Los Viteri: Los hermanos Viteri (1.2)

La mañana transcurrió así, sin hacer nada especial, aunque por primera vez Laura sentía lo especial que era aquel momento. Marcos terminó por dormirse en el sofá, ocasionado por el agotamiento de una noche de marcha, mientras Víctor y ella veían la tele sin dejar de comer bollos y gastarse bromas.
A media mañana, interrumpía en el salón de la casa Raquel, la madre de familia. Acababa de llegar después de casi una semana sin aparecer por casa, y como siempre, se podía leer en su cara esa expresión de tristeza, como si estuviera cansada de vivir. Los dos hermanos se levantaron a recibirla pero Marcos ni se enteró de su llegada.
Poco tardó Raquel en echarse a llorar. Los problemas con Teodoro eran cada vez mayores. Casi no se hablaban, por no decir que ni se acordaba de la última vez que tuvieron relaciones sexuales. Era como si estuvieran cansados el uno de otro pero permanecían juntos por costumbre o tal vez por el miedo a quedarse solos. Este tipo de pensamientos era los que atormentaban a Raquel, y una vez más, volvía a casa con sus hijos en busca de consuelo.
Sus dos hijos escucharon con atención sus miedos y sus dudas, pero ya no decían nada al respecto. Raquel sabía lo que opinaba cada uno de ellos y aquella situación se había repetido en tantas ocasiones que ya se omitía cualquier comentario. No, ya no había nada más que añadir. Raquel era consciente que la única solución a su desdicha era poner punto y final. Esa relación había llegado a su fin y todo el tiempo que lo estaba alargando sólo era una pérdida de tiempo. Aun así, seguían juntos y es que se veía incapaz de romper con él.

— Estoy convencida que tiene una aventura. Por eso está tan distante conmigo —repetía una y otra vez esperando una respuesta de sus hijos.
— Mamá, por lo que le conozco... si tuviera una aventura, te habría dado la patada hace tiempo. No es un hombre que se ande con reservas —respondió Laura tras media hora de escuchar lamentos.
— A menos que esa aventura fuese con un hombre. Eso no lo reconocería nunca —añadió con malicia Víctor
— ¡Víctor! ¿Ya empiezas con tus hipótesis de marica mala? No todo el mundo el gay —le reprendió Laura.
— Sí, lo que tu digas. Pero yo tengo un radar para esas cosas. Y ese hombre me ha lanzado más de una mirada lasciva... Mamá, yo ya te lo he dicho y no me voy a repetir más: déjale.

Dejarle... Raquel sabía que tanto Marcos como Víctor sólo querían eso, que le dejara de una vez. Y en el fondo Laura también lo deseaba aunque nunca hubiese sido directa con este tema. Pero ¿De qué serviría? —se preguntaba—. Ya lo habían dejado en múltiples ocasiones y al final siempre volvían. Era como si estuviera destinada a ser una infeliz toda su vida y aquella actitud derrotista era la que quemaba a sus hijos. Era como si le gustase ser una infeliz.

— ¿Por qué no lo hablas con él? —propuso Laura
— Y ¿Qué le digo? Si cuando le pregunto me dice que no pasa nada
— Pues entonces no le pasará nada —respondió Víctor—. Además, no sé por qué te molestas tanto. Te trata como si fueras una mierda y luego vienes aquí, le pones a parir y te vuelves con él. La verdad es que yo no entiendo a las mujeres... No, si por algo soy gay.
— Anda, quédate aquí con nosotros hoy y deja que se aburra un poco —le propuso Laura

Pero Raquel ya no era cómo hacía diez años. Esa rebeldía que ardía en su alma, ese carácter impulsivo que la hacía una mujer imprevisible, había desaparecido. Ahora era más vulnerable. Se acobardaba por todo, de deprimía por cualquier cosa… en definitiva, se sentía más vieja. No, era más vieja.

— No, lo mejor será que vuelva y le haga algo de comer —respondió—. ¿Y vuestro hermano?
— Está durmiendo. Ayer salió hasta tarde y ha vuelto a casa hace relativamente poco —contestó Laura
— Hace bien, que es joven.

