Los Viteri: los hermanos Viteri (1.3)

Marcos trabajaba en un taller mecánico de coches. Desde que era muy pequeño había manifestado una gran afición por el mundo del motor. Quería ser piloto de fórmula uno y se había pasado infinidad de tardes en los circuitos de carreras observando a los pilotos cómo corrían a toda velocidad. Años atrás intentó por todos los medios tratar de encontrar algún padrino que le ayudase a entrar en ese mundillo, pero fue imposible. Así que, una vez acabado la educación superior, inició un grado de formación profesional sobre mecánica de coches y al finalizar logró trabajo en un taller cercano a su casa. Y ahí estaba desde hacía siete años.
Víctor, por la contra de su hermano mayor, tenía una gran inestabilidad laboral. Trabajaba en lo que encontraba: de camarero, de secretario, de mozo de almacén... y sólo lo hacía para pagar sus estudios. Trabajaba un poco y después lo dejaba. Decía que no quería encontrar un trabajo duradero sino era de lo suyo, de lo que había estudiado, para no acomodarse y dejar de lado su carrera. El pequeño de los hermanos había ido a la universidad, se había sacado la carrera de arquitectura y ahora aprovechaba cualquier curso que le ayudase a complementar su currículo hasta que encontrase trabajo en algún estudio de arquitectura. Ahora mismo no trabajaba en nada y tan sólo se dedicaba a buscar algún curso para iniciar con la vuelta de las vacaciones.
Ya de nuevo en soledad, Laura prosiguió con su maleta intentando en no detenerse a pensar más de la cuenta. Daba igual que su habitación fuera a ser invadida por su hermano. Por otro lado Marcos tenía razón, y sabía que todos sus miedos, a pesar de ser normales, no tenían base alguna. Lo recogió todo, al menos lo que pensaba llevarse, y dejó un poco de ropa fuera para usar durante aquellos cuatros días que le quedaban aún en Alicante. Víctor no tardó mucho en llegar e hizo compañía a su hermana para evitar así que pensase más de la cuenta.
Estaban bien, eran felices juntos y aquellos cuatro días estuvieron mejor que nunca. Viejas anécdotas, buenas cenas y grandes paseos… aprovecharon esos días al máximo hasta la llegada del viernes.
Laura se había levantado temprano y había revisado todo de nuevo. No quería olvidarse de nada, aunque estaba segura que en cuanto llegase a Madrid y deshiciera la maleta, algo echaría en falta. Marcos se levantó temprano, ayudó a su hermana en todo cuanto necesitó y luego llegó el momento de despedirse de ella. Él tenía que irse a trabajar y a su vuelta, Laura ya habría salido hacía Madrid.

— Bueno, yo debo irme a trabajar —le comunicó a pesar que no le apetecía nada tener que pronunciar esas palabras.

Ella le miró y sonrió disimulando su mueca de disgusto. Aquel momento era más difícil de lo que había pensado y separarse de Marcos, de su hermano y compañero de juergas, supuso un mal trago.

— Dame un abrazo, guapa —le dijo mientras la cogía y la agarraba con energías. Quería sentirla muy fuerte y muy cerca, como si aquel abrazo le fuera a dar fuerzas hasta la próxima vez que se volvieran a ver.
— Cómo no vengas a verme, te juro que te mato —le comentó con un nudo en la garganta.
— En cuanto tengas la casa lista, me lo dices y voy volando —respondió emulando a superman.
— Más te vale.

Le dio un beso muy fuerte en la mejilla y después cogió su cazadora, las llaves de su coche y se acercó a la puerta para irse. Laura no le perdió de vista ni un sólo instante y cuando él llegó a la puerta y la abrió, se giró y le lanzó un beso al aire.

— Llámame en cuanto llegues para quedarme tranquilo —le pidió su hermano y ella asintió.

