Amor perfecto, amor invisible

Los primeros acordes del piano de aquella canción siempre sonaban en mi mente cuando menos lo esperaba. Esa melodía lenta, tranquila y pausada que me recordaba la misma debilidad, la misma ilusión, el mismo secreto que el de la chica de aquella letra. Era como si aquella cantante la hubiese escrito para mí, que hablase de mí, aunque por otro lado era imposible, porque ella era de Nueva York y yo del otro lado del charco. No sabía nada de mi vida, ni me conocía, por lo tanto ¿Por qué iba a escribir sobre mí?
Aun así, daba igual, eso era lo de menos, la cuestión era que cada vez que surgía aquella melodía, emergían de mí diferentes sentimientos encontrados: tal vez alegría, tal vez tristeza... no sé, al final, cuando acaba, sólo sentía una cosa: pena, pena de mí, de mi vida, de mi fracaso de vida.
¿Alguna vez habéis estado enamorados? Yo sí, desde hace mucho tiempo. Aun lo estoy... y de una persona a la que no conozco. Por no conocer, ni siquiera sé si existe.
Apareció hace mucho tiempo en mi memoria, emergiendo de una de las fantasías que tenía de pequeña, cuando entonces todas mis amigas salían con sus novios y yo me quedaba relegada en casa, sin ningún plan, sola, aburrida. Solía quedarme en mi habitación, con la puerta cerrada a cal y canto para que mis padres no me viesen llorar, y ponía la música alta para dejarme llevar por las letras románticas de amores perfectos. De ahí emergió él.
Al principio no era más que la imagen difusa de ese concepto romántico de mi príncipe azul. Un simple chico que estaba a mi lado, enamoradísimo de mí, y que me susurraba al oído las canciones que me acompañaban en aquellas tardes. Pero luego, con el paso del tiempo, aquel chico empezó a cobrar otra dimensión.
Empecé a imaginar cómo era su mirada, sus impactantes ojos azules con los que me observaba abnegado, sus cejas bien definidas y sus pestañas perfectamente alineadas. Luego dibujaba sus labios, ni muy anchos ni muy estrechos, bordeados por una fina y delicada barba muy sutil, sus pómulos, su mandíbula y su aterciopelado cabello rubio... una cara de un hombre bello, varonil, de expresión serena y muy gentil. Continué imaginando cómo era el torso de su cuerpo y su altura, un poco más alto que yo, pero sólo un poco, y después su forma de vestir, su manera de sonreír, el aliento de su boca, su olor, su tacto sobre mi piel... Así, poco a poco, con el paso de los años, fui imaginándome cada cosa de aquel chico que me acompañaba en mis horas más solitarias, y fui otorgándole una personalidad afín a la mía.
Era un hombre bueno, romántico, comprensivo, fiel... era mi hombre perfecto, con el que bailaba al son de la canción del piano, quien me acompañaba en mis entrañables viajes por el mundo de mi mente. ¡Y no existía! Al menos, no en este mundo. Hasta que llegó un momento en el que tuve que salir de mi ilusión. Él sólo vivía en mi memoria, no era real, y yo necesitaba alguien de carne y hueso. Mi época de niña ya había acabado y el mundo que me rodeaba era distinto, no aquél tan cruel que uno vive en plena adolescencia, y empecé a salir, a conocer gente, a hombres reales.
Eran tan diferentes a él... De todos los que conocí, no encontré a ninguno que se aproximase a esa visión romántica que me había creado. Mi hombre imaginario era tan perfecto que nadie lograba superarle, y en consecuencia, terminaba por dejarles. Eso sin contar mi absurda sensación de estar haciendo algo malo, como si tuviera remordimientos por ser infiel a un hombre tan perfecto, cambiándole por estos otros tan normales... Y aun así, él me perdonaba, pues cuando llegaba a casa, sola, después de otra noche fracasada, él volvía aparecer, ofreciéndome su mano y me preguntaba con su amplia sonrisa:
- ¿Me concedes este baile? - y yo bailaba.
Le abandoné en dos ocasiones. Dos momentos de mi vida donde ya no se aparecía en mis sueños. La primera vez fue hace diez años, cuando conocí a un chico que... se parecía tanto a él. Es más, creí que era él. Tanto tiempo buscándole y al final le encontraba. Me sentía tan dichosa, tan afortunada. Estuve con aquel chico durante dos años: el primero fue maravilloso, el segundo ya no tanto, donde todo lo mágico y bonito fue desapareciendo lentamente, hasta que al final se rompió del todo. Fue entonces cuando me dejó y volví a estar sola... bueno, sola no, "Él" volvió aparecer, con su amplia sonrisa. Pasaron los años y decidí volver a buscarle, convencida que si podía verlo en mis sueños, tenía que existir en algún lugar. Y empecé una ardua búsqueda por toda clase de sitios, locales y ambientes sin tener mucho éxito.
Me topé con toda clase de hombres; ejecutivos, obreros, oficinistas, funcionarios, profesores, catedráticos, informáticos, barrenderos... y él no estaba. Tan sólo conocía una especie de masa babosa que no tenía nada que ver con la imagen que habitaba en mi memoria... Hasta que un día me topé con un hombre, un pelín más bajito que yo, pero muy bueno, comprensible, cariñoso... y me dije: se parece mucho.
Inicié así una segunda relación convencida, no tanto en haber encontrado a mi hombre perfecto, pero sí de tener a aquel que más se le aproximaba. Tal vez ya había empezado a ser consciente de que él no aparecería y debía conformarme con lo que me daba la vida. Al fin y al cabo, aquel muchacho era un buen hombre, aunque no fuese exactamente "Él". Pero, a medida que pasaba el tiempo a su lado... no sé, al final volvía recurrir a mi hombre perfecto, a dejarme llevar fantaseando con esos bailes en un enorme salón vacío donde solo estábamos los dos, moviéndonos al ritmo de un vals, con el tiempo detenido en aquellos instantes tan emocionantes.
Al final terminé dejando a ese hombre que tanto me quería. Y es que yo no podía amarlo mientras siguiera enamorada de mi hombre perfecto, y él se merecía una mujer que le quisiera tanto como él me quería. Entonces, me prometí a mí misma que nunca más lo volvería hacer. No estaría con nadie por el simple hecho de que se aproximase a mi imagen de amor perfecto. No, el siguiente sería porque de verdad le amase.
Así he llegado hasta hoy, en mi búsqueda por el amor perfecto, el amor invisible. Aún no lo he encontrado, y ya he empezado a asumir que jamás lo encontraré. Porque él no existe. Sólo habita en los salones de mi memoria, y aparece sólo cuando le invoco en mi soledad. Puede que esté viviendo una mentira, mi propia mentira, y por eso, tumbada en el sofá de mi casa, escuchando aquella canción de piano que habla de una mujer enamorada de un hombre a quien jamás ha visto, al que jamás ha tocado, pero al cual conoce perfectamente, no puedo evitar sentirme patética, absurda, tonta: por estar esperándolo, por seguir buscándolo, por creer que le encontraré, por pensar que él está en otro lado buscándome a mí... Luego me detengo y digo:
- Vale, él no existe, pero mi amor por él sí ¿Acaso no basta con eso? ¿No es suficiente?

1 comentario:

  1. Cierto, lo recordaba y lo aloje entre mis cosas, sutil, triste: la paranoia entre lo real y lo irreal. Besos corazón, Eva

    ResponderEliminar