Cuando Marcos despertó, su madre ya se había ido. Había vuelto a su vida con aquel hombre, una vida que consideraba un infierno. Y tanto Víctor como Laura, prefirieron no comentar la pequeña conversación mantenida con su madre. Marcos reaccionaba muy mal a los llantos de Raquel. Se encendía enseguida y en más de una ocasión tuvieron que frenar al hermano para que no fuera al encuentro de Teodoro para partirle la cara. No soportaba ver como sufría su madre.
Comieron los tres solos, como venía a ser habitual durante los fines de semana y ya a media tarde apareció Álvaro.
El novio de Laura era un muchacho de treinta años, formal y muy responsable. Igual de bajito que ella y delgado. La gente decía que eran la pareja perfecta. Trabajaba de banquero y había logrado un ascenso como director en una sucursal de Madrid, lo que provocaba que los dos tuvieran que irse de Alicante. Se sentía muy orgulloso de su ascenso a tan pronta edad, sin embargo, lo que no contaba a los demás era que había sido propiciado por las influencias de su padre con los altos cargos de la empresa. Eso es lo de menos —le dijo Laura—. Así, con mucha ilusión, los dos partirían para la capital.
Aquel día Álvaro venía muy contento. Acababa de recibir las fotos de lo que sería su casa hasta que se comprasen una y, aunque no era especialmente bonita ni tampoco fuera muy grande, sería su primera casa con Laura. Llegó al salón, saludó a los hermanos y sin demorarse ni un segundo, abrió la carpeta que traía consigo y empezó a enseñarle las fotos.

— Mira cariño, el salón —le dijo mientras le pasaba la primera foto.
— ¡Nuestro salón! —repetía entusiasmada y luego les pasaba las fotos a sus hermanos para que las vieran.
— Es un poco feo —respondió Marcos—. Ese color en las paredes y esos muebles...
— Eso no importa. Lo vamos a pintar y compraremos muebles nuevos... Ya veréis lo bonita que va a quedar —se explicó Álvaro—. Mira esta foto cariño, la habitación de matrimonio.
— ¡La habitación de matrimonio!
— Esa cama tiene pinta de dejarte la espalda destrozada —puntualizó Víctor.
— Cambiaremos el colchón... Por uno de esos caros de la Tienda en Casa de seiscientos euros.
— ¿Y esto que es? —preguntó Laura aturdida
— Es una pequeña despensa, para guardar cosas y demás.
— ¡La despensa! —gritó eufórica y Víctor repitió a modo de burla
— ¡La despensa!
— ¡Qué te den!
— No les hagas caso, mi amor —Álvaro se reclinó a ella y le dio un sonoro beso en los labios—, que se mueren de envidia.
— “No les hagas caso mi amor” —repitió Marcos a Víctor.
— “Vale cariño, lo que tu digas, pero el colchón de seiscientos euros” —respondió el pequeño para después estallar en miles de carcajadas.

