Vivencias en Vanadiel: no somos nadie sin los demás



FFXI es un juego en equipo, cualquier que lo haya probado sabe a qué me refiero. No es como otros juegos online, dónde la necesidad de juntarte con otros es meramente anecdótica o simplemente es algo voluntario. No, aquí no te queda más remedio que entablar lazos con otros jugadores, porque necesitas de ellos, porque solo no vas a ningún lado. Tal vez lo podríamos resumir en la siguiente frase: “No somos nadie sin los demás”
Tal vez fue una de las primeras conclusiones a las que llegué cuando empecé a jugar. Estaba acostumbrado a títulos dónde todo dependía de mí y mi habilidad a la hora de avanzar, y de pronto me encontré con este título dónde nada parecía posible si no lo hacía con más gente. Y era algo que me preocupaba. Mi bajo nivel de inglés era una lacra a la hora de entenderme con el resto y aún conocía a pocos españoles con los que jugar. Esto hizo que las primeras semanas vagara en solitario por las calles de Vanadiel, sin más quehaceres que aquéllos que podía hacer solo.
Sin embargo no podía continuar así. No. tenía que armarme de valor y conocer la verdadera esencia de los juegos online, dar el paso definitivo, el salto, por así decirlo. Así, y animado por dos jugadores españoles, me puse rumbo al área del juego dónde todos los usuarios se daban cita para subir de nivel 10 al 20. Valkurn dunes, o más conocido como Valkurn Noobs, porque era ahí dónde todos los novatos empezaban a aprender. Lo malo era que yo tenía un largo camino. Estaba en la ciudad más alejada de este área, obligándome a tomar un barco incluso para poder llegar.
Salir del primer mapa no era complicado. Ya me había recorrido todos los puntos del este de Sarutabaruta, y podía vermerlas con cualquier enemigo que apareciera en mi camino. Pero la cosa se complicaba en las dos zonas restantes antes de llegar al pequeño pueblo dónde debía tomar el barco. Aun así estaba confiado. Conmigo iban dos muchachos más, no recuerdo muy bien sus nombres, aunque recuerdo que el de uno de ellos era una variación del nombre de Auron (Del ffx) –algo muy típico en el juego. Me encontraría a muchos usuarios que deformarían sus nombres en función del de un personaje ya existente Tidux, Yunas, Cloudxx-. El camino lo hicimos con bastante rapidez, bordeando las montañas, pegados para evitar que nos viera cualquier enemigo que, según el juego, ya era increíblemente fuerte. Nos encontramos con goblins –simpáticos bichos verdes con mochilas adosadas a sus espaldas-, esqueletos y fantasmas pero por suerte logramos llegar sanos y salvos. Y es que morir hubiera sido horrible para cualquier de nosotros. Con nuestros niveles 10, ninguno hubiera podido socorrer al compañero muerto.
Llegamos a Mhaura, un pueblo de pescadores, dónde tomamos un barco que nos llevaría hasta otro pueblo igual de pequeño, Selbina, con tan mala suerte que fuimos atacados por piratas durante el trayecto. Yo ya había oído hablar de estos espontáneos que de vez en cuando aparecían por los mares, así que me quedé en un lugar seguro. Pero uno de mis compañeros salió a la cubierta para ver cómo el barco navegaba, cuando fue asaltado. Murió, de eso que no quepa la menor duda, y llegamos a Selbina con la misión importante de encontrar a alguien capaz de resucitarlo.
Yo no me corté ni un cacho y me puse a gritar para que alguien acudiera en su ayuda. ¡Qué gracia! Yo no paraba de repetir: “Lázaro, please” y nadie me entendía… Lázaro es la magia típica del FF para resucitar a un amigo caído, pero claro, Lázaro en la versión española. Para el FFXI, la magia se llamaba Raise y evidentemente nadie me entendió. Hasta que el otro compañero vivo dio con la razón a tanta omisión de ayuda.
Encontramos a un inglés que echó la magia para resucitar y el caído se pudo volver a levantar. Aplaudimos y después empezamos a preguntar qué tocaba ahora. Pues ahora tocaba hacer “Party”, hacer equipo con otra gente para ir a matar cosas juntos y subir a la vez, pues no podríamos solos con ningún enemigo de la zona, y volvernos a un área anterior no era ninguna opción. Así que, nos pusimos a la espera de encontrar a un grupo de cinco para poder iniciar nuestra experiencia.
Entonces yo iba de mago rojo, un oficio que mezcla la blanca con la negra sin llegar a especializarse en nada (O así me lo explicaron entonces), con mi equipito de nivel 5, una espadita que pude comprarme tras vender montones de cristales, cuando de repente me salió un mensaje privado

- Party? Do you need it?

Respondí que sí e inmediatamente salí a la zona dónde un montón de usuarios igual de novatos que yo se habían dado cita en las famosas Valkurn Noobs. Andurreamos largo y tendido, pasando por un túnel lleno de murciélagos y nos afincamos en un borde, lo que denominaron el camp, el lugar dónde lucharíamos a salvo de cualquier agresión inesperada.
Uno de los jugadores salió a buscar un enemigo, le atacó con un arco y volvió y yo saqué mi espada y me puse a atizarle. ¡Sacrilegio! Todos los miembros del grupo empezaron a decirme que no atacase, que me echara para atrás… y yo sin entender por qué no podía atacar ¿Acaso no habíamos venido a eso? El enemigo comenzó a golpear a la gente, a quitarles la mitad de la vida y yo intenté apresurarme a curar a todos. Pero no podía con todo. Murió el primero, luego el segundo, el tercero y así fuimos cayendo como chinches.
Nos mató a todos, aunque por suerte hubo quien nos resucitó. Todo esto mientras la gente me reñía y me decía que yo debía curar. Que era mago rojo. Y yo les decía que sí, que los curaría, pero que no daba más de sí. Fue entonces cuando me explicaron qué estrategia se seguía para hacerlo bien y efectivamente yo no debía venirme arriba con el arma. Era el único mago que podía curar, por lo que tenía que guardar cierta distancia y dedicarme exclusivamente a las labores curativas del grupo. Y es que todo ya estaba organizado, todo medido en un baile que debía de ser perfecto para que todos avanzáramos correctamente. Yo no iba a inventar nada y comprendí que las normas se habían fijado estratégicamente que se avanzara en unión con otra gente. Todos dependíamos de los otros. Si alguno hacía algo mal, adiós todo.
La party duró quince minutos. Pronto vimos que la combinación resultante no era la más apropiada. Así que disolvimos el grupo y nos volvimos a poner a la espera… a la larga y aburrida espera.

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