Los Viteri: una casa por descubrir (2.2)

Era extraño ese ambiente… Se notaba que el mar no estaba cerca y el calor que hacía en el centro de la península era muy diferente al de la costa. Ese calor tan seco y cortante que les producía una sensación de angustia. Pero por suerte, el calor ya había remitido en las calles a esas horas dejando una buena temperatura para caminar.
Ninguno de los dos conocía la ciudad, no tenían ni idea de a que lugares podían ir y eran conscientes que todo lo que hicieran ahora, sería determinante para el resto del tiempo que permanecieran en Madrid. Seguramente que entre las primeras cafeterías que conocieran estaría la cafetería que frecuentarían, el lugar por donde darían sus paseos, el centro comercial… Debían elegir bien —pensaban los dos—.
Pero para su primera visita, qué menos que ver el centro. Cogieron el metro que les llevaba hasta la parada de Sol y allí observaron a la gente que entraba y salía de los vagones de un sábado por la tarde-noche. Todo el mundo estaba muy animado: grupos de chavales que se dirigían a algún local donde beberían hasta perder el conocimiento, mujeres mayores ataviadas con sus mejores galas y muy maquilladas para ir al teatro o simplemente para encontrarse con sus amigas, muchas parejas que se comían la boca apoyados a las barras de sujeción del vagón... Había un gran mestizaje que desbordaba de color aquellas imágenes.
Laura se sorprendía con todo, como un niño que camina por primera vez por allí. Cuando el vagón paró en una de las estaciones y subió un joven con el pelo lleno de rastas y se puso a tocar una alegre canción con su armónica, Laura no pudo evitar su sorpresa. El muchacho tocaba bien, muy bien, y su canción la había llenado de energía. Cuando el chaval acabó de tocar, sacó un gorra y la pasó por todos lados para que la gente le diera un par de monedas. Fueron pocos los que le dieron dinero, pero Laura no pudo evitar abrir su monedero y darle dos euros a ese “artista”, como ya le había catalogado, que amenizaba el metro de la ciudad como un auténtico pasacalles.
Llegaron a la parada Sol y bajaron del vagón. Por el camino a la salida de la calle, Laura y Álvaro se toparon con un grupo más de gente que llenaban de música aquella tarde. Chicas con una guitarra, suramericanos con extraños instrumentos que cantaban con alegría canciones típicas de sus tierras y algunos señores que cantaban canciones clásicas del cine americano… Era una fiesta —pensaba— y aunque le hubiera gustado darles dinero a todos por lo bien que lo hacían, lo cierto era que había más gente que monedas en su monedero.
La puerta de Sol le fascinó, aunque siempre había pensado que aquella plaza era más grande. Por televisión al menos parecía el doble a como era en realidad. Caminaron por el retiro, sorprendidos por los grupos de gente extraña que deambulaba y la Gran Vía parecía el escenario de una película de Broadway. Bromearon con Torre España y teorizaron en qué ocurriría si se caían las torres Kio de la plaza de Castilla… Madrid le había sorprendido, le había enamorado. Después de dicho toru, se fueron a casa, no sin antes detenerse en una terraza, dónde pidieron unas cervezas frías. El camarero no tardó en entregarlas acompañadas de una sabrosa tapa de pan con chorizo.

— Pareces fascinada —informó Álvaro.
— Es más bonito de lo que la gente dice… no sé. Creí que sería un lugar más frío.
— Tendrías que verlo a primera hora de la mañana, lleno de gente con las legañas pegadas a los ojos… El metro parece el pasillo de un hospital repleto de gente moribunda.
— Pero es que a esas horas la primera moribunda soy yo, así que…
— Me alegro que te guste… Tenía miedo a que no te gustase y te sintieras mal aquí.
— Bueno… es distinto… Pero me gusta… Si, estoy a gusto aquí —comentó sonriente.
— La hija pródiga ha vuelto a su tierra —bromeó.
— ¿Cómo dices?
— Tú eres de Madrid… Si tu madre no se hubiera ido a Alicante, te habrías criado aquí, y ahora dirías cosas como: “ej que” “pos’eso” y “la gusta”.
— Cierto —reconoció sorprendida. Hasta ese momento no se había dado cuenta que ella había nacido en un hospital de aquella ciudad—. Las vueltas que da la vida, ¿No?

