Los Viteri: that's the way I like it! (3.2)

Era un local muy grande, más de lo que pudiera parecer desde afuera. Estaba llena de luces de colores que se movía al ritmo de la música, una especie de recopilación de los años 80, 90 y 2000. Y al fondo podían divisar como por todo el lateral del local se erguía una barra inmensa con ocho camareros cubriendo toda la zona. Llena de estanterías repletas de todo tipo de bebidas y en el centro de local había varias tarimas donde la gente se subía a bailar. Ellos habían llegado de los últimos. La fiesta había comenzado hacía dos horas y ya estaba a rebosar, llena de gente bailando y bebiendo… Había muy buen ambiente. Parecía que todo el mundo que estaba allí ya se conocía o esperase hacerlo durante la fiesta. No había grupos de gente en los rincones, sino gente desperdigada por todos los sitios. Era como si todo el mundo estuviera con todos.
Los dos hermanos se miraron y asintieron a modo de aprobación: era una buena fiesta y habían acertado en acercarse. En aquel instante, empezaron a oír varias voces, las de Mariano y Jesús que se les aproximaban con las mejillas encendidas y con una copa cada uno. Los dos gritaban al unísono el nombre de Marcos y al ver que éste no les oía, empezaron a gritar su mote:
— ¡Chispero!
Fue entonces cuando volvió a la mirada y vio a sus dos amigos que se acercaban, posiblemente ya un poco bebidos más de la cuenta. Se dieron un fuerte abrazo y Jesús comenzó a fanfarronear sobre las mujeres que había en la fiesta. Víctor no podía apartar la mirada de aquel muchacho… le parecía muy cómica aquella escena. El hombre de baja estatura y extremadamente delgado, con unos rasgos faciales un poco extraños y tirando a ser un poco feo, vacilando sobre todas las mujeres bellas a las que les “iba a dar un puntazo”. Tras escuchar un poco de fanfarroneo, tuvo que echar la vista atrás para reírse y evitar que el compañero de su hermano se diera cuenta de su forma de mofarse. Pero Mariano sí se dio cuenta de la reacción del hermano pequeño de Marcos y no pudo evitar reírse con él. Jesús paró de hacer su análisis del “ganado” y se quedó a la expectativa intentando entender por qué se reían… pero en realidad le daba igual. Ya se había bebido un par de copas y sabía que no lo lograría entender. No, al menos hasta mañana con la resaca. Marcos también se paró a observar la reacción de su hermano y su amigo, pero tampoco lo entendió y enseguida pensó que tendría que ver con el hecho de que no los había presentado.
— Ahí va, perdona Víctor; no os he presentado… —exclamó—. Bueno, a Mariano ya le conoces —dijo mientras su hermano asentía y le estrechaba la mano—, y éste otro muchacho que no deja de hablar se llama Jesús. También trabaja en el taller.
— Hola —respondió Víctor y cuando fue a estrecharle la mano, Jesús le cogió y le dio dos besos para su sorpresa.
— Mucho gusto tío… Para mí, los hermanos de éste son mis hermanos ¿Sabes? —le comentó con la lengua un poco atropellada mientras los tres le miraban intentando disimular sus sonrisas—. Bueno ¡Esa fiesta! ¡Que no de caiga, me cago en la leche! —vociferó para volver a perderse entre la multitud.
Los tres rieron con tranquilidad cuando Jesús se marchó hacia la pista de baile tratando de bailar con dos chicas que estaban coqueteando con unos muchachos. Les estropeó los planes a las chicas. Mientras, Mariano invitó a pasar a los dos hermanos y acercarse a la barra para tomar algo. Los dos accedieron imaginando la cantidad de anécdotas que les quedarían después de aquella fiesta.
— ¿Se puede saber por qué me ha dado dos besos? —preguntó Víctor extrañado mientras seguían a Mariano.
— Es un tío un poco raro… No se lo tengas en cuenta —respondió sin saber que decir.