Y cuando él cerró la puerta, ella no pudo evitar que un par de lágrimas brotasen de sus ojos. Pero era algo normal ¿No?
El golpe de la puerta despertó a Víctor, quien seguía durmiendo placidamente, haciendo que saliera al encuentro de su hermana. Cuando la vio, le dedicó una de sus encantadoras sonrisas y se acercó a ella.

— ¿Ya nos toca llorar? Pues pronto empezamos —ella rió, una de esas risas que no tienen ningún sentido y que pueden que estén fuera de lugar, pero poco le importaba.
— Eres un gilipollas.

Los dos desayunaron, ella por segunda vez (una con cada hermano), mientras Víctor le preguntaba por todo lo que tenía que hacer en cuanto llegase a su nueva casa. Las maletas, pintar, restaurar, amueblar, buscar un trabajo… iba a estar muy ocupada y lo cierto era que debía haberse ido a principio de semana, con Álvaro, para adelantar en todas esas cosas. Pero había preferido aprovechar la semana para estar con ellos dos.

— ¿A que hora debes estar en Madrid? —le preguntó Víctor mientras se llevaba una tostada a la boca
— He quedado con Álvaro para la hora de comer —instintivamente, los dos miraron el reloj, las diez y media de la mañana.
— ¿No crees que llegas un poco tarde? ¿Te dará tiempo a llegar?
— Pues no lo sé —respondió mirando a la puerta—. Estoy esperando a mamá. Había quedado con ella para despedirme.
— Pues yo que tú la llamaría, no vaya a ser que se le haya olvidado.
— Cómo se le va a olvidar… Estará al llegar.

Pero las manecillas del reloj avanzaban y Raquel no aparecía. Cuando marcaron las once de la mañana, Laura optó por hacer caso al pequeño y la llamó. Estaba en casa de Teodoro, en Elche:

— Hija, discúlpame pero no voy a poder… Teodoro está haciendo unas cosas y tengo que estar con él —se justificó.
— Pero mamá, que me voy hoy —le contestó, incapaz de entender qué era lo que Teodoro estaba haciendo que impedía a su madre a ir a despedirse.
— Hija, no te pongas así. Cuando llegues a Madrid, llama a tus hermanos para que se queden tranquilos y mañana hablamos.

Y sin más explicación, su madre cortó la llamada. Laura se quedó estupefacta, con el teléfono en una mano y la boca abierta mientras miraba a su hermano. Él observaba la escena con curiosidad, pero Laura no decía nada… simplemente no daba crédito.

— ¿Qué te ha dicho? —le preguntó finalmente mientras bebía su vaso de leche.
— Que no viene —respondió colgando el teléfono de muy mal humor. Suspiró como si tratase de calmarse y Víctor intentó restarle importancia.
— Venga Laura… no le des importancia
— ¡Qué no le de importancia! A saber que coño está haciendo el desgraciado ése como para que no pueda venir a despedirse de mí.
— Estará contando cuantos guisantes vienen en una lata de un kilo y perderá la cuenta a la mitad… no le des importancia…
— No, si la culpa no es de él... es de ella que cualquier imbecilidad sirve de excusa para hacer lo que él quiere.
— Venga Laura… no te vayas enfadada… si ya sabes como es. No se lo tengas en cuenta.
— Eso es lo peor de todo, que como sabemos como es, le disculpamos todo lo que hace… —respondió indignada—. ¡Pues ella también sabe como soy yo! Y debía prever que me iba a enfadar si no venía. Qué pasa, que yo tengo que disculparla porque sé como es y ella no puede hacer lo mismo ¿Es eso?

