La historia del Príncipe (El otro lado de Blancanieves)


Érase una vez, en un reino muy lejano, un príncipe que vivía en un gran castillo. Era el hijo mayor del rey y a sus espaldas tenía las más grandes y mayores hazañas. Su padre, ya anciano, se reunía con él todos los días, y trataba de instruirle en el arte de reinar para que, cuando ya no estuviera, su hijo supiera guiar al pueblo.

Era un joven muy atento, trabajador y muy eficiente, por lo que el anciano no tenía dudas sobre su valía. Sin embargo, había algo que fallaba. Su hijo, el futuro rey, estaba solo. Su timidez y su falta de amistades hacían que jamás hubiera conocido una mujer. Pasaba mucho tiempo estudiando y el poco tiempo libre que le quedaba solía emplearlo en perfeccionar, lo que le convertía en un heredero muy huraño.

Un día el rey hizo llamar a su hijo. Se encontraba débil, y pronto debería cederle el trono. No obstante, no quería que esto sucediera sin que el príncipe tuviera a su princesa. Y con este mismo objetivo, tuvo una audiencia con él.

- Hijo, has de saber que un rey no es nadie sin su reina -comentó el anciano-. Tú has visto mi reinado, mis logros y mis éxitos. Sabrás que todos fueron conseguidos gracias a la reina, a tu madre.

- Claro que lo sé, padre -respondió con firmeza el príncipe.

- Pues bien, es hora de que encuentres a tu princesa. Es un imperativo que asciendas al trono del lado de una mujer que te ayude. Y debes hacerlo pronto, pues casi no tengo fuerzas y no me gustaría irme sin tener a mi hijo en nupcias.

- Pero, padre, yo no conozco a ninguna mujer que desee quererme. Ni siquiera sé lo que es el amor.

- Tranquilo, hijo, pues los árboles del bosque arrastran un rumor -susurró el anciano con una pícara sonrisa-. Dicen que, más allá de la espesura, se encuentra una princesa en apuros. Su madrastra, celosa de su extraordinaria belleza, ha vertido una maldición sobre ella y ahora descansa en un sueño eterno hasta que los labios de un príncipe la despierten. Vive lejos, muy lejos de aquí. Por eso es necesario que partas de inmediato. Toma el corcel real y galopa raudo hasta la espesura. Allí encontrarás a siete enanos que custodian su ataúd de cristal. Pídeles que te dejen verla, y posa tus labios sobre los suyos para romper la maldición de su madrastra.

- Pero ¿Y si no se rompe?

- Se romperá, hijo. La maldición caerá con el primer beso de amor.

- Pero yo no la amo -contestó desconcertado.

- Es infinitamente bella, hijo mío. Cuando la veas, quedarás prendado por su belleza y la amarás. Entonces tus labios se convertirán en el néctar de su salvación.

El príncipe, sin rechistar más a su padre, tomó el caballo real y galopó tal y como le había ordenado el rey. Viajó por el bosque, cruzó el río, ascendió por las más altas montañas y sufrió al solitario desierto, hasta que al fin entró en la espesura del lejano reino.

Entonces, el tímido príncipe aminoró la marcha, mientras se sumergía en sus miedos acerca de la belleza de la muchacha a la que debía despertar. ¿Y si no se quedaba prendado de ella cuando la viera? ¿Y si al posar sus labios, ésta continuaba dormida? Jamás se había enamorado, no sabía lo que era el amor, y tampoco le daba muchas garantías aquello de encomiarse al azar, a la probabilidad de quedarse atrapado de la mujer más bella. Todos sus logros habían sido fruto del trabajo y esfuerzo, y que todo quedase en el aire, a la espera de que una emoción apareciese en el instante de encontrarse con ella, sólo le creaba más inseguridad. Pero prosiguió con su camino hasta que topó con los siete enanos a los que había hecho mención su padre.

- Buenos días -irrumpió con la voz quebrada-, soy un príncipe de lejanas tierras. El bosque dice que aquí hay una princesa en un eterno sueño.

