Pregunte a los solitarios



Era una noche oscura, de ésas que no tienen luna y las estrellas parecen haber desaparecido del firmamento, con el cielo encapotado por una densa nube que impregnaba el aire de los olores que avisan de una próxima lluvia. Las calles estaban desérticas. Ya nadie caminaba por ellas. Permanecían vacías, inertes, ajenas a las historias de las personas que solían transitar a plena luz del día. Ahora todas estaban en sus casas; descansando, durmiendo, y sólo estaba yo, caminando sin rumbo definido, como un vagabundo que intenta encontrar el lugar idóneo para resguardarse antes de qué las primeras gotas empapen el empedrado de las calles.

A mí me daba lo mismo que la lluvia empezase, que mojase mi cuerpo y lo enfriara. Tal vez así, al menos podría sentir una sensación diferente a la que entonces me anegaba, o quizás, si la tormenta me encontraba, podría caminar con un motivo, una misión, algo que me evadiera de ese pensamiento atroz que se cernía sobre mí cómo el virus más violento jamás inventado por los hombres... Pero ¿Acaso ya no estaba enfermo de él? ¿No estaba sufriendo en mi propia piel ese mal que tan extendido estaba en el mundo? Esa pandemia a la que muchos llamaban soledad.
Los primeros truenos rompieron el silencio de la noche y los destellos de los relámpagos me iluminaron un camino aún por definir. Todo indicaba que sería una gran tormenta, que lo lógico sería que me resguardase. Pero no quería quedarme en casa. Al menos en la calle el silencio parecía menos denso y no había nada que evocase a la verdadera tormenta que me ensombrecía, la que tenía lugar en mi interior. Porque, ¿Cómo vive uno en soledad cuando jamás ha estado solo? Y en la oscuridad de aquella noche, caminaba con la esperanza de encontrarme con el resto de solitarios para poder preguntarles.

Anduve largo rato hasta donde quisieron llevarme los pies, sin pensar en nada en concreto. Sólo me dejé llevar por el ambiente húmedo y la tranquilidad propia de las altas horas de la madrugada, hasta que al fin rompió a llover. Me empapé en muy poco tiempo, el agua caía con gran virulencia, pero proseguí sin acelerar el ritmo hasta que me topé con la entrada de un bar que aún permanecía abierto.
Entré, sacudiéndome previamente para evitar mojar el suelo, y observé el local con sumo detenimiento. Había poca iluminación, tan sólo dos lámparas y una serie de velas rojas dispuestas en cada mesa, pero la suficiente cómo para reparar en la amplia gama de marrones que coloreaba el ambiente: Con grandes cuadros de paisajes en tonos sepia con marcos dorados dispuestos en las paredes, ceniceros oscuros, y mesas y sillas de madera maciza.
Sólo había dos personas; el camarero y una mujer sentada en la barra, abandonándose en el fondo de su vaso de whisky, sin intercambiar palabra alguna y dejando que el leve susurro del televisor prevaleciera a cualquier otro sonido. Yo me acerqué, me senté en uno de los taburetes y alcé la mano para llamar al hombre vestido de camisa blanca y mandil y pajarita negra. Pedí un ron y permanecí ahí sentado en compañía de esos dos desconocidos con quienes compartí el silencio que nos separaba. Era como si hubiera encontrado la sede de algún club de solitarios, aquéllos a los que buscaba para preguntarles cómo se vivía sin alguien a su lado.
Así estuvimos bastante rato, no reparé cuanto tiempo pasó, hasta que al final surgieron las palabras entre nosotros, emergiendo desde lo más hondo de nuestras almas para poner en manifiesto lo que ya todos sabíamos. Éramos tres solitarios; mujer y camarero ya muy experimentados en estos menesteres, mientras yo me estrenaba en este nuevo estado, estigma en tiempos pasados.

Y les pregunté y ellos respondieron con tristes historias de almas desoladas, de amores perdidos que abandonaron a su suerte confiando en que otros nuevos aparecerían, aunque éstos todavía no habían llegado. Me dijeron que jamás te acostumbras, que cuando te crees lo suficientemente fuerte y grande para hacerlo todo sin ayuda, te das de bruces contra el suelo. Afirmaron conocer el dolor y la angustia, algo que emergía con frecuencia: Al ver cómo en la mesita de noche del otro lado de la cama seguía sin haber nada más que una triste lámpara, al comprobar que otra vez les ha salido comida para dos, al no tener con quién salir en las fotos de los viajes que hacían solos, al alzar la copa al viento para desearse un feliz año nuevo...

Escuché atentamente hasta que los hielos de mi vaso quedaron completamente deshechos. Me bebí el ron aguado y regresé a mi casa cuando todavía no había salido el sol, horrorizado por los testimonios de la mujer y el camarero, unos testimonios que me atormentaron durante todo lo que quedó de noche, pues al volverme en la cama reparé en el hueco que había quedado libre. Pensé en todo lo que me habían dicho y al día siguiente no pude hacer otra cosa que volver para que me dieran la respuesta que no me habían dado.
Ya han pasado diez años desde entonces y aún sigo sentado en la barra de este bar en las altas horas de las noches oscuras. Ahora eres tú quien ha entrado por esa puerta. Te has sentado en el mismo taburete y has pedido al camarero que te sirva del mismo tipo de ron que yo bebí entonces, dejando que el silencio nos acompañase de nuevo, hasta que lo has roto para preguntarme cómo viven los solitarios. Y esta ha sido mi respuesta, la misma que me dio la mujer que está sentada en el fondo del bar, la misma que le dio el camarero cuando ella se sentó por primera vez en esta barra.

Ahora ya sabes donde encontrarnos: Ésta es nuestra sede y éste nuestro club. Recuerda que el bar sólo abre por las noches, de doce a cuatro de la madrugada. A esta ronda invito yo. Te veré mañana.

3 comentarios:

  1. Ahora que por fin he podido leerlo entero y tranquila, me llena un gran desasosiego y una gran alegría por no estar en el pellejo de tu protagonista. Muy bueno, muy triste pero muy frecuente en los dias de hoy, aunque nadie quiera reconocerlo. Un beso, Eva

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  2. Me alegra que te haya gustado. Como tengo el Site recién estrenado no sabía si alguien lo había leído (que es mi primer relato desde antes de verano, cuando escribí 'Desconocido'). Al menos ahora ya me quedo más tranquilo jeje. Supongo que ya estarás de nuevo en Madrid. Bienvenida ;) Besos!!

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  3. Me ha impactado, como siempre lo hacen tus historias. Me ha recordado los tiempos tristes, y me has hecho sentir pánico de llegar a formar parte de los socios de ese triste bar. Todo lo que tenemos, todo lo que creemos inamovible, en realidad es tan frágil como el cristal. Hay que cuidar y valorar lo que amas cada día como si fuera el último. O, mejor, como si fuera el primero. Muchos besos, Rober. Y sigue así, por favor.

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