— No hace falta que lo jures.
Cuando llegaron a la barra, Mariano empezó hacer miles de gestos para intentar llamar la atención de dos camareros que estaban hablando entre ellos mientras 9gnoraban al personal que había en la barra, hasta que al final uno de los dos le vio y se dirigió hacia ellos. Mariano repitió su Whisky con cola. Marcos pidió un vodka con limón y Víctor se pasó a los licores de manzana para retrasar una borrachera temprana.
Y mientras bebían, Marcos preguntó a su amigo si había descubierto quién era el que daba la fiesta. Y lo tenían ahí enfrente. Un hombre de unos treinta y tantos años, borracho perdido y bailando encima de la tarima llamando la atención de todos los asistentes. Bailaba a espasmos, seguramente porque ya había perdido el control de su cuerpo, y se iba quitando poco a poco todas sus prendas mientras la gente le animaba a seguir bailando dando fuerte palmadas.
— Por favor, dime que eso no lo ha hecho el alcohol —comentó Víctor a Mariano con una expresión divertida. Jamás había visto a alguien bailar de ese modo.
— No lo sé… puede que haya drogas que no haya visto —contestó él.
El anfitrión de la fiesta bajó de la tarima al acabar el tema que estaba sonando, el mítico Rock Dj de Robbie Williams, y con el inicio de los conocidos temas de Evanescence, un grupo de chicas se subieron para provocar a los muchachos que había en el centro de la pista de baile.
Víctor, quién aún no había traspasado su faceta de chico tímido al chico desinhibido de dos copas después, observaba a la gente que bailaba con un leve contoneo de su cuerpo al son de la música mientras Mariano ponía al día a Marcos de todo cuando había sucedido en las dos primeras horas de la fiesta.
Entre la multitud de personas que bailaban con frenesí, unas chicas empezaron hacer ademanes a los muchachos para que se aproximasen a ellas y Mariano no tardó en verlas animando a los hermanos a seguirle en la caza.
— Vamos a ir para allá con aquellas chicas, ¿Vienes? —informó Marcos a Víctor.
— No me seáis gárrulos… si lo único que quieren es que les paguéis las copas ¿No os dais cuenta? —frustró a los chicos.
— Bueno, lo mismo tienes razón —respondió dubitativo Mariano—. Pero puede que cuando estén borrachas se dejen meter mano —y los dos soltaron una sonora carcajada mientras Víctor hacía un ademán de resignación.
— ¿Vienes? —insistió Marcos
— No, déjalo —rechazó él—. Id vosotros y ale, suerte y al toro —respondió divertido.
Mariano enganchó a Marcos y se lo llevó hacia el otro lado de la pista donde estaban estas chicas dejando a Víctor solo en la barra observando a los bailarines.
Se acabó la bebida de su copa y se giró a la barra para pedir que se la rellenasen, pero el camarero volvió a tardar un poco en hacerle caso. Y con la segunda copa de licor de melocotón, Víctor perdió la noción del tiempo pensando en lo distinta que era aquella situación a cualquier otra vivida meses atrás. Marcos siempre solía desaparecer tras los pasos de la primera chica que le dedicaba un par de caídas de ojos, pero Laura solía quedarse con él. Y más cuando salían juntos sin los amigos de cada uno… Pero Laura estaba en Madrid, no en aquella fiesta. Estaba con su prometido, en su casa y él estaba allí, en esa fiesta con gente a la que no conocía.
— Necesito otra copa —se dijo consciente que su timidez le jugaría una mala pasada aquella noche. Tenía que librarse de ella.
Víctor no era un chico que bebiera mucho. De hecho, cuando salía no solía beber para perder la timidez. Cuando salía con sus amistades, la confianza que tenía con ellos hacía que no le fuese necesario para estar a gusto. Pero aquella noche si lo necesitaba. No estaban sus amigos y tampoco estaba Laura. Y Marcos, con quien había venido, estaba ligando.
