Los Viteri: that's the way I like it! (3.1)

Las casas no cambian de la noche de la mañana, no lo hacen sino la llenas de ladrillos y empiezas a cambiar paredes. Pero, ¿Qué tendrán las personas que cuando faltan si las hacen distintas? Puede que las casas adquieran personalidad en función de las personas que habitan dentro y cuando una de ellas falta, cuando alguien se va, la casa parece ser otra. Eso mismo estaba pensando Marcos mientras observaba su alrededor, sentado en la cocina mientras bebía un vaso de agua.
Había transcurrido dos semanas desde que Laura se había marchado a Madrid y a cada día que pasaba, parecía que quedaban más lejanos aquellos momentos que habían compartido entre aquellas paredes. A esas horas siempre olía a comida, Laura solía cocinar a medio día para todos, pero ya no se respiraban esos aromas de cacerolas calientes. Marcos cocinaba fatal y ahora tenía que esperar a las tres de la tarde a que regresase Víctor para comer algo. Y no es que Víctor cocinase mejor, pero al menos el pequeño se atrevía con las ollas.
Marcos echaba de menos a su hermana, aunque no lo reconociera, pero sabía que ella era muy feliz con Álvaro, en Madrid, y aquello era su pequeño consuelo. Hablaban casi todos los días por teléfono y la semana anterior se había acercado a la capital con Víctor para ver cómo había quedado la casa de su hermana. Aunque ya habían recibido la buena noticia días antes por teléfono. Álvaro le había pedido matrimonio y ella había aceptado, algo que tanto Víctor como Marcos ya se habían imaginado que pasaría. Víctor apostó que tardarían dos semanas mientras que Marcos creía que se comprometerían en un mes. Sin embargo se habían adelantado a todos los pronósticos y en una semana había llegado la propuesta.
Pero sentado en la cocina no pensaba en la boda, sino en lo diferente que parecía todo ahora que Laura se había ido. Estaba con la mirada perdida, completamente abstraído cuando Víctor interrumpió. Llegaba un poco antes de lo que esperaba, y es que hoy había decidido saltarse una hora de un nuevo curso que había empezado de inglés para empresas.

— ¿Qué haces, hermano? —preguntó dándole una palmada en la espalda según pasaba por su lado. Pero Marcos casi ni se inmutó.
— Aquí... esperándote —respondió sin apartar la mirada de ningún lugar.
— Esperando a que viniera para hacerte de comer... tendrás poca vergüenza —recriminó con resignación—. ¿Has hablado con mamá?
— No, hoy no he hablado con ella ¿Por qué? ¿Qué necesitas?
— Cuando la veas dile que llame a Laura sin falta. Está que echa humos porque desde que se fue mamá no la ha llamado.
— Pues que le llame ella, ¿Donde está el problema?
— Pues que las dos son igual de cabezonas y después de que no viniera a despedirse de ella y encima ni la llamase al día siguiente...
— Mamá dice que es ella la que se ha ido, por lo que debe ser ella quien llame.
— Y Laura dice que ya que no tuvo la decencia de venir a despedirse, que menos que la llame para disculparse... Ni siquiera sabe que se van a casar.
— Vaya dos —exclamó Marcos con resignación—. No te preocupes, hablaré con ella en cuanto la vea.
— Yo estoy por darles un par de hostias a las dos, a ver si se les quita la tontería.
Víctor abrió la nevera y miró por encima. Sacó una docena de huevos y un paquete de salchichas.
— Patatas, salchichas y huevos fritos... paso de complicarme la vida —comentó a Marcos, pero él no prestó mucha atención. Aquella era la dieta que llevaban desde que Laura se había ido.
— ¿Qué vas hacer este fin de semana? —le preguntó cambiando de tema.
— Ni idea... de momento estoy sin plan ¿Por qué lo preguntas?
— Porque yo tampoco tengo plan —confesó entre risas—. Si me entero de algo, te lo comento y así hacemos algo juntos.
— Perfecto —respondió Víctor.

