Frente a frente

Ya faltaba poco, media hora minuto arriba o abajo, y los dos estaban preparándose para su cita diaria, porque ya sabían lo que iba a acontecer a las veintiuna horas y doce minutos. Eran ya muchas las semanas que sucedía, cuando llegada esa hora exacta empezaban a sentir una presencia, los cristales se empañaban y las luces de la casa parpadeaban hasta quedarse a oscuras.
Entonces, aquella imagen se iba formando delante de sus ojos, al tiempo que un quejido empezaba a cobrar más fuerza. Hasta que, finalmente un destello los cegaba y durante un minuto podían verse, frente a frente. Solían terminar gritando y huían por el largo pasillo hasta que, tres minutos después, las luces volvían a encenderse, los cristales dejaban de estar empañados y allí, con ellos, ya no había nadie. Volvían a estar solos.
Pero ¿Quién era el aparecido? Y ¿Por qué volvía cada día? Aquellos temas alejados de toda lógica atentaban con todo lo que creían, y si no llega a ser porque lo estaban viviendo, jamás lo hubieran creído.
Así ella decidió buscar información para poder hacer frente a un problema que le impedía hacer su vida con tranquilidad. Encontró varios libros en la biblioteca particular, que su padre le dejó en herencia, y halló varios testimonios y documentos que le advertían que aquella hora podía ser un indicativo del momento exacto en el que su fantasma falleció, y le invitaban enfrentarse a él, que le escuchase para ayudarle hacer el viaje al más allá, pues sólo así abandonaría su casa.
Él también buscó soluciones, porque aquellas apariciones le estaban afectando y su obsesión por ella iba en aumento según transcurrían los días. Así que, recordando lo que le dijo su hermano hacía mucho tiempo, decidió reunir todo el coraje que pudiera para hablar con ella en la próxima aparición. Esta vez no saldría corriendo y, convencido de que a esa hora se abría una puerta entre su mundo y el de ella, acudió una vez más a su encuentro diario.
Estaban dispuestos a descubrirse frente a frente una noche más, y se prepararon como si tuvieran una cita con alguien especial, alguien a quien ansiasen ver. Eligieron sus vestimentas con dedicación, se asearon y se echaron perfume sumergidos en miles de dudas, mientras miraban el reloj sintiendo cómo las agujas empezaban a moverse sin pausa para anunciar el temido momento.
Ella llegó al extremo del pasillo, con un suéter negro y unos tejanos, el pelo suelto y sus ojos bien abiertos, mientras daba pequeños pasos titubeantes con el corazón latiendo con fuerza, como si fuera a desbocarse de su pecho en cualquier momento.
En el otro extremo estaba él, con el rostro pálido y sujetando un amuleto, mientras el reloj que había suspendido en medio sonaba como un gran estruendo, advirtiéndole del tiempo que quedaba, pues ya eran las veintiuna horas y ocho minutos.
Los cristales comenzaron a empañarse, la bombilla de la lámpara a parpadear y a los dos se les erizó el vello de todo su cuerpo sintiendo el frío que les envolvía. Ella susurraba cosas para sí misma y él estaba lamentándose de estar ahí, deseando irse de inmediato. Hasta que finalmente se detuvieron a mitad del camino, aún sin verse, frente a frente, como cada día. Y entre medias, colgado de la pared, el reloj contando los segundos que faltaban.
Las luces se apagaron y la oscuridad los invadió hasta que sus ojos empezaron a acostumbrase. Y así, lentamente, sumergidos en un mundo de tonos negros y grises, empezaron a dibujar la imagen del otro, a encontrarse, mientras continuaban con esos quejidos haciendo acopio de valor para no salir huyendo.
En ningún momento dejaron de pensar en ese guión ensayado durante las horas anteriores, pero ya se habían olvidado de él y no sabían qué era lo que tenían que hacer. Hasta que llegó el destello de luz que los cegó y segundos más tarde se encontraron como cada día. Pero esta vez no salieron corriendo, sino que se quedaron inmóviles, dejando sus ojos clavados en los del otro y sin poder pronunciar palabra alguna… Aquella mirada era tan familiar.
Y entonces levantaron las manos suavemente, con el pulso temblando, y separando bien los dedos, hasta que sus yemas se encontraron rozándose con suavidad, recordando que hacia unos meses, él y ella viajaron en el mismo coche, riendo y cantando hasta desgañitarse tras haber pasado uno de los mejores días de sus vidas. Hasta que al girar en una curva, las luces largas del coche que venía en dirección contraria les cegó, obligándoles a dar un volantazo. El coche se estrelló, dio varias vueltas y lo último que recordaron era el reloj del salpicadero marcando las veintiuna horas y doce minutos.
-No puede ser -dijo ella- no puedes ser tú.
-¿Qué pasó aquel día? -preguntó él con un nudo en la garganta- ¿Por qué no estabas a mi lado cuando desperté?
-¿Por qué no estuviste tú? -le respondió mientras sus dedos se aferraban con fuerza.
-No lo sé… pero no es justo.
-¿Dónde estás ahora?
-Yo en casa ¿Y tú?
-Yo también. Pero no me refiero a este instante, sino cuando no nos vemos.
-En casa –repitió extrañado.
-Yo también… ¿Entonces?

El reloj marcó las veintiuna horas y trece minutos y como cada día, la imagen del otro desapareció y la bombilla volvió a encenderse dejándolos en una inquietante soledad, con la mano suspendida en el aire dudando sobre lo que ocurrió aquel día y preguntándose por qué hasta hoy no habían reparado en ello.

Se habían encontrado con el espíritu de la persona a la que más amaban, pero ¿Quién era el fantasma? ¿Él? ¿Ella? ¿O tal vez los dos?.. Aún lo sabían.

3 comentarios:

  1. La segunda vez que leo el relato, y me sigue pareciendo tan impaztante que me quedo SIN PALABRAS

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  2. Cuando menos inquietante el relato. Si lo ve Iker Jiménez te pide un estudio jejej

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  3. Este relato lo presenté en uno de los primeros certámenes de Bubok. Creo que quedé segundo o tercero. NO recuerdo bien.

    Espero que os haya gustado (Y a ver si me da la inspiración para hacer otros nuevos y no daros refritos jajaj)

    Welcome Back, Miguel!

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