Se levantó de la silla y salió de la cocina indignada. Se fue hasta el salón y allí se sentó en el sofá, como había hecho otras tantas veces cuando se enfadaba con su madre. Víctor estaba más que acostumbrado a esas escenas. Laura y Raquel tenían un carácter muy similar: cabezonas como ellas solas y orgullosas. Se levantó y se dirigió hacia el salón para escuchar a su hermana. Era el momento de oír las grandes quejas de una hija hacia su madre, dónde el pasado volvía al presente convertido en una lista de reproches: la actuación en la que hizo de Julieta a la que su madre no fue a verla, la indiferencia ante su relación con Álvaro, la poca frecuencia con la que se veían… era el cuento de nunca acabar y lo cierto era que todas estas diferencias se incrementaban cuando su madre empezaba a salir con algún hombre nuevo.

Por suerte, Víctor ya era todo un profesional en escuchar los lamentos de madre e hija y siempre sabía qué decir para consolarlas y que olvidasen sus diferencias. Aquella mañana no fue menos y, tras dejar que escupiera todo lo que necesitaba escupir, Laura se relajó. Miró a su hermano y se echó a reír.

— Siempre te mareo con lo mismo —le dijo mientras le cogía de la mano.
— No te preocupes… Para eso estamos¬.
— Entiéndelo, con Marcos no puedo hablar de estas cosas. Es de lo único que no puedo hablar con él… Siempre se pone de su lado. Tú eres más neutral.
— Tengo más paciencia… simplemente. Por cierto… Son las doce. Álvaro no come hoy me parece.

Laura miró con presteza el reloj e inmediatamente se levantó sobresaltada, consciente de que llegaría más tarde.

— Me voy corriendo —dijo ella. Agarró la última maleta que le quedaba por meter en el coche y se dirigió a la puerta.

Víctor se ofreció a acompañarla hasta el coche, donde se despediría de ella y salieron los dos con paso firme… hasta que llegaron al automóvil. Metió la maleta en el maletero y miró a su hermano. Pero el pequeño estaba hecho de otra pasta diferente a la de Marcos, y Laura podía ver su pena y su tristeza.
Puede que suene extraño o incluso que haya gente que no lo entienda, pero Laura se alegró al ver que causaba ese sentimiento en su hermano. Su marcha le importaba más de lo que ninguno de los dos podía pensar.

— Al final vas a ser tú quien se eche a llorar —dijo tratando de disimular sus propias lágrimas.
— Anda tonta, márchate ya que sino el pobre Álvaro se morirá de hambre.

Abrió el coche y le dio un suave beso en la mejilla, pero él no dejó que se fuera así sin más y le abrazó durante un minuto.

— Cuídate, ¿Vale? —pidió Víctor.
— Y tú ven a verme —solicitó ella.
— Iré más pronto de lo que te crees.

Ella sonrió y entró en su coche. Arrancó y se alejó sin dejar de observar por el retrovisor interior la silueta de su hermano, que poco a poco se iba haciendo más pequeña, hasta que desapareció. Y una hora después del inicio de su viaje, Álvaro llamó por teléfono desconcertado por su tardanza.
Llegó a Madrid a las cinco de la tarde, había parado un buen rato en una gasolinera. Según le dijo a Álvaro porque tenía mucha hambre, pero la verdad fue que no comió nada, tan solo pensó en la posibilidad de volver a Alicante. Pero toda pena que pudiera haber sentido cuando se marchó de su casa se disipó cuando llegó a su nueva casa. Era horrible, muy fea como habían dicho sus hermanos, pero era su casa y ante sus ojos aparecían miles de bellos de rincones que aún estaban por descubrir.
Se llevó las maletas a su habitación muy emocionada e ilusionada, mientras su novio se disponía hacer algo para cenar, y se puso a deshacerlas… Fue entonces cuando echó algo en falta: a sus hermanos.

FIN CAPÍTULO UNO

1 comentario:

  1. ¿esta es la historia que ya tenias escrita y que aun no habias publicado? ?verdad? Gran idea. Así podemos disfrutar de ella

    espero ansiosa el inicio de capitulo 2

    PD: te estoy comentando todo de golpe, jaajaj. Primero leo y después comento que llevaba tiempo sin pasar por tu casa online

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