Épsilon II ya en Libro Virtual

Cómo ya informé el martes pasado, a partir de hoy 16 de febrero se puede disfrutar de la lectura online de la segunda parte de Épsilon II, el hijo de la luz. Sólo tenéis que pinchar en este enlace para proceder a su lectura. No obstante, os dejo con su prólogo. Podéis continuar con el resto en Libro Virtual (Ah, y si todo va bien, a finales del mes que viene ya tendréis del final de la historia)

Prólogo
La noche era fría, con una ligera brisa que acariciaba las olas de las aguas tranquilas de aquellos mares, y una inmensa luna llena se erguía en el cielo acompañado de un centenar de estrellas. Apenas se oía ruido alguno, tan solo el sonido del barco moviéndose lentamente y el silbar del viento al chocar contra el armazón, con sus cubiertas prácticamente vacías, donde tan solo había un par de hombres vestidos con uniformes negros aguardando la llegada de sus superiores.

Sin embargo, dentro del barco el ritmo de trabajo era desmedido y acelerado, con un sinfín personas caminando con gran celeridad sobre los pasillos, el sonido de megafonía replicando sin cesar dando las instrucciones y una pequeña sirena sonaba con pitidos intermitentes. Allí todo se estaba preparando para ejecutar la primera misión.

El interior del barco era enorme, bueno, en realidad el propio barco era de proporciones desmedidas; de 450 metros, con un poderoso y fuerte armazón de color negro donde se podía leer en los laterales la siguiente inscripción: Faith S.A. Proyecto 725 y debajo había una "E" de color gris claro. Tenía tres torreones de control donde salía un haz de luz que iluminaba las aguas por las que transitaban y, en la cubierta superior, había un helicóptero que había aterrizado hacía escasos minutos: Sus hélices aún estaban en movimiento.

Aquel helicóptero había traído al colosal barco a una de las personas más respetadas y temidas por la tripulación. Un hombre de mala fama y de bastante relevancia dentro de la empresa. Su llegada anunciaba el momento que todos estaban esperando, y después podrían volver a casa tras muchos meses navegando por aquellos mares. Tal vez ese hecho era lo único que provocaba alegría a los marineros.

Se trataba de un hombre joven, de treinta y dos años, moreno y fuerte. Siempre solía vestir bastante informal, a pesar de su relevancia dentro de la empresa, y aquella noche no fue distinta, con unos vaqueros y una camisa morada con algunos botones desabrochados. Se dirigió al interior de uno de los torreones y bajó por las escaleras que le llevaba a la sala de control situada en las plantas bajas. Iba acompañado de sus hombres, un escuadrón de despiadados matones expertos en todo tipo de armas.

La mayoría eran antiguos soldados, legionarios desertores de los ejércitos de sus países que aceptaron trabajar para la empresa como única salida. Siempre iban de negro, con los rostros cubiertos y exhibiendo sus armas de precisión a sus espaldas, el cinturón con la munición y un revolver escondido entre sus botas de punta de acero. Aquéllo provocaba una espeluznante imagen que causaba pavor a más de uno, que les hacía contener la respiración y mirar hacia otro lado para evitar cruzar sus ojos con los de aquellos hombres.

El sonido de los pasos chocando contra el metal del suelo anunciaba a todos los tripulantes de la llegada de aquel hombre, dándoles tiempo suficiente para apartarse de su camino para dejarle vía libre hasta la sala de control, donde se encontraba el señor Vázquez, el capitán del barco. Aquel hombre abrió la puerta y entró en la enorme sala, atestada de mesas llena de ordenadores, pantallas y paneles de control, donde una decena de personas confluía sentada en las sillas de sus puestos. En el centro, subido en una tarima visionándolo todo, estaba Vázquez, vestido de uniforme azul marino y con una gorra tapándole su pelo corto.

- Buenas noches -le dijo el hombre al tiempo que Vázquez se volvía para encontrarse con él.
- Buenas noches Señor Ortuño, se ha demorado -observó mientras extendía la mano para estrecharla con la suya.
- Sí, hemos tenido un problema con el helicóptero ¿Está todo listo?
- Faltan un par de cargas en el quinto compartimento y estará preparado.
- Pues que se den prisa. Son las tres de la mañana y todo debe haber empezado antes del amanecer, si no Rumsfeld se enfadará mucho.
- Tranquilo, hay tiempo -contestó con severidad-. ¿Quiere inspeccionarlo antes de la operación?
- Por supuesto -asintió Ortuño.

Así, los dos comenzaron a caminar saliendo de aquella sala para la tranquilidad de la docena de personas que se encontraba alrededor de ellos. Anduvieron por los estrechos pasillos del barco, haciéndose paso entre algunas de las personas que corrían para preparar la misión que les habían encomendado, hasta que llegaron a unas escaleras por las que bajaron para entrar en un gran hangar donde un centenar de hombres arrastraban unas descomunales moles de acero con máquinas.

Ortuño se detuvo sin terminar de descender por las escaleras, observando desde las alturas la perspectiva del lugar; con la cantidad de hombres trabajando a contrarreloj, colocando aquellos artefactos en sus ubicaciones, el ruido de las máquinas y el sonido de megafonía del subcapitán que seguía dando instrucciones.