Comieron con la televisión puesta y viendo una de las múltiples reposiciones de la serie Friends y poco después, Víctor se echó la siesta y Marcos se volvió para el taller.
El taller era el mejor lugar donde evadirse de sus pensamientos y últimamente dedicaba más horas de las que su jefe estaba dispuesto a pagar. La ausencia de su hermana tan sólo la podía ocupar una cosa: el motor de un coche. Y allí, embadurnado en grasa y con ese olor a llanta quemada, Marcos pasaba las horas como si de segundos se tratasen. Además, allí estaba acompañado de dos de sus mejores amigos: Jesús y Mariano. Los conocía desde que había empezado a trabajar en ese taller y en múltiples de ocasiones habían salido juntos de bares y discotecas. Pero en el trabajo, currando codo con codo, solo habían dos temas de conversación: el motor y las mujeres.

— Lo que necesitamos es una buena hembra que nos quite las penas —vacilaba Jesús mientras se restregaba las manchas de la manga de su uniforme por la frente—. ¡Que llevo todo el verano sin mojar!
— Tú llevas años así, no mientas —bromeaba Mariano.

Los tres reían con cualquier comentario que hacían y a estas alturas de la semana, no podían faltar las latas de cerveza para amenizar la tarde. Marcos estaba abriendo un par de latas, aprovechando que el jefe no estaba. En ese momento entró uno de sus clientes habituales, Quique, un carpintero que siempre se sumaba a la fiesta de los mecánicos. Le saludaron y Mariano tomó nota de los problemas que presentaba el coche del carpintero mientras Jesús y Marcos seguían vacilando de mujeres.

— Anda iros a meterla en caliente y dejar de fanfarronear —les interrumpió el carpintero.
— El problema es que no encontramos mujeres. Parece que se las haya tragado la tierra —respondió Mariano.
— Yo voy mañana a una fiesta de un amigo. Han invitado a bastantes mujeres. ¿Por qué no os venís? Seguro que alguna os hará caso. Si no es a la primera copa, fijo que les pareceréis encantadores a la tercera.
— ¡Fiesta! —gritaron al unísono los dos compañeros.
— Pero mira que sois gañanes —comentó entre risas el carpintero—. Supongo que eso es un sí. Cuento con vosotros ¿No?
— Conmigo no cuentes —respondió Marcos—. Aprovecharé este fin de semana para hacer algo con mi hermano. Nuestra hermana nos ha abandonado y estamos necesitados de apoyo familiar —bromeó.
— Pues que se venga también.
— No hombre, que cuantos más tíos seamos a menos tocamos —fanfarroneó Jesús.
— Pero si al hermano de éste no le gustan las mujeres. No está en nuestra liga — puntualizó Mariano quien conocía a Víctor en persona.
— Ah bueno, en ese caso que venga, pero que no se me acerque a mí —bromeó— A ver si se me va a enamorar y…
— Pero ¿Tú te has visto la cara? —interrumpió Marcos con unas sonoras carcajadas— Que no vale con tener polla para que le gustes —y los otros dos prosiguieron llenando el ambiente de grandes risas.

Marcos conocía perfectamente a Jesús y no dio importancia a las bromas que pudiera gastar sobre su hermano. Sabía que no iba con maldad, que simplemente él era así de gañán, pero tampoco era para desperdiciar una oportunidad para meterse con él.

— De todos modos, no sé yo si va a querer ir a una fiesta de carpinteros y mecánicos —respondió él.
— Bueno, tú díselo y si os apetece, pasaros por ahí... Hemos reservado un local para la fiesta y habrá un maromo en la puerta pidiendo acreditaciones. Si vais a venir, avísame para que os dejen entrar.
— Pero ¿Celebráis algo? y ¿Quién lo organiza? —preguntó Mariano.
— El hijo de mi jefe... es un tío muy excéntrico y todo lo que hace parece envuelto en el absurdo, pero os garantizo que os lo pasaréis bien... Hace un mes hizo una fiesta de éstas y aquello fue un auténtico desmadre.
— Bueno, ya te comentaré algo.