Dio un gran trago a su copa de licor y volvió a llamar al camarero. Esta vez pidió ron con cola. Y aunque aquello sabía a rayos, sabía que contribuiría a facilitarle el pelotazo.
Los temas de rock duro fueron desapareciendo por un repertorio más comercial. La música inglesa, la favorita de Víctor, fue animando poco a poco al muchacho. Y la voz de miles de grupos unidos para cantar aquella canción que tanto le gustaba “Singing together” empezó a calentar su sangre. Sentía una especie de necesidad imperiosa de subirse a esas tarimas y bailar… pero estaba solo, y no era divertido subir solo. A él le gustaba hacerlo con compañía. Empezó a fantasear que estaba en el centro de la pista, convertido en el rey de la fiesta, hasta que de pronto alguien le saludó.
— Hola —una voz interrumpió sus fantasías de bailar delante de todos—. Tú debes ser el hermano de Marcos ¿No? —le preguntó un muchacho.
Se giró y analizó cada facción de aquel chico que había interrumpido su fantasía en medio de la fiesta. Se trataba de un chico de su misma altura, de pelo castaño, ojos oscuros y una mirada impactante: se había embadurnado en perfume y se debió de cortar debajo de la barbilla al afeitarse antes de salir de casa.
— Si, soy el hermano de Marcos, ¿Y tú? —preguntó con curiosidad. Al menos era de agradecer un poco de conversación.
— Me llamo Quique —respondió invitándole a estrecharle la mano mientras sus miradas se cruzaban con misterio—. Soy cliente del taller donde trabaja Marcos. Él es quien me lo arregla cuando se le escacharra algo… que últimamente es muy a menudo.
— Eso es porque el muy mamón te lo arregla mal para que tengas que seguir dejándote dinero en el taller… A mí me hace lo mismo —bromeó.
— Eso explicaría por qué lo he tenido que llevar a arreglar tres veces en lo que llevamos de mes… —contestó entre risas. Pidió algo al camarero y Víctor continuó dando pequeños sorbos a su copa—. Buena fiesta ¿No?
— Muy buena —respondió por inercia—. Aunque algunas canciones están un poco pasaditas ¿No te parece?
— Bueno, todas ellas son de mi época así que, estoy en mi salsa.
— Joder, pues ¿Qué edad tienes?
— Veintisiete —como Laura pensó Víctor—. ¿A que aparento menos?
— Bueno —respondió sonriente mientras volvía a beber y miraba a la pista de baile que bailaba ahora el antiguo “Over my Shoulder” de “Mike and the Mechanics”
— Qué, ¿Ves algo interesante? —le preguntó mientras el camarero le servía su copa.
— (Si, tú, pero no estás a mi alcance) Que va… sólo miro a la gente como baila —respondió.
— Pues dicen que es más divertido cuando saltas la barrera y eres tú quien baila.
— Lo sé… y en ello estoy. Pero primero hay que decir “adiós” al sentido del ridículo.
— Mira, pues ya somos dos —respondió al tiempo que alzaba su copa e invitaba a Víctor a brindar—. Porque perdamos pronto el sentido del ridículo —chocaron sus copas y bebieron.
Durante un par de canciones los dos permanecieron apoyados en la barra mientras bebían de sus copas sin prácticamente intercambiar palabra. Y al otro lado de la pista, Marcos ya estaba liando a una joven de pelo moreno para que se fuera con el a su coche, donde le aseguraba que lo pasarían muy bien. Pero a la chica le gustaba hacerse la dura y le estaba poniendo las cosas difíciles. Giró la mirada y vio como su hermano estaba al lado del carpintero, los dos bebiendo y mirando a la pista del baile: “¿Qué está pasando aquí?” se preguntó, pero luego siguió con sus intentos de cortejo a la chica morena que sólo bebía coca-cola. Estaba de muy bien ver la moza y tenía que intentarlo.
