Los Viteri: la curiosidad mata a los gatos (4.3)


            Los siguientes días estuvieron marcados por los múltiples pensamientos que Laura dedicaba a esa llamada de teléfono. No podía quitarse las dudas de encima, aunque intentase pensar en cualquier otra cosa, por tonta que ésta pudiera ser. En el trabajo vivía en una completa incertidumbre convencida que en cualquier instante podría llamar de nuevo a esa casa para exigir el pago de la cuota que el señor Restituto Viteri tenía con la financiera y cuando estaba en casa sola, no dejaba de dar vueltas por la casa sin apartar la vista del teléfono donde, apoyado en la mesilla, estaba el papel con el número de ese señor.  Era casi una pesadilla constante que no sabía cómo acabar. En alguna ocasión estuvo a punto de sentarse en el sofá y descolgar el teléfono de nuevo, consciente que si se enfrentaba a sus temores podría resolverlo. Pero al final contaba hasta tres y se decía a sí misma: “No, mejor llamo dentro de un cuarto de hora”. Pasado aquel tiempo que se daba a si misma, Laura volvía a sus dudas y al final no llamaba.

            La conversación que había tenido días antes con Álvaro fue lo que más le llenó de incógnitas. Pensaba en todas las posibilidades que podían darse tras llamar a ese señor. Hasta ensayó qué diría y cómo lo diría. Interpretó aquella conversación con sus miles de variantes, donde el señor respondía que aquello era imposible porque él no tenía más hijos, o que decía que era imposible pero en realidad estuviera mintiendo. También pensó en la escena donde él la colgaba diciéndole algo así como: “No quiero saber nada de ti” o “No vuelvas a llamarme. En lo que a mí respecta no tengo más hijos que los que hay en esta casa”. Y si ocurría cualquiera de esas cosas, lo cierto es que no pasaría nada, absolutamente nada. Sólo que sus dudas y su curiosidad se disiparían, y la pesadilla acabaría.

            Pero ¿Y si aquel hombre quisiera verla? Eso lo complicaría todo. Álvaro tenía razón y si realmente él era su padre y se veían, le contaría cosas que pondría en tela de juicio todo lo que hasta la fecha había pensado. Eso sin contar que aparecerían en su vida personas a las que no conocía y que podrían caer en su vida familiar como una bomba de relojería. Como por ejemplo, aquella chica que cogió el teléfono la primera vez que llamó.

            Se sentía confundida y, a pesar de ser consciente de lo que podía suponer todo aquello, poco a poco la curiosidad fue ganando terreno a la prudencia.

            Así llegó el sábado y con el fin de semana llegó una visita que llevaba tiempo esperando, la de su hermano Víctor. Tal y como se había empeñado el pequeño de los Viteri, Víctor sería el padrino en la boda de Laura, quien la acompañase al altar y aunque creía que sus funciones se limitaban a eso, Laura le había reclamado para que le ayudase a elegir un traje de novia. Por eso ahora se veía obligado a subir a Madrid, aunque algo le decía que sólo era una excusa para verse. El tono de voz de su hermana se lo había dicho, por lo que ya imaginaba que aquel sábado no elegirían nada. Tan sólo darían vueltas viendo vestidos y más vestidos. Un fastidio, desde luego. Él quería quedarse en Alicante, con su carpintero, quien con el paso de las semanas ya se había convertido en algo más que un “simple amigo”. Pero era lo que le tocaba si quería ser el padrino en la boda.

            Llegó temprano, con el coche de Marcos, tal y como había prometido y pronto descubrió que algo sucedía. Laura estaba risueña, pero parecía que su expresión estuviera forzada, como si ardiera en deseos de contarle algo. Los días previos, ella había pensado en la posibilidad de hablar del tema con Víctor. El pequeño era menos radical que Marcos y con él se podían hablar de ciertos temas. Sin embargo, aún no tenía muy claro si debía hacerlo o no.

            Durante toda la mañana los dos hermanos se estuvieron recorriendo varias tiendas a las que Laura ya les había echado un ojo semanas atrás. Entraban, preguntaban y veían qué les sacaban sin prestar mucha atención. En la mayoría de las tiendas, las dependientas decían que no disponían de mucho material en el local, sino que trabajaban sobre un simple catálogo para que los clientes decidieran qué querían para que se lo hicieran a medida. El inconveniente era que no sabías cómo te iba a quedar hasta que te lo hicieran y eso luego suponía un problema sino te gustaba. En otras tiendas, la dependienta se limitaba a sacar miles y miles de trajes de prueba para que ella se probase. Y mientras ella se iba cambiando de vestido, Víctor le iba contando las últimas novedades en Alicante. La mayoría de las conversaciones giraban torno al carpintero. Sin embargo, Laura escuchaba con fingida atención.

