Los Viteri: una casa por descubrir (2.1)

La luz entraba con timidez entre los recovecos de la persiana dibujando un extraño mapa de colores en la sábana con la que se cubría Laura. Era temprano y ella quería seguir durmiendo hasta que diese la hora de la comida. Pero Álvaro se había despertado hacía un buen rato y el sonido de cacerolas y de puertas abriéndose y cerrándose impedía que la muchacha pudiera conciliar el sueño.
¿Qué diablos estaría haciendo? —se preguntaba—. ¿A qué venía ese escándalo a una hora tan temprana? Pero enseguida descubrió el bonito detalle de su novio, quien le llevaba el primer desayuno a la cama. Su zumo, sus tostadas, su café cargado y una rosa encima de la bandeja para decorar. Entró en la habitación con sigilo, con la esperanza de despertar a Laura con la bandeja en sus brazos, pero ya era tarde y ella, aunque seguía tapada hasta la cabeza, había retirado un poco la sábana para poder ver cómo se acercaba.

— Traigo el desayuno para la princesa de la casa —dijo mientras se acercaba a ella, colocaba la bandeja en la mesilla de noche y le extendía la rosa para que la tomase entre sus manos.
— Mis hermanos tenían razón… la cama es incomodísima —comentó mientras se reincorporaba en la cama y bostezaba.
— El miércoles traerán la nueva cama… Zumo de naranja, café con leche y dos tostadas… Creo que no me he olvidado de nada.
— Si, traerlo un poco más tarde… —bromeó mientras tomaba un poco de zumo—. Si son sólo las ocho y media de la mañana de un sábado. Por favor dime que no será la hora en la que me levantes todos los días.
— Venga Laura, que hoy no podemos perder ni un instante… Ya he comprado la pintura y hoy tenemos que dejar pintado el salón, las dos habitaciones y el pasillo…
— Vale, conseguido, me has estresado a primera hora de la mañana —le dijo riendo mientras se quitaba las legañas—. Déjame dormir un poco más.
— Cuanto antes empecemos, antes acabamos…
— Pero ¿Hay prisa?.. No, ¿Verdad? —siguió vacilando—. Pues déjame cinco minutitos más.
— Había pensado que luego podríamos ir a dar una vuelta… para que conocieras Madrid.
— Tú no te preocupes, si Madrid va a seguir ahí dentro de cinco minutos —le vaciló al tiempo que dejaba el vaso de zumo en la bandeja y volvía a tirarse en la cama.

Aquellos despertares eran típicos de Laura, y más si se trataba de un fin de semana. Pero Álvaro ya estaba acostumbrado a este tipo de quejas y sabía que lo único que podía hacer era insistir, insistir hasta que se enfadase y se levantará dándole gritos para que le dejase en paz. Esa fuerza que tenía que hacer para gritarle era tal que ya le era imposible seguir durmiendo, por lo que al final se terminaba despertando.
Así que, que si le tocaba el brazo mientras le susurraba “Laura, arriba”, que si cosquillas en la barriga o en la planta del pie… o ya que podía, que si le metía un poco de mano por debajo del pijama. Laura trataba de evadir todos sus intentos y cuando la mano se resbalaba un poco, ella le apartaba, cuando sus dedos rozaban su pie, ella pataleaba y cuando él le susurraba, ella se cubría la cabeza con la almohada, hasta que no podía aguantar más, momento que su paciencia llegaba a su fin y se reincorporaba para gritarle.
Pero aquella mañana, aunque pataleó con las cosquillas y se cubrió la cabeza con los susurros… Laura dejó que Álvaro metiera la mano donde quisiera. Hasta que el muchacho perdió todo tipo de interés en que ella saliera de la cama y lo único que le interesase fuera quitarle las prendas lentamente mientras ella le quitaba las suyas.
Álvaro consiguió que ella se despertase, pero Laura consiguió quedarse en la cama un buen rato más, y con la mejor compañía: él. Las sonrisas y las miradas de picardía les hicieron olvidar todo el trabajo que tenían por hacer, pero ¡Qué diablos!, Al cuerno con la casa —pensó Álvaro— mientras la tomaba entre sus brazos.
Fue pasadas dos horas más tarde cuando Laura cogía el café y le suplicaba que lo volviera a calentar… ya estaba frío, y mientras desayunaban, hablaron de todo lo que debían hacer, lo que debían cambiar.

— Un tono vainilla para el salón —propuso ella.
— Pero ¿El vainilla es un color? —vaciló—, es que los hombres sólo vemos en dieciséis colores.
— Ya me estoy dando cuenta… Vosotros sois como una Súper-Nintendo y nosotras una Playstation 3… la evolución de la especie —respondió a su broma.

Y lo cierto era que Álvaro y Laura estaban siempre igual. Se querían, se querían muchísimo, pero sentían una necesidad casi biológica de estar siempre buscando la punta a cualquier comentario para estar a la gresca, y la guerra de sexos era uno de los temas de conversación preferidos por los dos para gastarse bromas.
Estuvieron un rato debatiendo por el color de las paredes, aunque en el fondo a Álvaro le daba igual. Tan sólo ponía pegas a las propuestas de Laura para desquiciarla un poco. Y una vez de acuerdo los dos, él buscó un gran barreño y se dispuso hacer la mezcla de colores mientras ella abría la maleta de sus reliquias de la adolescencia. Sacó un disco de música de cuando ella tenía diez años menos y lo puso en la cadena musical para amenizar el trabajo de la mañana. Boyzone, Robbie Williams o los Backstreet boys fueron algunos de los responsables que marcaron el ritmo de aquella mañana donde la pareja se convirtió en pintores de brocha gorda para quitar ese aspecto lúgubre que tenía aquella casa.
Álvaro acabó de hacer la mezcla y Laura revisó si el tono de color era el idóneo. Hicieron una prueba en la pared y tras un breve análisis, Laura negó con la cabeza. Demasiado oscuro, alegó y el muchacho continuó mezclando al son de la música.
Otra prueba en la pared y Laura hizo una mueca con la cara de disconformidad. Demasiado claro, reprochó y él suspiró. Y a la tercera vez que se quejó por la mezcla, Álvaro no pudo contenerse y pintó la cara de Laura.

