El PC en la mochila

Llevo unas semanas extrañas, alejado de mi tranquilidad habitual, de mi ritmo de vida desasosegado que me permite sumergirme en mis historias y aventuras. Los últimos acontecimientos de las últimas cuatro semanas, más o menos, me han hecho meterme en una realidad paralela que contrasta enormemente con la normal.
El otro día, sin ir más lejos, me asombraba viendo mí alrededor y la gente que me acompañaba. Era tan surrealista que tuve que pellizcarme varias veces para darme cuenta que era real, que aquellos rostros estaban ahí delante, y que actuábamos como si nos hubiéramos encontrado hacía dos días. Pero sólo era un reflejo. Un espejismo que se desvanecerá en poco tiempo.
Entonces ya podré volver a mi realidad, la que me rodea. Aunque a veces ésta me asalta por sorpresa con alguna vivencia que me exige vivir en primera persona. Luego suele servir de fuente de inspiración, por lo que tampoco me gusta rechazar cualquier vivencia que me ayude a engrosar esto que llaman vivir. Algo así también ha sucedido en estos días. Me han sacado de mi mundo para devolverme con lo terrícolas, dónde habitan todos los demás. La puerta ha sonado y he tenido que ponerme en marcha.
Esto por supuesto que ha tenido repercusiones. Mi tiempo para aporrear teclas ha escaseado más de lo habitual porque hay nuevas aventuras, y eso influye, y mucho. Tanto en los últimos capítulos de Épsilon como en el mismo blog. Así que, he decidido poner remedio dónde sí lo hay. Me he cogido mi portátil, lo he metido en la mochila y estoy empezando a apurar cualquier momento para esto de escribir, esta afición sin oficio ni beneficio.
Ahora mis viajes somnolientos han expirado. Ya no me reclino en el asiento para recuperar parte de esas horas de sueño que pierdo por las noches. Ahora mis ojeras son más profundas, pues mientras voy de estación en estación, entre mis rodillas descansa el ordenador, mientras yo, apretado en mi asiento, me peleo con las personas que se ponen enfrente. Me dedican malas miradas, y el que se pone a un lado intenta echar el ojo por encima para ver qué me traigo entre manos.
Escribo, curiosamente, más rápido. Los viajes en el tren siempre fueron grandes aliados a la hora de echar a volar la imaginación. Alejado de mis libros, de mi música, de mi Internet, de mis juegos… la mente vuela sin más distracción y fluye a gran velocidad. Cuándo me siento en el tren y comienzo a escribir, el mundo de las ideas me envuelve y me eleva. Sin otra distracción, todo se centra en lo que pasa en la pantalla. El tren desaparece y termino solo.
Y es que quiero corresponder con lo que todos esperan. Quiero estar aquí, allí y dónde haga falta, sin que nadie me eche de menos. Así, en mi casa no me acusarán de vivir encerrado en la pantalla, ni tampoco me veré en la obligación de abandonar esta afición que empezó cuando era tan pequeño; con dieciséis años. La asquerosa realidad que me asolaba me invitaba a evadirme a golpe de teclado. Entonces descubrí el placer por escribir, y aunque hoy la vida es buena, ya no puedo alejarme de los mundos que me invento. Ellos me reclaman, como lo hace mi familia y amigos. He de encontrar el equilibrio perfecto. De momento, parece que ando por el buen camino, pues con el portátil en la mochila y mis dos horas de tren, entre la ida y la vuelta, parece que 24 horas vuelven a ser suficientes.

2 comentarios:

  1. Viendo esa foto del cercanías me acuerdo de todos los viajes que he hehco en los últimos 4 años y medio en ellos (aunque el modelo que yo cojo para acercarme a Barcelona suele ser uno más antiguo que ese Civitas que utilizas para ilustrar la entrada).

    Cuidado porque las horas de sueño son sagradas, y esas cabezaditas del tren son muy reponedoras y las acabarás echando de menos. Además un portátil en el tren, y según que línea, es como una cebra herida delante de una manada de leones. Las veces que lo he llevado en el tren me he sentido extremadamente observado, por eso ahora prefiero llevar libros o música y tratar de desconectar.

    Eso sí, al fuente de inspiración que puedes encontrar en la Renfe es como la Mastercard, no tiene precio. En las grandes urbes como Barcelona y Madrid, junto a sus áreas metropolitanas, puedes encontrar decenas de historias con las cuales dar rienda suelta a la imaginación.

    Pero con el paso de los años me he ido dando cuenta de que muchas veces desaprovechamos potenciales conversaciones muy intersenates con nuestros compañeros de viaje desconocidos, todo por la desconfianza y recelo que tenemos en ocasiones de entablar una relación, auque sólo sea de una hora con gente que sabemos que quizás jamás volveremos a ver.

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  2. La inspiración se encuentra en el lugar menos esperado.

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