Los Viteri: that's the way I like it! (3.3)

Al día siguiente ninguno de los dos quería salir de la cama, sino dormir hasta que la resaca desapareciera. Habían dormido muy poco y el alcohol pasaba factura muy pronto en ambos hermanos, lo que hacía que necesitasen gran parte del día para recuperarse. Sin embargo no estuvieron de suerte. La visita inesperada de su madre los obligó a los dos a salir de sus camas para estar con ella.
Fue Víctor el primero quien la oyó entrar. Escuchó el sonido de las llaves en la puerta e imaginó que sería ella. Laura estaba en Madrid, por lo que no había más opciones. Maldijo para sus adentros, se cubrió la cabeza con la almohada y segundos más tarde, según escuchaba el taconeo por la cercanía de su puerta, se reincorporó para ver qué tal estaba. Así, además, aprovecharía para hablar de su hermana con ella.
Tenía muy mal aspecto, bueno, como siempre. Con ropa muy juvenil pero con esa expresión de fatiga, de agotamiento, que siempre arrastraba. Se había puesto a colocar la casa al ver cómo todavía dormían sus dos hijos y por inercia, se puso a fregar la cocina. Y así la encontró Víctor. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.
— Siento haber hecho ruido y haberte despertado —se disculpó ella con torpeza. Su tono de voz delataba que algo sucedía.
— No pasa nada, mamá… ¿Qué tal estás? No tienes buena cara.
— No, no me ocurre nada… que estoy cansada —respondió con un gran suspiro como si estuviera soltando su último aliento.
— ¿Qué tal está Teodoro?
— Ahí anda, con sus cosas… ¿Mucha marcha anoche?
— Bueno, como siempre —evitó entrar en detalles para que la conversación degenerase en otra que no quisiera—. ¿Has llamado a Laura?
— Que me llame ella… Que desde que se ha ido no me ha llamado ni una sola vez. Y sé que a vosotros os llama todos los días… como se nota que ya no me quiere y no le hago falta —respondió afligida, como si tratase de contenerse las lágrimas.
— No digas tonterías —interrumpió. Miró la hora y vio que se trataba de la hora de comer.
Víctor se fue al salón, cogió el teléfono inalámbrico y marcó el número de teléfono de Laura. Esperó a que diera tono y cuando sonó por primera vez, le lanzó el teléfono a su madre.
— Toma… está dando tono… Habla con ella —ordenó con desdén.
Raquel cogió auricular de mala gana mientras dedicó una mirada de reproche a su hijo pequeño, y al cabo de unos segundos, Laura respondió al teléfono. Seguramente pensaba que sería alguno de sus hermanos para contarle las batallas de la noche anterior, pero el tono de voz de la muchacha perdió toda la ilusión al comprobar que quién estaba al otro lado de la línea era su madre.
— Hombre, por fin me llamas… creí que no lo harías —reprochó Laura.
— Pues sí, ya que no me llamas tú, tendré que llamarte yo —respondió a la defensiva. Víctor no entendía por qué su madre estaba teniendo esa actitud con Laura. Parecía como si le hubiera molestado que se hubiese ido a Madrid, que no la apoyase en ese proyecto que había decidido hacer con Álvaro—. ¿Cómo estás?
— Muy bien… A ver cuando vienes por aquí a ver como ha quedado mí casa… Está muy bonita. Marcos y Víctor pueden asegurártelo. Estuvieron aquí la semana pasada.
— Iré en cuanto tenga tiempo…
— Espero que sea cierto… Que quiero comentarte una cosa, pero tiene que ser en persona —le comunicó con el único objetivo de despertar la curiosidad en su madre para que fuera a verla pronto. Pero su madre no respondió—. ¿Y tú, qué tal?
— Pues jodida, como siempre. Me duele todo… se llama hacerse mayor.
Víctor observó la conversación con curiosidad, pero lo cierto fue que no era muy distinta a cualquier otra que hubieran mantenido meses atrás. Todo lo que hablaron tenía que ver con ella, con Raquel, con su madre. No preguntó por la nueva casa, no se interesó por Álvaro y el nuevo trabajo, ni siquiera tuvo interés en saber cómo le iba la vida por Madrid… Pero en fin, así era ella y así debían aceptarlo.
Al término de la conversación, Marcos despertó, despeinado y ojeroso, y en cuanto apareció el mayor de los dos hermanos, Víctor se apresuró a decirle que ya habían hablado las dos. Se lo dijo en un susurro mientras Raquel seguía distraída limpiando la encimera con un trapo húmedo. Sin embargo, Marcos estaba demasiado resacoso como para pensar en esas cosas. Asintió con la cabeza a modo de aprobación y luego se fue a buscar algo de comer.
— ¿Te quedas a comer? —preguntó el mayor de los hijos.
— No. Teodoro me estará esperando. He dejado la comida hecha. Sólo pasaba para ver si necesitabais algo —respondió alicaída.
Una hora después, ya con la cocina más que limpia, Raquel se marchó dejándolos de nuevo solos. No comieron. Marcos se tiró al sofá para seguir durmiendo y Víctor se quedó mirando la tele pero sin prestar atención. No dejaba de pensar en todo este asunto con Laura y su madre. ¿Por qué estaban así? ¿Acaso había pasado algo que él desconocía? Lo cierto era que no había pasado nada. Tan sólo la dejadez de ella por preocuparse por Laura y encima debían disculparlo. Raquel había pasado tantas calamidades a lo largo de su vida que sus hijos se veían incapaces de poder reprocharle algo: ya bastante había hecho durante todos estos años —se quejaba ella refiriéndose a la educación y al tiempo empleado en cada uno de sus hijos— como para que ahora la gente se atreviera a juzgarla. Ahora, con los hijos mayores, podía dedicar tiempo para ella. Sus obligaciones como madre ya habían acabado… pero lo peor de todo era que el tiempo que tenía no se lo dedicaba a si misma, sino a Teodoro.
La extraña forma de vivir de Raquel atormentó gran parte de la tarde a Víctor hasta que el portero de su casa interrumpió su silencio (Marcos seguía dormido en el sofá). Se acercó al telefonillo y cuando contestó, la voz de Quique hizo volar todas las preocupaciones familiares.
— Lo pasamos tan bien anoche que pensé que te gustaría dar una vuelta… —propuso desde el portal—. Te hubiera llamado por teléfono, pero no me diste tu número… Y como sabía donde vivías… pues, ¡Que diablos!
Víctor sonrió, aliviado al ver cómo el carpintero había vuelto y contento por conseguir hacer otra cosa que pasar la tarde pensando en su madre. Le pidió que esperase un minuto, se puso lo primero que encontró y salió de casa dispuesto a… “That’s the way I like it!”

Fin del capítulo 3

1 comentario:

  1. Jeje, es algo que nunca he entendido y algún caso más conozco, ¿cómo puedes pasar una noche fantástica con alguien y no pedirle el número de teléfono?. Y en este caso porque sabe donde vive, pero anda que no hay ejemplos de gente que no se vuelve a reencontrar. A veces incluso, porque con el alcohol, la poca luz o porque vacías los bolsillos y tiras todos los papeles, pierdes un número o lo apuntas mal.

    Hay una página web que es de variedades (compra-venta, alquiler de piso, compartir aficiones, etc) que tiene una sección que se llama "desencuentros" para cuando ocurre eso. En ocasiones te encuentras allí historias muy buenas.

    Saludos

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