Álvaro ya estaba acostumbrado al humor de los hermanos. Siempre estaban igual, con ese tipo de burlas y de chistes, así que él optaba por ignorarlos a sabiendas de que eso sería lo que más les molestaría.
Estuvieron viendo las fotos de aquella casa durante un buen rato, aún vacía de personas, y después Álvaro llevó a Laura a cenar a un restaurante italiano. Marcos y Víctor se fueron cada uno por su lado pero, como había ocurrido siempre, al final de la noche se encontraron los tres en el mismo bar. Un lugar de gente guapa y buena música. Allí solían estarse un buen rato, bebiendo y bailando hasta que caían rendidos. No obstante, no solían volver juntos a casa. Laura era la primera que se retiraba, con Álvaro de la mano y aprovechando que en su casa no había nadie, daban riendas sueltas a la pasión. Aunque ese plan dependía de varios factores, entre ellos, que la noche se les diera bien a los hermanos. Marcos era de los que decían “si no has ligado a las tres de la mañana, ya no ligarás esa noche. Todas las chicas estarán tan borrachas que ya no sabrán distinguir a un hombre de un destornillador”. Y si esta situación se daba durante la noche del sábado, Marcos terminaba regresando pronto, fastidiando el plan a Laura y Álvaro. Víctor, aunque era el más tímido, solía perder las formas con la segunda copa, descontrolándose hasta puntos insospechados por sus hermanos. No había noche que no se le diera bien y cuando no ligaba era porque no quería. Pero lo mejor de todo, para regocijo del pequeño, era que no le gustaba salir por locales de ambiente. Solía salir por lugares “heteros” y siempre encontraba a un chico dispuesto a magrearse con él. Aquello enfurecía a Laura quien afirmaba que su hermano pequeño estaba acabando con los hombres de verdad atrayéndolos al lado oscuro.
Aquella noche volvieron los tres juntos. No porque la velada no hubiese sido fructífera para los hermanos Viteri. Tanto Marcos como Víctor podrían haber encontrado un plan alternativo que alargase su salida nocturna hasta los primeros rayos del sol. Pero esa noche a los tres les apetecía volver juntos. Marcos había dicho por la tarde que Laura no se iba a la guerra, como si restase importancia al hecho de que su hermana mayor se fuera a vivir a otra ciudad, pero en el fondo él también sentía aquellos días como el fin de un ciclo. Y de un modo inconsciente querían aprovechar aquella última semana en la que los tres vivían juntos.
En el ambiente flotaba cierta sensación de final. Ya no volvían a casa hablando de las hazañas de la noche, sino recordando las hazañas pasadas. Recordaron como Laura conoció a Álvaro en una fría noche de invierno donde Marcos tropezó con el muchacho. Entonces se le derramó la copa encima del banquero y estuvieron un buen rato discutiendo sobre quién no había visto a quién. Marcos quería obligar a Álvaro a pagarle la copa y recordaron que casi llegaron a las manos. Fue Laura quien evitó el fatal desenlace y poco tardó el muchacho en invitar a una copa a ella y a su hermano para olvidar sus diferencias.
Recordaron aquella noche en la que Marcos bebió más de la cuenta y ligó con una mujer veinte años mayor que él. Daba igual —decía—, lo importante era meter en caliente. Pero después de aquella noche de atracción fatal, la mujer decidió perseguir al joven durante dos semanas en las que Marcos requirió de la ayuda de sus hermanos para deshacerse de ella.
Y por supuesto, no podía faltar en una sesión de recordatorio las múltiples caídas de Víctor delante de todo el mundo. Siempre decía que necesitaba aunque sólo fuera de una copa para poder vencer esa barrera infranqueable de la timidez. Una sola copa para poder bailar sin sentirse ridículo, sin pensar que todo el mundo le miraba como un bicho raro. El problema era que tras una copa, siempre iba una segunda y era entonces cuando entraba en acción. Se ponía a bailar en cualquier lado y se subía a donde hiciera falta para hacer reír a sus hermanos, convirtiéndose en el centro de las miradas de la gente que admiraba su forma de bailar. Pero las anécdotas llegaban cuando el pequeño perdía el equilibrio. ¿Cuántas veces habrían visto a Víctor desplomarse desde lo alto de una plataforma? Y lo que es más difícil ¿Cuál de todas las caídas había sido la mejor? Siempre recordarían aquella en la que se cayó encima de siete chicas que le estaba animando a bailar y aquella otra caída donde la gente advirtió su inminente porrazo y se apartaron corriendo, dejando que se desplomase contra el suelo mientras un círculo de personas permanecía a su alrededor sin saber si ayudarle o reírse.

— Yo estaba al final de la barra, tratando de ocultarme tras mi copa para que la gente no me relacionase con él cuando de pronto... ¡boom! Al suelo —recordó Laura a carcajadas.
— Yo sólo oí el golpe. Me volví y pensé “Ese ha sido Víctor, seguro” Me acerco, miro y, premio, ahí estaba tirado mientras todo el mundo se miraba sin saber qué hacer.
— Os creeréis muy graciosos, ¿Verdad? Ya podréis los dos conmigo —se quejó Víctor intentando disimular la sonrisa, aunque él era el primero que se reía de su torpeza.
— Es que Víctor, eres muy patoso —se justificó Laura.

