando que sus dos amigas no se percatasen de su cambio de actitud, se retiró para ponerse en su puesto y seguir trabajando.
Ya no pudo trabajar tranquila, con la mente en blanco y discutiendo por personas que no conocía para obligarles a pagar sus cuentas pendientes. ¿Y si el programa marcaba automáticamente la ficha de aquel señor? Que le diese tono y al descolgar al otro lado de la línea, ella se diese cuenta que iba a hablar con alguien que podía ser su padre.
Pasó toda la mañana de sobresalto en sobresalto, pensando que en cualquier momento le saltaría aquella ficha. Pero no, no le saltó la ficha de ningún Viteri. Apenas consiguió concentrarse y prestó poca atención en las conversaciones telefónicas que mantuvo con la gente a la que le tocaba llamar. En su mente solo había un pensamiento: aquella ficha.
Cuando ya sólo le quedaba media hora para salir, Laura se hartó de no conseguir la concentración necesaria y decidió desactivarse de la aplicación para descansar un poco. Le dolía mucho la cabeza y total, los jefes habían salido a comer. No había nadie que pudiese llamarle la atención por desconectarse antes de la hora Miró a su alrededor y vio a todos sus compañeros que discutían con las personas a las que habían llamado. Algunos lo hacían acaloradamente, como Marta, que parecía que les debían el dinero a ellos mismos. Otros, muchos más prudentes o pasotas, como Cristina, tan sólo se dedicaban a informar que tenían esa deuda pendiente y que debía abonarlo a la mayor brevedad. Y sin saber muy bien por qué, volvió a encender la aplicación y se puso a trastear intentando quitar el modo automático de llamada por el manual. Hasta que al final lo encontró.
Apareció una barra de búsqueda con el criterio a elegir. Seleccionó “Apellidos” y escribió: Viteri… Delante de ella volvieron aparecerse las cinco entradas que había visto a primera hora: Marcos, Teofila, Raimundo, María Josefa y Restituto. Seleccionó la entrada de Restituto y se quedó fijamente mirando aquella información, como si en esa base de datos fuera a encontrar algo que realmente le confirmase que aquel señor era o no su padre. Y sin saber qué le empujaba hacerlo o por qué quería hacerlo, sacó un trozo de papel y apuntó el número de teléfono fijo de aquella ficha. Después, apagó corriendo la aplicación para evitar que Cristina o Marta se dieran cuenta de lo que estaba pasando y esperó los últimos minutos para salir del trabajo. Aquella mañana necesitaba salir de allí más que nunca.

1 comentario:

  1. Yo trabajé un tiempo en una compañía de telefonía móvil y más de una vez me vi tentado a rastrear algún número o cuenta corriente, ya que a los clientes con contrato los teníamos fichados por la libreta de ahorros también, pero el miedo a que me pillaran los jefes era superior a mi. Además luego pensaba en la Ley de Protección de Datos y en la poca gracia que me harría que me lo hiciesen a mí y desistía. Pero al igual que Laura, reconozco que la curiosidad puede ser muy fuerte.

    Saludos

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