Un aula, unas vidas

Relato dedicado a mis compañeros de clase del colegio Henares.


Dicen que la gente que conoces a lo largo de tu vida, configura la tuya, como si dejase una señal dentro de ti, una parte de ellos mismos que siempre vive en tu interior. Un pensamiento sobrecogedor si te paras a pensar en todas las personas que has conocido a lo largo de tantos años.

Hoy me estoy acordando de cuatro paredes que, como si hubiera sido una decisión al azar, resguardó durante varios años a un grupo de niños. ¡Cuántas cosas pudieron pasar ahí y cuánto pudo influenciar que fueran esos niños quienes se encontraran! Tal vez nunca sabré cuánto.

Diría que la primera vez que fui consciente de ello fue precisamente en el último día de clase. Había un ambiente bastante agradable, sólo habíamos ido para hacer actividades extraordinarias. Después nos darían las notas y nos marcharíamos. Pero esta vez sería una despedida diferente. Al acabar el verano, todos nos iríamos a otros centros, a un instituto. Nuestra época de colegio había acabado.

Jugamos al fútbol, a tenis, vimos una película, realizamos una gincana y a la última hora, el profesor nos llamó para que regresáramos al aula. Nos fuimos sentando tras sus continuas súplicas para que lo hiciéramos en silencio, repitiendo sin parar:

— Por favor, chicos. Que es el último día. No me hagáis enfadar.

Después nos fue entregando las notas, pasando por última vez la lista de la clase. Yo estaba sentado en la tercera fila, con la mochila a un lado para salir corriendo en cuanto el timbre sonase. Pero al oír cómo nos iba llamando, comprendí que aquella lista sería la última vez que sería pronunciada en alto. Por eso, cuando me tocó a mí, me levanté, cogí mis notas y decidí volverme para ver a todos mis compañeros sentados, pacientes. Una imagen que quedaría grabada a fuego en mi memoria.

Reconozco que entonces me entristecí. Había muchos momentos vividos con ellos, en esa misma aula, y sentí miedo. Miedo porque aquellas relaciones estuvieran destinadas al olvido. Me senté y aguardé los últimos momentos antes de que el timbre sonase, el último silbato que anunciaba el final de un capítulo de mi vida, de nuestras vidas.

Cuando sonó todos mis compañeros salieron corriendo como almas a las que lleva el demonio. Todos gritaban locos de contentos. El verano había empezado oficialmente para aquel grupo de niños que estaba a punto de dejar de serlo. Agarré una de las asas de mi mochila, me la eché a la espalda y me levanté despacio, quedándome el último de la clase. Anduve por pasillo formado por nuestras sillas a pasos muy pequeños, acariciando los pupitres con el leve roce de mi mano y clavando mi mirada en cada esquina: los dibujos pegados sobre el corcho, el mapa político de España, el cuadro del Rey encima de la pizarra… y cuando llegué a la puerta, me volví para ver aquellas paredes vacías, las mismas paredes que nos habían resguardado durante todos esos años y que ahora empezaban a prepararse para recibir a unos nuevos alumnos. Nosotros ya habíamos volado de su cobijo. Y de pie sobre el marco de la puerta, imaginé de nuevos a todos mis compañeros, como fantasmas sentados en sus pupitres vacíos, sus mochilas, sus abrigos, sus estuches....

— Pero ¿Qué haces? Que te estamos esperando —me gritó uno de mis amigos.
— ¡Voy! —respondí con firmeza. Sonreí y me marché corriendo, pero sin dejar de mirar las paredes del pasillo y las ventanas que daban a la calle.

Nos marchamos en grupo hablando de lo que nos esperaba durante el verano, el lugar dónde viajaríamos, y prometimos que nos reencontraríamos en el instituto. Sin embargo, no todos coincidimos cuando llegó septiembre. Algunos se habían ido a otros centros, otros estaban en clases diferentes y poco a poco, el trato se fue perdiendo.

Ha pasado ya mucho de aquel último día de colegio. Aquellos niños ya son mayores, pero aún me acuerdo mucho de todos y me pregunto cuánto de ellos vive dentro de mí, y cuanto mío perdura aún en ellos. ¡Vaya, me he puesto romántico! Perdonadme, es que hoy, al abrir el correo electrónico, me encontré un mensaje de un antiguo compañero. Me había adjuntado una foto de aquel último día y me decía:

“Hola, ¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo! Ayer revisando trastos viejos me topé con esta foto y me acordé de ti. He pensado que te haría ilusión. Un abrazo.”


3 comentarios:

  1. Buf, yo no me acuerdo del último día de colegio, de hecho, creo que estaba deseando que se acabara por diversos motivos, y a día de hoy, sé de la vida de algunos de mis excompañeros gracias al Facebook. No es que yo use esa red social, sino que la gente deja abierto su perfil y tecleando su nobmre en el google aparece asociado.

    Sin embargo de mi primer Instituto y de la Universidad sí que guardo recuerdos más bonitos, quizás porque aquí los amigos eran más seleccionados o porque entonces ya no era tan tímido como en la EGB.

    Por cierto, no te ubico en la foto Roberto, jejejeje.

    ResponderEliminar
  2. ¡Que bonito, Rober! ahora ¿Quién eres tú? venga, venga, dimelo!!!!

    Yo también me acuerdo mucho de mis compis. COmo dices en el relato, cuando conoces a la gente, algo de ellos termina dentro de ti y algo nuestro en ellos... Yo también me lo pregunto ¿Qué recordarán de esta loca?

    Besos mil

    ResponderEliminar
  3. Pues de la fila de niños que están sentados, soy el tercer chico que aparece, justo después de un niño con un abrigo azul y la boca abierta. Apenas se ve, llevo un abrigo rojo, pero en la otra que me pasaron aún se me veía menos.

    Ya aprovecho para daros las gracias a los dos. Os habéis convertido en habituales. Por vosotros sé que no escribo al aire. Un abrazo fuerte ;)

    ResponderEliminar