Cómo debería haber sido


No era un día muy diferente a cualquier otro. En realidad, era uno más de ésos que tenía predestinado pasar sin pena ni gloria, sin ninguna anécdota que recordaría con el paso del tiempo, ni ningún aliciente que le hiciera buscarla. Por eso, se levantó con esa desidia dispuesto a prepararse para irse a trabajar. Estaba despeinado, con legañas en los ojos y barba de una semana, y anduvo hacia el servicio descalzo y con sólo el pantalón del pijama. Encendió la luz, se acercó al lavabo, y tras dar un trago de agua directamente del grifo, se quedó mirando detenidamente al espejo, para dar un largo y profundo suspiro y empezar a arreglarse como cada día.
El desodorante, la pasta de dientes, el peine, la cuchilla de afeitar... volvía a acicalarse para dar esa imagen de hombre seguro de sí mismo, del querido al que todos admiraban, poniendo a punto esa fachada de triunfador de vida idílica que dejaba prendada a más de una y levantaba envidias allí por dónde pasaba. Él era de los que decían que, para ser quien uno quiere, sólo hay que hacer que los demás se lo crean para verse reflejado a través de sus ojos, algo que funcionaba muy bien rodeado de la gente, pero no cuando estaba delante de ese espejo.
La imagen que le devolvía era demasiado real como para poder negarla. Tal vez podía engañar a todo el mundo, pero no podía hacerlo a sí mismo. Y mientras se preparaba para salir, repasaba mentalmente todos esos aspectos y cualidades de las que carecía, y que hacía creer a todo el mundo que tenía.
Tomó la espuma de afeitar y se la extendió por la cara, mientras el reflejo de sus ojos a través del espejo le mostraban a ese hombre romántico y dedicado a sus parejas. Veía con cada pasada de la cuchilla por su dura barba, esa imagen dónde él paseaba por un parque, cogido de la mano de una hermosa mujer, a la que colmaba de detalles y notas llenas de afecto y cariño... una imagen muy distinta a esa realidad que muy pocas mujeres conocían, de un hombre frío y distante, incapaz de amar y ser amado. Y contemplando la versión de sí mismo con la que soñaba y hacía creer al mundo, no podía evitar preguntarse qué había fallado para no ser real, sino sólo una fantasía. Ni tampoco entendía por qué, si tanto deseaba ser ese hombre soñado, no lo conseguía.
Continuó con su concienzudo lavado de dientes, fantaseando con un centenar de escenas divertidas con sus hijos, todos enfrente del espejo, cepillándose y bailando. En sus sueños, él era un cómplice de esos niños, y partícipe de las bromas y diversiones de éstos... pero la realidad era bien distinta. De los tres que tenía, sólo veía a uno, y cuando estaba con él, no sabía ni cómo comportarse... Decía entender el mundo de sus críos, pero era una burda mentira que sólo sus amistades se creían: él cómo padre querido y abnegado y no ese tan real y mezquino, incapaz de entender y escuchar a su niño.
Acabó de arreglarse abrochando cada botón de la camisa, con la corbata aún colgando de sus hombros a esperas de ser anudada al cuello y su pelo ya perfectamente engominado. Y mientras, con su miraba detenida en el espejo, se convenció que le importaba sus amistades y su familia. Que los quería y que era capaz de hacer cualquier cosa por cada uno de ellos: acompañarlos en los momentos duros, ser la persona más especial que tuvieran en sus vidas, implicado emocionalmente en los lazos que los unían. Pero se mentía haciéndose creer que vivía por y para ellos, pues sabía que era preso de su egoísmo y avaricia.
Así, la realidad ligada a su mentira había finalizado como cada día. La imagen desaliñada del espejo ya había desaparecido, y su fachada estaba lista para seguir haciendo creer su fantasía, aquélla en la que él era cómo debería haber sido, como deseaba ser, pero que no era, ni tampoco podía.

2 comentarios:

  1. Impresionante Roberto.
    Estoy deseando leer tus textos, diste en el clavo.

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  2. que triste es eso de querer ser como uno sabe que no puede. Supongo que a todos nos pasa alguna vez en algún aspecto. Corto pero muy bonito. Besoss!

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