Lo que Alejandra no sabía

Fotografia de Pau Roig Cavanilles



Hola, mamá. ¿Te acuerdas de Alejandra? Sí, esa muchacha joven, de piel morena y pelo oscuro que había venido de Argentina a España con su familia y que estaba estudiando en la Universidad Complutense. Se pagaba los estudios cuidando niños. Así la conocimos ¿La recuerdas?

Alejandra era una chica simpática, con ese inconfundible acento tan característico, muy risueña. Era muy inteligente y nos enseñó muchísimas cosas, aunque hoy sólo nos acordemos de aquel momento en el que, jugando, David amenazó con cogerla y ella se ruborizó. Claro, luego nos explicó que, en su país, coger era follar.

Esta muchacha llegó a nuestras vidas en un momento muy complicado. Ella tenía que venir a casa a las ocho de la tarde y se quedaba a dormir durante toda la noche, cuidando de los cuatro niños varones, porque, según explicaste, tú trabajabas en los servicios de limpieza de Metro de Madrid y las jornadas eran nocturnas. Claro, ante este panorama, no tenías a nadie que se quedase con tus niños y de ahí la necesidad de contratar a una niñera.

Lo que Alejandra no sabía era que tú no trabajabas por las noches en ningún sitio. Tú no podías quedarte a dormir en casa porque dormías en otro lado, en la casa de ese borracho, al que luego dejaste por su hermano, y que no quería saber nada de unos hijos que no fuesen los suyos.

Alejandra durmió durante muchos meses en nuestra casa, de domingo a jueves, para así poder garantizar que hubiera algún adulto por la mañana que nos prepararse para ir a la escuela. Ella pensaba que eran los días que trabajabas, pero lo que no sabía era que, si tenía que hacer esa jornada, era para evitar que recibieras otra carta del colegio avisando que tus hijos iban a clase con síntomas de abandono familiar, con la consiguiente amenaza de avisar a los servicios sociales. Antes nos cuidaba mis hermanas, las mayores. Pero claro, ellas eran malas, o eso decías. La mayor se había marchado para vivir una vida llena de libertinaje y la otra se había convertido en tu Satanás. Ya no quería ayudarte. Lo que no nos contaste era que ellas se habían cansado de jugar a ser mayores, y que te habían pedido que te quedases en casa, con tus hijos, para ellas poder ser las adolescentes que aún eran. Y durante muchos meses estuvimos los cuatro solos, sin más control que el que nos prestábamos los unos a los otros… Hasta que recibiste la carta y llamaste a Alejandra.

Ella sabía que teníamos unas hermanas mayores. Le distes unas instrucciones por si ellas aparecían, y eso era algo que no entendía. No obstante, para Alejandra lo importante era cobrar, que tenía que ayudar a su familia y pagarse la carrera. Así que nunca preguntó. Ella; ¡A mandar!

Posiblemente Alejandra no entendía muchos de los avatares de la casa. No entendía cómo me podía estar pegando con mis hermanos pequeños a todas horas, y exigirles el pago de una deuda que ascendía a un millón de pesetas, y que habían contraído conmigo debido a una apuesta. Claro, entonces mis tres años de diferencia eran suficientes cómo para poder ganarles en retos que para ellos eran imposibles, y luego, cuál matón por el patio de recreo, exigirles un tributo como si fuese un canon sobre la paga de veinticinco pesetas. Luego crecieron y, por supuesto que se me quitaron las ganas de seguir exigiendo. Tampoco entendía por qué David no quería hacer los deberes, quién se negaba en rotundo a tocar un libro si no era bajo una amenaza, como tampoco entendía por qué no había día donde Daniel no llorase tras el cristal de la ventana mientras observaba cómo te marchabas y José, en su línea de siempre, le decía que ya te vería mañana, como siempre.