            Tras visitar varias tiendas sin comprometerse a nada, los dos se marcharon para la casa de la muchacha para hacerse algo de comer y seguir contándose confidencias, aprovechando que Álvaro estaba con su madre por otro lado. Ya en casa, Víctor no dejó de hablar en una conversación cada vez era más atropellada mientras hacía la comida: un plato que había aprendido de Quique y que quería que ella probara. Y es que todo giraba en torno al misterioso carpintero. Y mientras su hermano empezaba a sacar ollas y a husmear por todos los cajones la comida qué tenía, Laura se fue a su habitación a quitarse los zapatos. Al pasar por el salón volvió a toparse con la nota con el número de teléfono de ese señor y rápidamente la cogió y se la guardó en un bolsillo antes de que su hermano se topase con ella.

            Hasta ese momento no había decidido si contárselo o no a Víctor y encontrarse con la nota hizo que sus dudas emergieran de nuevo. Cuando volvió a la cocina para vigilar lo que hacía su hermano, Víctor enseguida reparó en la expresión de ausencia de su hermana.

— ¿Pasa algo? —preguntó mientras ponía agua a hervir.
— No, nada —respondió con desdén.

            Víctor no le dio importancia, estaba acostumbrado a esta actitud tanto en Laura como en su madre, y continuó haciendo la comida mientras hablaba de sus últimas batallas, pero Laura ya no le escuchaba. Sólo pensaba en si debía decírselo a Víctor o no. La conversación que tuvo con Álvaro consiguió llenarla de más dudas, pero la opinión de uno de sus hermanos podría hacerle ver las cosas más claras, y la situación no podía ser más propicia. Miró a su hermano y pensó: “Bueno, pero si es Víctor” consciente que con él se podía hablar de cualquier cosa y le interrumpió.

— Oye ¿Alguna vez has pensado en nuestro padre? —Víctor guardó silencio, sorprendido por aquella pregunta. Se giró y la miró con detenimiento.
— ¿En nuestro padre? —repitió pensando que no había oído bien la pregunta, pero Laura asintió—. Pues… sinceramente, no. Si ni siquiera le conozco... Hasta los doce años pensaba que estaba muerto…  con eso te digo todo.
— Pues por eso mismo… —pero Víctor no lograba entenderla—. ¿Nunca te has parado a pensar cómo será? O ¿Cómo hubieran sido nuestras vidas si él hubiera estado presente en ellas?
— A mí lo único que me importaría saber es si tiene pelo, que la calvicie es hereditaria… que sólo me faltaría eso: quedarme calvo.
— Pero ¿Nunca te has preguntado qué hubiera pasado si no se hubiese ido?
— Pues… sí. Pero supongo que los tres nos hemos parado alguna vez a pensar en eso, en esos interminables e indescifrables “y si…”. Pero no sirve para nada pensar en “y si…”. Te lo digo por experiencia… Aparte, me alegro que él no haya estado en nuestras vidas —respondió con indiferencia— . ¿Dónde esta la sal en esta casa?
— El armario que tienes enfrente. Está en un recipiente con forma de rana que nos compró la madre de Álvaro —señaló—. Pero, ¿Por qué dices eso, que te alegras de que no haya estado?
— Mamá dice que si él hubiera estado en casa, habría tenido un problema porque soy del bando de enfrente —contestó con indiferencia.
— Bueno… eso nunca se sabe. La gente cambia y la forma de opinar de cada uno se suele ir amoldando a las experiencias que va viviendo a lo largo del tiempo.
— No te sigo.
— Pues digo que no puede presumir mamá de cómo reaccionaría nuestro padre con eso. Antes de que nos lo dijeras, todos éramos un poco radicales con ese tema. Pero todo cambia cuando se trata de uno de los tuyos, ¿no? —respondió dubitativa haciendo que Víctor se girase para mirarla con sorpresa—. ¡No me mal interpretes! Que nos conocemos. Lo único que digo es que antes Marcos decía burradas en sus chistes, yo acusaba de maricón al primero que no me metía mano y mamá lo comparaba con la prostitución y la drogadicción. Pero eso cambió desde que supimos lo tuyo y ahora no nos gusta que la gente bromee de… de eso.
— Ya te entiendo —respondió con una carcajada.
— Por eso digo que no podemos saber cómo hubiera reaccionado él. Además, mamá tampoco es que tuviera una buena reacción…. Tardó bastante en aceptarlo. Yo diría que ella sólo lo dice porque… porque le tiene un asco tremendo y no puede evitar soltar pestes de él.
— Si tenemos en cuenta todo lo que le ha pasado… ¡Para no tenerle tirria! ¿No crees?
— Supongo que sí —respondió guardando silencio. Pero Víctor no le dio más importancia, pese a ese tono tan esclarecedor, y empezó a sacar botes de especias para aliñar aquello que estaba haciendo. Luego los guardó, al tiempo que sacaba la carne y varias patatas cocidas.
— Bueno, y ¿Se puede saber a qué viene este arrebato? —preguntó interrumpiendo sus meditaciones sobre el tema.
— Si tuvieras la oportunidad de contactar con él ¿Lo harías?.. Un teléfono, una dirección… lo que fuera.
— Pues… —pensó un segundo y respondió extrañado por esas preguntas—. ¡Pues claro no, Laura! que sea nuestro padre biológico no significa que se mereciera ese termino. Y al margen de lo que le ocurriera con mamá, él tenía una obligación con nosotros. Y renunció a ella. Se desentendió de los tres… ¿Por qué diablos iba a querer saber de mi padre? Él pasó de nosotros.
— Es cierto, supongo que tienes razón —respondió intentando zanjar el tema.
— ¿Supones? Pero ¿A que viene todo esto? —preguntó alarmado.