Al día siguiente continuaron con sus labores de pintores aficionados, pero ya se lo tomaban con mucha más tranquilidad. La casa estaba desnuda y hasta el día siguiente Laura no iría a elegir mobiliario. Y ya cuando terminaron de pintar, se sentaron los dos y ella comenzó a elegir el color de las cortinas, el tipo de plantas que iba a meter y los muebles que iba a comprar.
Discutieron un buen rato en si coger una televisión normal de toda la vida o una de plasma de cuarenta y dos pulgadas para el centro del salón. Álvaro estaba empecinado en el plasma pero Laura decía que debían ser más prácticos y dejar ese capricho para más adelante.

— ¡Soy director de un banco y que menos que tener un cacho plasma para el salón de mi casa! Además, la puedo conseguir por dos duros.
— Rectifica: eres el director enchufado de una sucursal de un banco, que es muy distinto a lo que has dicho.
— Pero gano más dinero que tú.
— Por que yo aún no trabajo.
— Pues ya está; gano más dinero.
— Que no, que la televisión de plasma para el año que viene —sentenció.

Pero le dio igual. Al día siguiente, Álvaro apareció con una televisión de plasma que su sucursal vendía con cómodos plazos a sus nuevos clientes por domiciliar sus nóminas. Laura no dijo nada, tan sólo se echó a reír, y es que desde el principio sabía que Álvaro cogería la televisión.
A primeras horas de la mañana Laura se fue a comprar cuadros, marcos y plantas en una tienda de chinos que tenía cerca. Hubiera estado mucho más tiempo pero tenía que volver pronto para recibir los muebles que Álvaro había comprado la semana anterior. Y encima, hasta después de comer no llegaron, lo que le hizo perder un tiempo valioso. Dos mesas de cristal para el salón, un sofá nuevo y unas estanterías para colocar libros y discos. El resto de la tarde la aprovechó para seguir vistiendo a la casa. Las cortinas, lámparas y más pijadas dispararon el presupuesto que había fijado el muchacho y aún quedaban las dos habitaciones, los utensilios de cocina, los detalles del servicio y ¡La cama de seiscientos euros! Por suerte ya tenían los electrodomésticos, sino no hubiera podido coger la televisión de plasma.
Ella llenó los marcos de fotos; de su madre, de sus dos hermanos, fotos de ella, de Álvaro… no quería que faltase recuerdos de nadie. Mientras, Álvaro colocaba como podía las nuevas cortinas a juego con el color de las paredes. Las plantas fueron dispuestas estratégicamente para que no quedase ni un solo rincón vacío, algo que aprovechó Álvaro para mofarse de la afición de la muchacha. Le decía que no lo estaba haciendo bien y que la casa tendría un mal Feng-shui. Pero ella hacía como si le ignoraba aunque en realidad estuviera tronchándose de risa.
Aquellos días fueron realmente mágicos para los dos. Se ilusionaban por el mero hecho de ir juntos a comprar o de echar la ropa sucia en el mismo cubo. Discutían por quien era el que ponía la lavadora. “Que si la pongo yo” o “Esta vez me toca a mí”… aunque estaban convencidos que con el paso del tiempo las discusiones por las labores de la casa serían de otro modo. Pero ahora eso daba igual, era su momento.
A mitad de la semana la casa había cambiado de un modo radical. Había perdido todo lo feo que podía tener y parecía que se trataba de una casa nueva aunque la fachada del edificio confesase la verdadera edad. Trajeron la cama, la ya famosa cama de seiscientos euros por la que tanto habían preguntado sus hermanos, y la colocaron en la alcoba poniéndole punto y final a la remodelación de su nuevo hogar.
Estaba todo perfecto, tal y como ella deseaba… Aunque bien es cierto que siempre habría detalles que cambiaría sobre la marcha: cuadros, alguna alfombra, alguna figura bonita o alguna fuente decorativa para el salón…. Aun así, esos detalles ya eran los mínimos, los detalles que siempre se están cambiando.
Álvaro llegó para la hora de la comida. Se acercó a la habitación y se encontró la nueva cama, perfectamente hecha y con Laura encima y desnuda. Se paró en la entrada y sonrió.