— ¿En que trabajas? —preguntó Quique para continuar dando conversación. Víctor ya había vuelto a su mundo imaginario donde era el rey de la pista y había olvidado por completo al muchacho.
— Soy arquitecto —contestó dispuesto a empezar a pavonearse.
— ¿Trabajas en un estudio de arquitectura? —preguntó fascinado.
— Si… bueno, ahora estoy buscando trabajo.
— Ah… entonces no eres arquitecto. Sólo te has sacado la carrera de arquitectura —le vaciló.
Víctor se quedó extrañado ante tal contestación. Dejó la copa encima de la barra y medio sonrió.
— ¿Y tú que eres? ¿Fontanero?
— Casi acertaste… Carpintero —respondió orgulloso—. Pero no te piques, que seguro que tarde o temprano trabajas para lo que estudiaste —trató de arreglarlo.
— Un carpintero… Ese es que trabajaba la madera ¿Verdad? Seguro que es fascinante.
— Pues lo cierto es que si… mucho más que estar en las listas del paro —volvió a vacilarle—. ¿Quieres tomar algo? —Víctor miró su copa y se la enseñó para mostrarle que aún le quedaba la mitad. El camarero le volvió a servir y Quique alzó de nuevo la copa—. ¡Por los carpinteros y los arquitectos! —chocaron de nuevo y dieron otro sorbo.
En aquel instante la música de Avril Lavigne empezó a tronar en los altavoces del garito y aquel muchacho sintió la imperativa necesidad de dejar su copa y seguir el ritmo con extraños movimientos de cabeza y caderas. Víctor no pudo frenar sus carcajadas y observaba la forma de bailar de aquel desconocido que le estaba dando conversación.
— ¿Qué pasa? ¿No te animas? —le decía.
— Esos movimientos no son acordes con la velocidad de la canción —le respondió
— ¡Qué más da!— y siguió bailando.
Víctor dio un último sorbo y dejó el resto de su bebida encima de la barra para que el camarero lo recogiera. Se limpió la boca con la muñeca y saltó a la pista de baile para comenzar hacer el tonto acompañando a ese carpintero loco, adentrándose cada vez más al centro de la pista, haciéndose hueco entre la multitud a base de leves empujones casi imperceptibles para la mayoría de la gente. Y ya en el centro de la pista, tres chicas que bailaban sin parar desde hacía un buen rato, se pusieron con los dos haciendo un corrillo.
La música había empezado a fluir por su interior y cada vez sentía la necesidad de bailar allí subido donde el anfitrión se había medio desnudado. Ahora la fantasía de ser el rey de la pista había comenzado a desaparecer para hacerse realidad. Y tras esas chicas, dos chicos más y una chica se sumaron al baile. Marcos no tardó en reparar en su hermano y no pudo evitar llevarse las manos a la cabeza.
— Joder con tu hermano… El amo de la fiesta se ha vuelto —comentó Mariano.
— El problema es ver como acaba —respondió mientras pasaba el brazo por encima del hombro de aquella chica morena.
Y tras la música de la canadiense, el “Relight my Fire” de “Take That” llenó de color a esa pista de baile que lograba compenetrarse bastante bien a pesar del alcohol. Ya se había convertido en el centro de todas las miradas y era consciente de ello. Y es que el pequeño de los Viteri sabía bailar muy bien, el problema era que sólo lo hacía con un par de copas.
Algunas de las chicas que se habían acercado intentaron arrimarse a él, y aunque al principio las agarraba y les seguía un poco el juego, luego las soltaba para seguir bailando a su ritmo. Con quien le apetecía bailar no se atrevía hacerlo… Que corte si le rechazaba… “Necesitaría más alcohol para atreverme hacer eso”. Pero lo cierto era que el carpintero no se cortaba en seguirle el juego.
Hasta que la música del grupo británico dejó paso a una mezcla de música de baile árabe chapurreada en inglés y castellano. Víctor no lo pudo evitar. Aquella canción había sonado durante todo el verano y aunque al principio no le gustó, ahora era oírla y no podía dejar de bailar.