Alejandra no entendía muchas cosas que le contábamos, a pesar de tu insistencia en no decir nada, cómo ese miedo que habitaba en nosotros respecto a la abuela. Repetíamos como loros que ella era mala, “que mamá nos lo había dicho” y le contábamos las aventuras que teníamos que pasar cuando ella, así, sin avisar, se presentaba en la puerta del colegio. Claro, ella no subía a casa. No quería verte… bueno, no queríais veros. Aunque lo cierto era que jamás os hubierais encontrado. Tú sólo venías a las ocho de la tarde, traías la compra, recogías un poco y te marchabas: A tu otra casa, con tu otra familia.

Alejandra nos cuidó durante varios meses. Llegaba a casa, se sentaba con nosotros para ver si teníamos problemas con los deberes del colegio, nos pedía que nos fuésemos a la ducha (Que si no íbamos, nos duchaba ella y nos daba mucha vergüenza), nos daba la cena y después conversaba con nosotros un poco antes de pedirnos que nos fuéramos a la cama. Nos daba dos besos y hasta mañana. Y era muy curioso para mí, porque no guardaba el recuerdo de que tú hicieses este proceso que repetimos durante el tiempo que ella estuvo en casa. Era extraño, me decía a mí mismo.

Ella solía quedarse hasta tarde viendo la televisión y después se iba a la cama, a tu cama, siempre vacía, aunque entonces pasó a ser ocupada por ella. Decías que así, al menos, nadie usaría tus sábanas para fornicar y ya por aquel entonces, que empezaba a convertirme en tu nuevo confidente, supe por qué lo decías… o mejor dicho, por quién. Y aunque Alejandra jamás subió un chico delante de nosotros, diría que una noche, en el silencio donde todo se escucha, cierto ruido de muelles llegó hasta mi habitación. Al despertar no había nadie con ella, pero siempre pensé que Alejandra usó tus sábanas para algo más que dormir. Una extraña usando tu cama… aunque en realidad a ti te daba igual, aquella queja que tanto acuñabas, sólo era tu instrumento para protestar.

El tiempo que estuvo Alejandra con nosotros, no lo recuerdo muy bien. Creo que fueron cinco meses. Hasta que un día le dijiste que te habían cambiado de centro de trabajo y ya no necesitabas a alguien que se quedase por las noches. La liquidaste y ella se marchó. Lo que Alejandra nunca supo fue que, en realidad, habías roto tu relación con el borracho (y ya germinaba la otra, con el hermano), que ya podías volver a tu cama olvidada y que por tanto no necesitabas de sus servicios. Se marchó sin entender muchas cosas, las mismas que aún hoy yo no entiendo… pero claro, ella sólo era la niñera y yo el niño que dejabas en casa.


10 comentarios:

  1. Aquí me es imposible no sentirme identificada en toooddoooooo, hermano es la primera vez que lo cuentas así, tan directo, claro , conciso y rotundo. Real como la vida misma, no???
    Besos corazón, no puedo decir que me haya emocionado, mas bien he recobrado la mala hostia que este tema siempre aflora en mi, en nosotros. te quiero, no lo olvides nunca, porque sus malas artes al final de la historia no consiguieron parte de se propósito. Un beso

    ResponderEliminar
  2. A estas alturas de la película, diría que es absurdo andarnos con medias tintas. Al pan, pan y al vino como locos :p

    No pensaba publicar este relato, lo tenía en mente, pero la información de los últimos días me han traído estos recuerdos, recuerdos que parece que sólo retenemos nosotros y que ella ha olvidado..

    Pues nada, aquí dejo una de las gotas que fueron llenando el vaso... Posiblemente continuaré detallando otras, en esta misma línea, como las piezas perdidas de un puzzle que algunos ya no recuerdan pero que yo tengo muy presente. Besos, hermana. Yo también te quiero ;)

    ResponderEliminar
  3. Sabia por ti Rober, que no habíais tenido buena infancia, y por tu libro deduje algunas cosillas, pero es la primera vez que nos lo cuentas tan directamente, y como te he dicho el relato es demoledor, y más aun sabiendo como sabemos que es algo real. Personalmente, opino que no puedes consentir que tu madre siga actuando por ese camino, y que desde luego haces muy bien en escribir lo que paso, porque así te desahogas y das a conocer lo que realmente sucede, tras esa madre con apariencia de cordero degollado por los hijos

    ResponderEliminar
  4. La verdad,me ha llegado al corazon y creo que si lo has contado es porque era su momento de que te desprendieras de alguna manera,de esos malos recuerdos y me alegro de que seas la persona que eres,pues aunque siempre se necesita la imagen de una madre tu has demostrado ser fuerte y convertirte en un gran escritor que pronto seras,aunque para mi ya lo eres sigue asi.besos de lara.