            Laura guardó silencio, volviéndose para evitar que su hermano la mirase a la cara, como si temiera que se pudiera leer la verdad en sus ojos. Pero Víctor insistió y no le quedó más remedio que contarle lo que pasó aquella mañana cuando llegó al trabajo y se pusieron a buscar teléfonos de gente conocida. Le comentó como se topó con el número de aquel que podría ser su padre y de sus dudas sobre qué tenía que hacer. Víctor no daba crédito de todo aquello, pero él lo tenía muy claro.

— Laura, estás jugando con fuego. ¿Sabes cómo se pondría mamá si se enterase que has hablado con él? ¡Le daría un ataque al corazón en el mismo momento!.. Yo que tú, me estaría quietecita antes de liarla —aconsejó. Su hermana agachó la cabeza y continuó contando.
— Ya he llamado, Víctor.
— ¡Qué! Pero ¿Te has vuelto majareta?.. —contestó muy alterado y el silencio se hizo en la cocina. Un poco después, Víctor miró a su hermana y captó su miedo—. Y bueno ¿Qué te dijo? ¿Qué no quiere saber nada de ti o algo por el estilo?
— No… si no llegué hablar con él —contestó con precaución y Víctor suspiró aliviado.
— Pues Laura, déjalo estar…
— Hablé con su hija —interrumpió y Víctor volvió a quedarse blanco.
— ¿Su hija?.. —Laura asintió—. Pero ¿Tú estás segura de que ese señor es quién dices que es?
— No, no tengo la certeza aunque no creo que existan muchos Restitutos Viteri por el mundo —respondió tratando de hacer entender a Víctor que sí era muy posible que fuera su padre
— Pues ya está. Vamos a dar por sentado de que ese señor es un hombre normal y corriente que no tiene nada que ver con nosotros. ¿Vale?
— Pero tú eres consciente que si él es quien creo que es, ella es nuestra hermana.
— No, Laura… ella puede ser hija de quien sea, pero no es mi hermana. En lo que a mí respecta, sólo tengo dos hermanos: tú y Marcos… Ser hermanos es algo más que compartir cierta información genética… Los hermanos comparten su infancia, se pegan, discuten, lloran juntos, hacen gamberradas y se quieren... y yo no he hecho nada de esas cosas con esa chica, sea quien sea, por lo que no es mi hermana…. Y tampoco es la tuya, ¿Estamos?..—pero Laura no respondió—. Laura, prométeme que lo dejarás estar.
— Vale —respondió con desgana
— ¡Prométemelo! —insistió.
— ¡Qué sí, pesado! Que no voy hacer nada.

            La comida terminó por quemarse con tanta discusión y se vieron obligados a pedir comida china para sustituir aquel plato que le había enseñado Quique a Víctor, fuera lo que fuese. El resto del día, procuraron hablar de otras cosas, aunque los dos no dejaban de pensar en la conversación que habían tenido. Y aunque durante el fin de semana que Víctor estuvo en Madrid, Laura tuvo claro que no debía volver a llamarle, al lunes siguiente, cuando Víctor ya estaba en Alicante, Laura volvió a pensar en aquella posibilidad… Sentía demasiada curiosidad por saber quién era su padre en realidad.

1 comentario:

  1. No haya nada peor que estar toda la vidad planteandose que hubiera pasado si... .Posiblemente si estuviera en la situación de Laura acabaría llamando, pero porque creo que ella no es feliz con la familia que tiene y necesita llenar un hueco, es decir, que si ella tuviera una buena relación con su madre no lo haría porque sabría que podría perder mucho más de lo que ganaría.

    Gracias por subir nuevos capítulos.

    ResponderEliminar