— El resultado de la mezcla entre este tono y el tono de tu cara es el perfecto para pintar las paredes —comentó mientras ella le miraba con la boca abierta por su osadía.
— Te arrepentirás de esto —le amenazó.

E inmediatamente ella alcanzó su brocha, la untó en el barreño y persiguió a Álvaro para pringarle la cara. Él corrió riendo a carcajada limpia y aunque ella no iba a desistir, cuando le arrinconó, no logró pintarle. Le había quitado la brocha y ahora era ella quien huía para evitar que le siguiera pintando más. Por suerte, aún tenían que pintar todo y aquellas cosas que mancharon por el camino no fueron relevantes.
Se pusieron serios con su labor cuando vieron que la hora de la comida se aproximaba y aún no habían hecho nada más que salpicar al suelo. Laura aprobó el tono vainilla para las paredes del salón y mientras él comenzaba a pintar a grandes brochazos, ella empezó a tapar el suelo con papel de periódicos.
A las tres de la tarde aún quedaba mucho por hacer, pero sus estómagos rugían clamando comida a toda costa. Llamaron a una pizzería a domicilio y se la comieron con mucho gusto, con la cara embadurnada de pintura y sus uniformes, unos pantalones blancos y unas camisetas que había comprado Álvaro para la ocasión en una tienda de vestimenta para trabajadores, llenos de manchas. Estaban sentados en el suelo, bebiendo coca-cola directamente de las latas y con las pizzas sin sacarlas de su embalaje de cartón.

— Dios, ésta está buenísima —le dijo Álvaro con la boca llena invitándola a coger un trozo. Laura la miró mordiéndose los labios mientras pensaba en su sabor y cogió una porción y la saboreó dando unos gemidos.
— Tenemos más hambre que el perro de un ciego.
— Ya ves… Bueno, y ¿De qué color vas a querer la habitación? ¿De color melón? —bromeó mientras terminaba de tragar y bebía un sorbo de refresco.
— Anda, en lugar de vacilarme, por qué no tienes un poco más de educación y háblame con la boca vacía —le recriminó como si ella fuese muy diferente a él—. Tan pijo para algunas cosas y tan vulgar para otras.
— Discúlpeme, señora marquesa —respondió seguido de una reverencia—. Pero yo no soy pijo.
— Álvaro… que nos conocemos… Hasta has comprado ropa para que pintemos en lugar de buscar algo viejo y feo que no nos pongamos ya… eres un pijín.
— Vale, lo que tú digas, pero de qué color quieres que pintemos nuestra habitación —le cambió de tema.
— De color salmón —respondió con firmeza.
— ¿Eso no es un pescado?
— ¡Qué no me vaciles! —le amenazó intentando evitar sonreír, pero era imposible. Álvaro le estaba mirando con esa expresión de picardía, casi de reojo, pendiente de su reacción y muy divertido. No, así no podía ponerse seria lo cual le reventaba. Parecía que siempre lograba quedarse con ella. Y de rabia le tiró el borde de la pizza—. Gilipollas.

La habitación, como ella había dicho, la pintaron de color salmón. Al principio Álvaro había cogido la brocha y había empezado a dibujar pececitos en la pared con el resultado de la mezcla, hasta que Laura le reprendió y los borró todos dando una capa firme de pintura.
Y ya a media tarde, salón y habitación estaban perfectamente pintados, bueno tanto como perfecto no, pero daba el pego. Era impresionante como cambiaba aquella casa con una simple mano de pintura. Parecía más grande, más limpia… menos el pasillo, que daba a la puerta de la calle que estaba atestado de bolsas de basura, muebles viejos y feos y un sinfín de cosas que debían llevar al contenedor. Tiraron todos esos enseres poco a poco, cogiéndolos a pulso y transportándolos con mucha tranquilidad. A Laura se le resbalaban los muebles más aparatosos de coger, y menos mal que iban a la basura porque a mitad del camino ya iban medio destartalados. Dejaron la casa prácticamente vacía y dejaron el pasillo y la otra habitación para el día siguiente: estaban agotados.
Pero no querían quedarse en casa, más que nada porque aún no se podía hacer nada allí y el olor de pintura le ponía mal cuerpo a Álvaro. Así que, se ducharon, se vistieron y se fueron a dar una vuelta, a conocer Madrid.

1 comentario:

  1. Jejeje, con eso de la Play Station y la Super Nintendo has hecho un guiño a tu afición por los videojuegos ¿o me lo parece a mi?

    Buf, mi padre es pintor, y como miembro de una familia numerosa de clase media, más de un verano me he pasado echándole una mano pintando casas, bajos, almacenes o lo que hubiera que hacer y te aseguro que es muy cansado y aburrido pero da un gusto verlo todo tan limpio después, eso sí, nunca tuve el privilegio de pintarme la cara con alguien o jugar con la brocha, porque si no me caía una reprimenda de mi padre que buf...........

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