El número de anécdotas aumentaban según se iban acercando a casa. Ya a lo último, se interrumpían los unos a los otros para contar alguna peripecia y no esperaban a que terminasen de contarla. Estallaban a carcajadas recordando el final de cada batalla.
Al día siguiente, los tres despertaron con resaca, lo peor para tener que soportar una comida en casa de Teodoro. Debido a la marcha de la mayor, Teodoro se había ofrecido a dar una comida para despedirse. A ninguno de los tres les apetecía ir, y seguramente a Teodoro tampoco le apetecía verlos, pero todo aquello sólo tenía como finalidad satisfacer a Raquel. Así que, tras despertarse casi a la hora de comer, los tres se prepararon y marcharon.
La casa de Teodoro estaba en Elche, en un pequeño barrio residencial que daba a las afueras de la ciudad. Cada vez que los muchachos iban de visita, pocas por cierto, solían coger el coche de Marcos, un SEAT Ibiza rojo. Y era inevitable, siempre que iban a verlos, por el camino el tema de conversación era Teodoro.
Teodoro era un hombre de cincuenta y tres años, muy mal conservado, que había empezado a salir con Raquel hacía cuatro años. Desde el inicio, aquella relación era una mezcla de amor y odio que desconcertaba bastante a los tres muchachos. Cuando estaba con él, Raquel parecía que era muy feliz, pero cuando estaba a solas con sus hijos, parecía muy desgraciada.
Lo cierto es que Teodoro no cayó en gracia a ninguno de los hijos de Raquel. Le respetaban porque su madre quería estar con él, pero no le soportaban. Sobre todo esa fijación por ser el centro de todo. En las raras ocasiones en las que se juntaban, todo lo que se hacía o se hablaba tenía que ser relacionado con este hombre. Si la conversación no giraba en torno a él, hacía lo posible por cortarla y cuando se quedaba a solas con Raquel, discutía con ella porque le habían dejado fuera de la conversación. Era un señor que demandaba demasiada atención y cuando no la tenía, se molestaba.
Aquello era uno de los motivos por el cual no le soportaban. Éste junto a otros muchos era lo que hacía de este hombre el peor fichaje que había hecho Raquel desde que ellos tenían conciencia. Había destruido todas las ilusiones de ella para realizar las suyas, había eliminado todo el círculo de amistades que Raquel tenía y le había puesto en la tesitura de elegir entre sus hijos y él en más de una ocasión para realizar sus deseos. Pero lo que más les extrañaba a los tres era que su madre se hubiera dejado manejar de tal forma. Raquel se había convertido en una persona débil y dócil dejando que Teodoro hiciera lo que se le antojase con ella. Marcos pensaba que este cambio había sido cosa de la edad, su madre no era así con cuarenta años, pero Laura no estaba de acuerdo con eso. “Con cincuenta años una mujer no es vieja. Se deja hacer todo eso porque quiere”. Víctor, por la contra de sus hermanos, pensaba que su madre se había acostumbrado a ser tan desgraciada que no se imaginaba la vida con otra persona, alguien que le pudiera hacer feliz, y que en el caso que la encontrase, siempre buscaría por inercia algo para seguir sintiéndose fracasada.
Llegaron a la casa de este señor, donde su madre pasaba la mayor parte de tiempo, y entraron con un gran dolor de cabeza. Como era de esperar, Teodoro acaparó toda la conversación y desde que entraron por la puerta hasta que salieron, no dejó que se hablase algo diferente a su trabajo, su afición por coleccionar sellos y monedas o sus aventuras con sus dos únicos amigos, dos paletos que le idolatraban porque estaba con una mujer mientras ellos habían permanecido vírgenes toda su vida. No se habló de la nueva casa de Laura, ni del trabajo de Álvaro. Tampoco se habló de los planes de la chica en cuanto llegase a la capital. Nada... en realidad les había invitado a comer para hablar de él, como siempre.
Raquel permaneció en un segundo plano en todo momento. Siempre sonriendo y haciendo todo cuanto le ordenaba Teodoro. “Raquel, ve a por bebidas”, “Raquel tráeme el tabaco”, “Raquel... todo”. Aquello ponía de muy mal humor a los tres muchachos, especialmente a Marcos que en más de una ocasión tenía que contar hasta diez para no empezar una discusión. Pero lo que más les desconcertaba a los tres era que cuando Raquel estaba con Teodoro, no dejaba de decir lo feliz que eran juntos y la cantidad de cosas que hacían... eran una Raquel muy distinta a la que luego veían en su casa, totalmente deprimida, con los ojos empañados en lágrimas y harta de tener una relación así.
La velada transcurrió lenta y dolorosamente para los tres. El dolor de cabeza con el que se despertaron aumentó en grandes proporciones y encima no consiguieron escapar de él fácilmente. Aquello era una tortura. A veces, cuando Laura veía a su madre desaparecer por el pasillo de la casa, sentía el impulso de irse con ella para poder hablar un poco de otra cosa. Pero no podía hacerlo. Recordó que en una ocasión se atrevió a irse dejando a solas a Teodoro para poder hablar con su madre y cuando se fue, él discutió con Raquel obsesionado de que habían ido a cuchichear, a ponerle a parir a sus espaldas. “Es un detalle muy feo por parte de tu hija... Esa arpía no va a volver a pisar mi casa”. Por supuesto que al final volvió a entrar en aquella casa, pero nunca más se atrevió a cortar a Teodoro para irse hablar con su madre.
A media tarde, lograron escapar de allí y volvieron para casa. Laura comprendió la enorme suerte que tenía. A partir de ahora, poco más iba a tener que aguantar a ese señor, lo que suponía otro punto a favor para irse de Alicante. Álvaro se reunió con los tres hermanos para cenar. Estuvo un rato con ellos y se despidió con la promesa de verlos de nuevo cuando ya estuvieran instalados en la nueva casa. Al día siguiente él ya se iría a Madrid y Laura se reuniría con él a la semana siguiente.
Ya a la mañana siguiente, Laura comenzó a guardar todas sus cosas en las maletas, a organizar su pequeña mudanza. Sus peluches, sus libros de amor, sus kilos y kilos de ropa. Pero no quería llevarse todo. Quería dejar algo de su esencia en aquella habitación para que cuando volviese de visita, siguiera sintiéndose como en casa. Afrontaba con entusiasmo esta nueva etapa y a pesar de estar muy convencida en lo que estaba haciendo, ahora vacilaba.