— ¡Toma! —gritó y saltó a la tarima a bailar mientras los demás le acompañaban al ritmo de las palmadas, como momentos antes habían hecho con el anfitrión.
Quique miraba fascinado como Víctor se había metamorfoseado con la música más dos copas. Pero él también estaba bastante desinhibido. Miró a Víctor, luego a su alrededor y se dijo “Quién algo quiere, algo le cuesta”. Cogió un impulso y se subió con él a la tarima para bailar juntos.
Y con ese ritmo étnico y bailable, la sala animaba a los dos muchachos que se movían muy coordinados, cómo si lo tuvieran preparado desde hacía mucho tiempo. Daban media vuelta a la vez, el movimiento de cadera y hasta enseñaron el ombligo a todos en el mismo instante. Todo el mundo aplaudía y al fondo Mariano no podía evitar sorprenderse por ese carisma que los dos desprendían. Marcos, por la contra, estaba empezando a adivinar como acabaría el espectáculo. Víctor había empezado a dar pasos más torpes a medida que se emocionaba.
Las luces que se movían con rapidez, la gente que seguía el movimiento de los dos chicos subidos allí arriba y el alcohol que había ingerido dieron un pequeño mareo a Víctor. “Eh, que te caes” pensó y trató de recuperar el control. Pero llegó la estrofa de nuevo y ambos dieron una vuelta completa, como si fueran Bisbal. “¡Error!” pensó Marcos tapándose la cara con las manos. Media planta de los pies quedó suspendida en el aire y Víctor comenzó a hacer bruscos movimientos para intentar recuperar el equilibrio. Pero era demasiado tarde. Alzó la mano y cogió de la pechera a Quique para evitar caerse desde la tarima, pero lo único que logró fue que se cayeran los dos.
En aquel pequeño instante, toda la gente que estaba concentrada abajo se retiró con presteza y los dos chocaron contra el suelo. Quique encima de Víctor y Víctor contra el suelo. La sala se llenó de risas, y entre las risas también estaban las de Marcos que pensaba para sus adentros “Era inevitable”.
Algunas chicas ayudaron a los muchachos a levantarse mientras otros hacían lo posible por frenar sus ataques de risa. Víctor se volvió a ellos, hizo una reverencia marcando el fin del espectáculo y estalló en miles de carcajadas. Después, los dos muchachos se retiraron de la pista de baile y volvieron a la barra para tratar de serenarse un poco.
Llegaron a la barra y el camarero les sirvió un refresco: basta de alcohol por hoy, se dijeron. Pero un poco más tarde, el bar les invitó a un chupito de tequila. En aquel instante, desde el centro de la pista, todos gritaron al unísono:
— That’s the way I like it!
Los dos muchachos se volvieron y miraron a la gente que se sumía de nuevo a la música y les dio pena no poder unirse a ellos. Aquella canción les encantaba a los dos, pero después del golpe no tenían fuerzas para seguir.
— Siento haberte tirado al suelo… Ha sido bochornoso —se disculpó Víctor.
— Da igual… me lo he pasado en grande cayendo sobre ti —contestó mientras Víctor movía los hombros intentando calmar el dolor que sentía—. ¿Te has hecho daño?
— Creo que me ha crujido la espalda entera —confesó… Habían sido muchos golpes ya.
— Déjame que eche un vistazo.
Se levantó del taburete y posó sus manos sobre la espalda de Víctor intentando colocar todos los músculos de los hombros en su lugar. Pero el muchacho estaba lleno de contracturas y más que un agradable masaje, aquello supuso ser algo más doloroso que otra cosa.
— ¡Cabronazo! ¡Qué me estás destrozando!— se quejó mientras Quique se mordía los labio intentando hacer fuerza para colocar todo en su sitio.
— Aguanta un poco más —pero Víctor no aguantaba y trató de deshacerse de las manos del carpintero—. ¡Ya está! Mueve los hombros ahora.
