Vivencias en Vanadiel: la abeja reina


El otro día lo comentaba con mi hermana y mi cuñada. Los hombres podemos llegar a ser más simples que el mecanismo de un chupete. Así pude comprobarlo cuando me sumergí por primera vez en Vanadiel, ése mundo virtual del que os he hablado en algunas ocasiones.
Mis primeros pasos en esta experiencia fueron bastante difusos en su inicio. Cómo ya comenté, la barrera idiomática fue la primera traba que me encontré, pero la segunda fue la ausencia total de tutoriales que me enseñaran el manejo del juego. No, había que aprender a base de errores y mirar mucho en Internet. La pena era que también estaba toda la información en el idioma de Shakespeare. Tardaría en acostumbrarme, aunque finalmente lo conseguí.
Todo esto fue lo que provocó mi llegada al servidor Ragnarok. Tenía la esperanza que al encontrarme con más españoles, todo fuera mejor. Si en Valefor encontré a un americano que me saldó como pudo las primeras dudas, en Ragnarok debería pasarme lo mismo. Sin embargo no fue así.
Puede que fuera porque los primeros jugadores que conocí ya estaban más experimentados en juegos on-line o a lo mejor porque yo fuera más torpe de lo habitual… fuera como fuese, no encontré nadie capaz de detenerse cinco minutos a decirme cómo demonios se jugaba a ffxi. Sólo encontraba explicaciones vanas o incompletas dónde la gente asumía que entendía a la perfección. Pero no era así y ya, cansado de preguntar mil y una veces, opté por intentar apañármelas con las nociones que iba adquiriendo. Todo esto hizo que fuera más lento que los demás. Tardé más de una semana en subir los niveles que otros hacían en dos días hasta que me atasqué en la primera misión importante.
No había manera de conseguir avanzar, y parecía imposible encontrar el método para acabar la misión que el juego me proponía. Así que opté por dejarlo durante unos días para ver si a la vuelta tenía más suerte. Sin embargo, se me ocurrió una idea.
Con toda mi mala baba me creé un personaje femenino y entré al juego de nuevas, diciendo que era una mujer que quería tener amigos. ¡Oye, lo más eficaz del mundo! No tardé ni cinco minutos en recibir un mensaje privado de un chico que me ofreció unirme a su grupo de amigos. Todos eran muy amables y atentos conmigo, y es que claro, no suele haber muchas mujeres en los MMORPJ. Las que hay, tenemos que cuidarlas. Cada vez que preguntaba algo, alguien me contestaba, si quería ir a una zona peligrosa, cinco chicos se apuntaban… ¡Hasta me daban dinero cuando les decía que no tenía para comprar equipo!
Aquel personaje femenino se convirtió en mi tutorial particular para aprender a jugar. La buenas palabras, los gestos sorprendentes de algunos usuarios (Y es que, madre mía cuanto Arturo Fernández aún queda por el mundo) se fueron convirtiendo en mi balsa de aceite, en mi camino de rosas. Ahora, la pregunta llegó pronto ¿Hasta cuando mantendría el embuste?
No había intención de permanecer mucho tiempo en el rol de una chica de veinte años que jugaba al ffxi (Jamás la describí, aunque todos se morían por saber cómo era). Mi intención era recapitular las primeras lecciones y regresar a mi personaje principal, aquél que estaba anclado en el nivel 18 del mago rojo. No obstante me vi en la tesitura de abandonar a la muchacha antes, cuando varios compañeros empezaron a pedirme mi e-mail ¡Y yo jamás entré en ningún juego ni tonteo! Pero a ellos les dio igual. Querían saber a toda costa más de mí, o mejor dicho de aquella chica que jugaba con ellos. Cómo si fuera un grupo de científicos que quiere saber más de una especie en peligro de extinción.
No hice despedidas, ni nada por el estilo. Simplemente, la chica no volvió al juego nunca más, y abandonó a los jóvenes con las hormonas revolucionadas. Intentaron comprar a la chica con dinero, con equipo, con armas, con compañía, con ayuda “desinteresada”… pero no les sirvió de nada. Yo regresé con mi humano masculino y con más conocimientos de cómo se jugaba y ella quedó en el olvido. Jamás supieron que, tras aquella humana, jugaba un chico.
Lo cierto es que los juegos on-line suelen ser mundos llenos de hombres. Apenas hay mujeres, y las pocas que hay -no me cabe la menor duda- saben sacar partido a esta situación, dónde ellas son las abejas reinas y los demás los zánganos que las rodean dispuestos a satisfacerlas a casi cualquier precio.

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