— ¿La chica venía con la cama? —bromeó y ella no pudo evitar que se le escapase la risa floja—. Ahora entiendo por qué costaba tan cara —vaciló mientras se aflojaba la corbata.
— Deja de decir memeces y ven para la cama.

Se aproximó con cautela, se sentó a un lado y la besó con suavidad. Ella le rodeó con sus brazos y fue apartando el cuello de la camisa para rozar su piel con sus labios hasta que se estremeció entero… Se amaban, ahora más que nunca, y así se lo demostraron el uno a otro.
Aquel día se saltaron la comida y pasaron directamente a la cena. Se habían pasado toda la tarde encamados perdiendo la noción del tiempo, sin contestar al teléfono siquiera y ya a última hora de la tarde, cuando sus estómagos ya empezaron a rugir pero esta vez de hambre de comida, fue cuando sucedió:

— Te quiero, Laura —confesó el muchacho y ella se sintió muy alagada. Álvaro era un chico muy divertido, bromista y responsable a la vez, pero no solía expresar sus sentimientos. Al menos no de un modo tan directo.
— Yo también te quiero —respondió Laura convencida que si no respondía a un “Te quiero” nunca más escucharía otro.
— Quiero decirte que soy más feliz de lo que nunca creí que lo sería… y lo soy aquí, contigo —aclaró como si se estuviera excusando por decirlo. Ella le escuchaba con toda su atención, embelesada por sus palabras y hechizada por esa mirada tan espectacular de un hombre que confiesa que está enamorado—. Aquí no tengo anillo, pero… ¿Quieres casarte conmigo?

El tiempo se detuvo en lo que era el momento más emocionante de todas sus vidas. Sin dejar de mirarse fijamente a los ojos, sin poder dejar de sonreír y con el corazón latiendo a mil revoluciones por minuto.

— ¿Me estás pidiendo aquí y ahora… que me case contigo? —preguntó incrédula y él asintió con las mejillas encendidas y la frente empapada de sudor.
— Qué me dices —preguntó impaciente.
— Pues… que sí, sí quiero casarme contigo —respondió al tiempo que se echaba encima de él para llenarle de besos.

Evidentemente, la cena tuvo que esperar una hora más.


Continuará...

2 comentarios:

  1. Pues mi primera experiencia en Madrid no me dejó tan buen sabor de boca. No es una ciuda fea, ni mucho menos, pero a diferencia de otras, como Bilbao, no me ha conseguido enamorar. El resto de ocasiones que he ido (todas por ocio) han ido corrigiendo esa indeferencia que sentía, pero claro, en el caso de Laura, todo es muy distinto cuando vas a comenzar una nueva vida en esa ciudad (se trata de una cuestión de actitud).

    No quiero ser un aguafiestas pero a ver si en los próximos capítulos vienen los problemas, porque tanto "pasteleo" me está consumiendo jeje. Hablo desde la envidia de no poder vivir una historia de amor así, no es porque no me gusten las situaciones felices.

    Saludos

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  2. Todo es cuestión de gustos. A mí, personalmente, Madrid capital no me gusta jajaja. Prefiero sitios más tranquilos y el jaleo de las grandes ciudades hace que no disfrute de sus calles.

    En cuanto a los problemas de la historia, haberlos los hay, y muchos. Pero éstos no empiezan hasta el capítulo 3~4. Los primeros fueron para dar una lectura más tranquila a la habitual.

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