— ¿No te vas a llevar esos peluches? —le interrumpió su hermano Marcos.
— No... Creo que los dejaré aquí —respondió ella sonriente, intentando disimular su pena.
— Pues todo lo que no te lleves va a ir a una caja. Tú misma.
— ¿Cómo que a una caja? —preguntó sobresaltada.
— Claro, yo voy a trasladarme a esta habitación... ¡Con Víctor no voy a seguir durmiendo habiendo una habitación libre! La semana que viene empezaré a traer las cosas aquí
— Qué rápido me echáis —le recriminó un poco molesta
— No te echamos... te vas tú. Y ya bastante con tener la habitación de mamá vacía casi todo el tiempo como para tener parada ésta también.

Laura echó un vistazo a su habitación pensando en qué haría ahora con aquellas cosas que no iba a llevarse. Suspiró hondo y Marcos se echó a reír.

— Venga mujer, no te alteres. Puedes dejarlo en la habitación de mamá. Total, ella no hace apenas uso.
— Y cuando venga de visita ¿donde dormiré?
— Mi cama va a seguir en la habitación. Puedes dormir con Víctor —bromeó. Ella rió con timidez y volvió la mirada a su maleta mientras Marcos entraba con sigilo y se sentaba encima de la cama.
— ¿No me vais a echar de menos ni siquiera un poquito?
— Un montón... sobre todo porque no tendremos quien nos haga de comer y la comida de Víctor deja mucho que desear —respondió con picardía.
— Ni que tú cocinases mejor.

Marcos observaba la expresión de su hermana con incertidumbre. Notaba su pena, la llevaba notando desde hacía unos días, pero para él no había motivo para estar así. Estaba convencido que nada cambiaría entre ellos. Eran hermanos —se decía—. Se levantó de la cama y abrió los brazos para que Laura le abrazase muy fuerte. Le dio un beso en su pelo y después le secó las tímidas lágrimas que salían de sus ojos.

— Me tengo que ir a currar —informó Marcos—. Víctor no tardará en volver. Dile que te ayude hacer la maleta —Laura asintió y su hermano se marchó para irse a trabajar.

Continuará...

1 comentario:

  1. Jejeje, yo también soy como Víctor y necesito alguna copichuela para desinhibirme, el problema es que si me paso al final corro el riesgo de no acordarme de lo que he hecho.

    Muy buena esta entrega por capítulos

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