No somos inmortales


El pasado fin de semana volví a estar de visita en un hospital. En esta ocasión el enfermo no me tocaba directamente, como está siendo habitual este año, pero no dejaba de tocarme lo suficiente como para tener que ir a verlo y tener otra sesión de éstas. Cuando llegué me encontré con todo tipo de personas que en teoría debería conocer. El tío lejano de no se quién, la hermana de la madre de no se cuántos y demás etcétera… una de esas reuniones improvisadas de familia dónde se suele poner a parir a todo el mundo con la mayor discreción posible. Pues bien, como era de esperar uno de los temas era la jodienda por la que estaba pasando la enferma de turno: la madre de mi suegro.

Estamos hablando de una persona de 81 años, y sin que nadie saque de contexto estas palabras, diría que estamos ante una persona en edad de morirse. No es que le pasase nada para que la mujer no salga adelante. Es más, el diagnóstico se quedó en un susto. Pero entre los comentarios que se vertieron en aquella reunión estaba el tan socorrido: “Si aún es joven para morirse”.

Por favor, que estamos hablando de 81 años ni más ni menos. Vale que un familiar jamás desea perder a alguien a quién quiere, aunque tenga 120 años, pero ese comentario ligado a otros, como cuando falleció el directo de la revista HOLA, hace que se quede flotando en el aire un sentimiento de inmortalidad sobre la humanidad. Parece como si cada vez aceptásemos peor el hecho de que una persona mayor fallezca, y ante la muerte de personas de más de 70 años nos llevamos las manos a la cabeza comparándolo con otros casos de personas que casi sobrepasaron la centena. Hemos vuelto hacer traumático la muerte en personas de avanzada edad, nos negamos cada vez más a aceptar que la muerte llega a todos y que 75 años, pese a quien pese, no es ser joven.

La medicina avanza de un modo extraordinario, la esperanza de vida de nuestros mayores se incrementa y al final todo repercute en ese sentimiento al que hablo. Nos creemos que somos inmortales, que la muerte es algo antinatural y que la medicina es el elixir que nos fortalecerá para impedir que llegue eso que tan seguro está de sí mismo que nos da toda la vida de ventaja. Y cuando nos alcanza o llega a alguien a quién queremos, nos negamos a aceptarlo.

Sé que es duro, pero no somos inmortales. El sentimiento ése es sólo un espejismo que se rompe cuando alguien cercano se nos va y entonces nos quejamos porque aún era demasiado joven. Aún no estaba en edad de irse… Sin embargo, no nos paramos a pesar que ya ciertas edades, aunque haya mucha gente que pueda vivir más, ya son edades mayores y muchas veces alargarlo es sólo vivir de prestado.

1 comentario:

  1. Yo creo que a la idea de la muerte nos cuesta mucho hacernos por más que sepamos que es algo inevitable. Desde luego que debería de tratarse de un balance y si se ha vivido con más o menos plenitud no debería de ser tan traumático para la gente mayor, pero en el fondo los que tienen más miedo a este momento son los que más dependen de esta gente, aunque resulte contradictorio.

    Me acuerdo cuando falleció mi abuela materna que mi madre cayó en una depresión tras haberle dedicado los últimos 2 años a su cuidado, ya que mi abuela padecía un avanzado estado degenarativo que la mantenía casi como un vegetal. Era mayor, tenía más de 90 años y había vivido mucho, con penas y alegrías pero no muy diferentes de otras personas de su generación. Y a pesar de su total dependencia era el estímulo que tenía mi madre, como una especie de "segunda maternidad" después de que sus hijos nos hubiéramos independizado. Y para ella siempre le parecerá que se murió demasiado joven.

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