    ResponderEliminar
  5. Gracias Oscar por el comentario. Puede que por un lado haya escrito esto para poder leerlo en alto y que sonasen en mis oídos. También para desahogarme... Por mucho que uno quiera pasar página, al final el pasado siempre vuelve

    ResponderEliminar
  6. Gracias Lara por tus palabras. Aún queda mucho para ser ese gran escritor, pero ahí ando. Intentándolo que no es poco ejejej

    Respecto a lo otro, si es cierto que esto, más otras cosas, han contribuido a que hoy sea cómo soy. Uno siempre quiere deshacerse de cosas como éstas, aunque es difícil. Aun así, esto ha servido para aprender mucho de la vida. Un beso muy fuerte

    ResponderEliminar
  7. Yo soy la hermana mayor que se fue a buscar libertinaje en la vida. Lo que nadie sabe,que lo que me encontre fue perderme a mi misma en la noche, en el cual un hombre por 30€ podria destruirme como a poco mi persona, mi mente, mi vida durante dos largos años.Y lo que conseguí fue perder 8 años de no volver a ver a mis hermanos,Cuando nos reencontramos ni si quiera te reconocí. Son tantos los recuerdos perdidos las experiencias pasadas que solo me queda en el recuerdo, cuando eramos pequeños, como os cuidada, os regañaba, os cocinaba, os queria. Ojala hubiera sido mas fuerte, no hubiera tenido la depresión tan fuerte por perder a nuestro padre y a mi primer novio de adolescente, Miró atras y me entristeze pensar en todas las lagrimas derramadas por los siete hermanos que somos, por todas las cosas que me he perdido en nuestras vidas, y las que nos seguimos perdiendo. Os quiero a los siete, y ojala todo hubiera sido diferente.

    ResponderEliminar
  8. Zule, cariño, este relato no va sobre las hermanas, si me apuras, ni siquiera trata de la niñera. Y el motivo por el que hubo ocho años de separación, tampoco fue a consecuencia de lo que cada uno de los hermanos hicieramos. Si los pequeños desaparecimos, literalmente como quien dice, fue por una decisión unilateral de éstas a la que nuestra madre tan acostumbrados nos tiene.

    No te culpes de lo que no te corresponde... mantener la familia unida cuando éramos unos crios, era responsabilidad de otra persona. La prueba está que, ya siendo mayores, los que lo hemos querido así, nos hemos vuelto a encontrar. Un beso mazo de fuerte, guapa :) Te quiero.

    ResponderEliminar
  9. Hola Rober soy Tere. Acabo de leer el relato que has escrito y me ha dejado impresionada, no puedo imaginar que haya personas que se llamen así mismo madres, cuando no se comportan como tales, lo que me parece que esas personas son dignas de tenerles pena y no un poco de pena sino una pena muy grande pues no ha sido capaz de apreciar lo que significa la palabra madre. No sabe lo que se ha perdido lo mas bonito que es la infancia de los hijos, Tú sigue siendo como eres lo más importante es tener identidad propia y tú por supuesto que la tienes. Aunque no sea tu madre yo a ti te tengo como un hijo mas creo que lo sabes pero por si no te has dado cuenta yo te lo digo.

    ResponderEliminar
  10. Graciaaaas Tereee. Me ha sorprendido tu visita por estos lares. La verdad es que me ha gustado que leas este relato. Aunque muchas veces los hemos hablado, sé que tras esto habrás entendido muchas cosas de difícil entendimiento.

    La vida se mueve por senderos extraños, pero por suerte en el mío, me he topado contigo.Besos

    ResponderEliminar