Los enanos le miraron con desconfianza, recelosos por si se trataba de algún tipo de artimaña de la madrastra de la muchacha, pero tras deliberar entre ellos, y de analizar las facciones del apuesto príncipe, optaron por dejar que la viese.

Finalmente se encontró con ella. Sí, era hermosa, y metida en aquel ataúd de cristal daba cierta sensación de fragilidad. El príncipe la miró detenidamente, con un nudo en la garganta y con un peso en el estómago que jamás había sentido. -¿Sería el amor?- se preguntaba, y sin más dilación, se acercó a ella y acarició las pálidas mejillas. A su alrededor estaban los siete enanos, todos expectantes.

- ¿Por qué no la besa? -preguntó uno de los enanos.

- Tengo miedo de que no se despierte, que mis labios no sean aquellos que la saquen de la maldición

- Si está enamorado de ella, su beso la despertará. No tema.

- Pero no sé si esto es amor o sólo es miedo a fracasar por primera vez en mi vida. Me siento extraño. Siempre he estado muy seguro de mí mismo, porque mis éxitos dependían de mi esfuerzo, y me he esforzado siempre mucho. Pero ahora, no depende de mi perseverancia o de mi trabajo, sino de la suerte.

- Pero príncipe, eso es el amor: suerte. ¿Por qué no la besa y así sale de dudas?

El príncipe miró a los enanos y luego a la dama que yacía a su lado. Era cierto, era muy hermosa. La mujer más bella que había visto a lo largo de su vida. Era imposible no enamorarse de ella. Hizo acopio de valor y se reclinó suavemente sobre ella. Sus labios sólo se posaron como una leve caricia, para luego aferrarse con más energía, como si desease que a través de ellos la muchacha recobrara las ganas de vivir y despertara de su sueño. Se reincorporó y esperó unos segundos, extasiado por la emoción que fluía por sus venas, convencido de que ésta despertaría.

Pero la muchacha no despertó. El príncipe lo intentó de nuevo, ahora con más fuerza, y después probó tres veces más, incapaz de creer que sus besos no sirvieran para ayudarla. Pero la princesa siguió dormida y la tristeza y la pena inundaron el lugar, donde todos los presentes lloraron por ella. Todos salvo el príncipe, quien lloraba porque, antes del amor había conocido el fracaso.

5 comentarios:

  1. Un cuento real como la via misma. este final seguro que disney jamás lo contará, pero por desgracia suele ser el más comun. Cuantos principes se quedan sin sus pricesas, y cuantas pricesas quedan eternamente dormidas.

    En fin, al menos el principe de tu historia ha aprendido algo, incluso perdiendo, que es lo único que nos queda de cada historia: aprender algo,

    Muy chulo! besos

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  2. Ese relato fue el que escribí para el certamen de relatos de bubok junto con el de la bestia bella, decantándome por éste por pareceme más sentido. El otro era más gracioso pero tampoco versionaba como tal. Más bien, parodiaba. Mientras que éste sí tenía identidad en sí mismo.

    Y la moraleja venía a ser ésa: de todo se aprende algo y que no siempre se consigue lo que se quiere.

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  3. Adoro este cuento, Robert. Me pareció muy bueno en su momento y me lo sigue pareciendo ahora. ¡Anda que no ha llovido desde entonces! Siempre me gustó su tono de desesperanza.

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  4. Muy bueno, muy ingeniosa la versión... Quizá sucedió así, pero a alguien se le ocurrió maquillar la realidad para que los niños no se deprimieran a su tierna edad... ¡Ya tandrían tiempo, ya, de descubrir que a veces ni los besos más intencionados obran milagros!
    Muy bueno. Besos miles

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  5. Los cuentos que nos contaron de niños eran terribles, aunque el final nos pareciera feliz. Este cuento fué muy bueno cuando lo presentaste al concurso y vuelto a leer conserva toda su frescura. Me ha alegrado encontrarte. Te echamos en falta por allí. Zara_x

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