Víctor le miró como si quisiera acusarle de asesinato pero luego movió los hombros y vio como el dolor había desaparecido. Dos segundos después, la sala de baile volvía a gritar: “That’s the way I like it!”
— No me duele —informó y el muchacho sonrió en señal de victoria
— Estas manitas que Dios me ha dado.
— Manitas de carpintero —puntualizó.
— Si, de carpintero —volvió a decir con orgullo, pero sin levantar su mano del hombro que acababa de reparar. (Everybody now… I like it!)
Víctor miró de reojo a la mano que tenía apoyada en su hombro y después se volvió la mirada hacia el carpintero.
— Me permites una pregunta —le pidió con picardía—. (That’s the way I like it!)
— Claro. Pregunta (I like it!)
— ¿Estás intentando algo conmigo? —preguntó finalmente haciendo esfuerzos por no reír (Everybody come on)
— Sólo si funciona —reconoció con astucia. Víctor se quedó mirándole fijamente sin torcer la sonrisa—. ¿Y bien? ¿Funciona?
Y la sala volvió a gritar: That’s the way I like it!
Víctor agarró de nuevo su vaso, dio un gran trago y lo dejó de nuevo sobre la barra, mientras se levantaba de su taburete olvidando por completo donde estaba, y seguramente empujado también por el alcohol ingerido. Besó al carpintero bajo la mirada de los camareros quienes llevaban parte de la noche previendo aquel instante y Quique respondió a ese beso con otro durante el resto de aquella canción, dónde los dos se dejaron abandonar a sus deseos: I like it!
Jesús no tardó en aparecer en el otro lado de la pista para decir a Marcos lo que estaba pasando en la barra del bar y cuando el hermano mayor lo vio, sonrió y suspiró: “Por fin.”
Gritó la sala por última vez dando paso a una nueva canción:
— That’s the way I like it!
Pero luego Marcos volvió a lo que realmente le importaba: aquella morena que parecía muy interesada en él aunque luego se hiciera la dura.
Aquella noche, como todas las buenas noches de los hermanos, cada uno volvió por su lado. Marcos volvió en su coche, cuando el sol había salido y Víctor, que abandonó la fiesta un poco antes que él, regresó a casa un poco más tarde cuando Quique le pudo acercar hasta la puerta de su casa.

Continuará...

3 comentarios:

  1. Hola Roberto: ¿eres autor de "Los Víteri"?... o ¿lo escribiste hace años?... disculpa mi osadía, pero con apoyos en que mutuamente nos valoramos mucho, me atrevo a darte un consejo (a mí me está pasando con relatos escritos hace muchos años y que estoy publicando en estos momentos). No te enfades por mi culpa, por favor: Corrige su gramática.
    Perdóname compañero, me siento mejor por no haberlo silenciado.

    ResponderEliminar
  2. Esta historia la escribí hace tiempo, no es nueva. Ahora, aprovechando la pereza de escribir en verano lo estoy recuperando para el blog, aunque si que es cierto que no lo estoy puliendo. Simplemente modifico las cosas que peor me parecen ahora. De todos modos, gracias por el consejo.

    ResponderEliminar
  3. Roberto, por favor, no hagas tan dilatados los episodios porque ya tengo bastante con las series de televisión que emiten un capítulo cada semana jejeje. Pero si andas liado lo entiendo, primero es el trabajo.Mientras no pongas publicidad intercalada te lo perdono ;P

    Buf, mi imaginación ya vuela imaginando como serían Quique y Víctor en carne y hueso. Ains, que pena que nunca me haya ocurrido una historia de ese tipo en una fiesta.

    P.D: el jaleo de ayer espero que lo hayas sobrellevado de la mejor manera posible. Esto sólo ocurre muy muy pero muy esporádicamente. ¡¡¡¡Que somos campeones del mundo¡¡¡¡¡

    Saludos

    ResponderEliminar