A la hora de la cena, Marcos volvía a casa no muy convencido de que su hermano accediera a ir a la fiesta. Víctor estaba más acostumbrado a tratar con otro tipo de gente: aspirantes a médicos, futuros ingenieros, dentistas, periodistas y no con un sector más proletario como mecánicos, carpinteros u obreros. Sin embargo cuando se lo comentó, Víctor se mostró muy interesado en acudir. Era una gran idea para matar el aburrimiento y llevaban mucho tiempo sin correrse una buena juerga. Tal vez era el momento.
Marcos llamó al carpintero y le confirmó la asistencia de los dos, mientras Víctor comenzaba a prepararse para la salida nocturna. Era extraño para ambos. Siempre se habían llevado bien, pero el nexo de unión entre los dos hermanos había sido Laura. Y sin embargo, ahora, estaban los dos juntos planeando una salida sin aquella persona que los había mantenido unidos. Marcos se decía a sí mismo que ahora que Laura no estaba, debía cuidar más la relación que tenía con Víctor, sino correría el riesgo de distanciarse. Le preocupaba más lo que pudiera ocurrir entre ellos de lo que pudiera ocurrir entre Laura y él. La relación con su hermana era muy sólida y ahora la que tenía que cuidar era la suya con su hermano pequeño.
Cuando los dos estuvieron preparados, bajaron de su casa y se fueron hacia el coche del mayor para ir al lugar donde se celebraba aquella fiesta, un antro que estaba casi a las afueras de Alicante. Víctor no dejó de quejarse por lo sórdida que le parecía aquella situación. Decía que era el escenario perfecto para cometer un crimen y que nadie se enterase de lo que había sucedido. Bueno, lo cierto era que cuando a Víctor las cosas no le terminaban de encajar, lo que hacía era quejarse, quejarse hasta la saciedad. Ponía pegas a todo, ridiculizaba las cosas que veía y luego exageraba con sus maquiavélicas hipótesis de película de miedo. Pero lo más extraño de su actitud era que, cuando al fin lograba lo que quería, cuando conseguía que sus hermanos dijeran “Venga, vayámonos antes de que nos maten o algo por el estilo”, era entonces cuando él decía: “No, si solo bromeaba. ¡Vamos!”. Aquella noche Marcos no prestó mucha atención a lo que Víctor decía. Simplemente se reía con los comentarios que escupía.
Llegó desternillado de risa y Víctor con una gran sonrisa llena de picardía, pensando en algún comentario que pudiera añadir para que su hermano terminase llorando. Por una vez, uno de sus hermanos había entendido el motivo de sus estúpidos comentarios, que sólo pretendía arrancar la carcajada fácil y no buscaba la desesperación que en otras tantas ocasiones había logrado.
Aparcó a unos metros de la puerta del local y salieron los dos para dirigirse a la entrada. Había muchos coches a su alrededor y desde fuera se podía oír el jaleo de la música a todo volumen. En la puerta había un gran maromo que impedía la entrada de la gente que no estaba invitada y viéndole desde el coche ya daba miedo.

— Un momento —pidió Marcos a Víctor. El pequeño se volvió y vio cómo su hermano abría un paquete de tabaco y de él sacaba un porro ya liado—. Allí dentro no me dejarán fumar de esto… Espera un poco que le de un par de caladas.
— Como gustes hermano… Aunque eso que fumas es una mierda —le reprendió.
— ¿Quieres fumar un poco?
— Venga, dame un par de caladas —respondió mientras se acercaba a él y se lo arrebataba de las manos.
— Cuando está Laura tú no fumas de esto —comentó a modo de observación, casi riendo.
— Bueno, un día es un día —respondió divertido mientras se lo devolvía y empezaba a quitarse trozos de tabaco que se le habían quedado pegado en los labios—. ¿Entramos?

Marcos dio una fuerte calada a su porro y luego lo apagó para volver a guardarlo dentro del paquete. Y ya preparados los dos, se dirigieron a la entrada donde les esperaba el portero. Les preguntó por el nombre de los dos y acto seguido les dejó pasar.
Avanzaron por un estrecho pasillo muy oscuro hasta que se toparon con una horrible cortina que lo separaba del resto del local. Al correrla contemplaron la fiesta que se les presentaba aquella noche.

Continuará...

1 comentario:

  1. Te voy a hacer como a TVE y prohibirte las pausas.... tiene pinta de que en la fiesta va a pasar algo que tendrá repercusiones para el resto de capítulos (mi imaginación empieza a funcionar).

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