- Como puedes observar, está casi todo listo... En cuanto terminen esos hombres, podemos poner en marcha toda la operativa -comentó Vázquez.
- Me alegro... y Rumsfeld también se alegrará -respondió Ortuño quedándose en un breve silencio.
- Y ¿Cómo están los ánimos por el otro lado?
- Bueno, puedes imaginártelo... la expectación crece por momentos ante el final del proyecto... Han sido muchos años enfrascados en él.
- Toda una vida, diría yo... Llevo metido en el proyecto 725 desde que entré en Faith. No me imagino otra cosa que no sea esto... Da un poco de pena.
- Te entiendo, a mí también me costará hacerme a la idea de que todo esto ya se ha acabado.

El golpe de una de las moles cayéndose lentamente interrumpió la conversación entre los dos hombres, quienes se sobresaltaron con los gritos de los trabajadores que se apartaron corriendo para evitar ser aplastados. La mole, un grandioso cubo alargado cuyo contenido nadie conocía a excepción de Vázquez y Ortuño, se precipitó contra el suelo chocando contra otra y haciendo que las dos se cayeran como dos fichas de dominó destrozando uno de los toros mecánicos. Por suerte, el torero tuvo tiempo de reaccionar y salió de su máquina antes de que éste fuera brutalmente aplastado.

- ¡Se puede saber que cojones están haciendo! -gritó Vázquez al tiempo que terminaba de bajar las escaleras hasta llegar al lugar donde se habían caído la mole.
- Disculpe Capitán, se nos fue la máquina -respondió uno de los trabajadores.
- ¡Cómo que disculpe! ¿Acaso no sabe que andamos con retraso? -intervino Ortuño-. Éste incidente nos retrasará aún más.
- A ver, disculpe a mis hombres -interrumpió un hombre de pequeña estatura y de espalda muy ancha-. Las prisas les ha llevado a equivocarse. Por suerte no tenemos que lamentar pérdidas humanas.
- Y a mí eso que me importa -respondió Ortuño-. Dígale a sus hombres que no están transportando palés de comida, ¡Qué tenga un poco de cuidado, por favor!
- Disculpe Señor Ortuño, pero estas cosas casi matan a varios de mis hombres... Debería ser un poco más comprensivo ¿No cree?
- Sus hombres deberían ser más cuidadosos, por ellos y por su trabajo... Y ahora haga el favor de ordenarles que se pongan al tajo de inmediato y que lo coloquen en sus compartimentos inmediatamente... No podemos demorarnos más y si no está todo listo para antes de que salga el sol, tendremos que suspenderlo para mañana.
- Venga Ortuño, relájate y vámonos de aquí para que puedan colocar este estropicio -propuso Vázquez interponiéndose entre los dos para evitar cualquier disputa. Aquel encargado tenía muy mal humor y solía meterse en problemas innecesarios sin importarle nada la persona con la que se enzarzaba. Se volvió hacia él y le dijo con firmeza-. Ya puedes arreglar esto cagando leches.

Los dos hombres salieron del hangar por el mismo lugar por donde habían entrado, dejando a los trabajadores terminar con sus labores a toda la velocidad que podían. Por suerte, Ortuño no escuchó al encargado, que permaneció mirándole fijamente hasta que desapareció, al tiempo que le decía entre dientes: gilipollas.

Vázquez sabía que el pequeño incidente provocaría aún más retraso del que ya llevaban, y aunque ya daba por abortada la misión para esta madrugada, aguardó silencio para no preocupar más a Ortuño. Le llevó hacia el laboratorio donde tenían guardado un sinfín de experimentos pendientes de probar, aunque no habían tenido el tiempo suficiente para ello y así, con esta visita, confiaba en distraerlo mientras los mozos continuaban a destajo.

- Veo que sigues de muy mal humor. Desde que te dejó tu novia estás bastante irascible -comentó con cautela mientras buscaba la llave que abría la puerta.
- Ya tengo superado lo de Lucia... en realidad creo que jamás me importó -mintió.
- Sí, ya... de todos modos, deberías controlarte o te va a salir una úlcera.

Vázquez abrió la puerta y un intenso olor a probetas y compuestos químicos les inundó a ambos despertando el interés de Ortuño, quien empezó a divagar por la sala observándolo todo.

- ¿Se sabe que se hará con esto cuando todo el proyecto esté cerrado? -preguntó Vázquez, pero Ortuño no respondió. Simplemente se dedicó a caminar mirando los estantes, leyendo algunas de las inscripciones de los contenidos de los frascos, y cogiendo algunos de los documentos que andaban sueltos por las mesas.

Era un laboratorio bastante grande, lleno de armarios y vitrinas, todas cerradas y protegidas por contraseñas para evitar que cualquiera pudiera hacerse con alguna de las cosas que allí se guardaban, pero lo realmente peligroso, lo más importe que se alojaba entre aquellas paredes, estaba tras una puerta acorazada situada en el otro extremo. Él no tardó en reparar en ella, volviéndose hacia Vázquez quien lo observaba mientras pensaba en el pequeño percance sufrido en el hangar.

- ¿Es ahí donde están guardadas? -preguntó Ortuño.
- Así es, pero no me pidas que la abra, el sistema de seguridad impediría que estuviera listo en poco tiempo y aún tenemos una misión que cumplir.
- ¿Me lo dices o me lo cuentas? Fui yo quien elaboró el protocolo de seguridad ¿Recuerdas?
- Como no recordarle, me acuerdo de toda tu familia cada vez que tengo que activar los protocolos de seguridad -ironizó el capitán.

Aquel comentario despertó el humor en Ortuño, logrando que se dibujase una sonrisa mientras volvía la mirada a los estantes para continuar a examinarlos. Allí permaneció un largo rato, con Vázquez en la puerta un tanto ausente, hasta que uno de los tripulantes interrumpió en la sala.

- Disculpen, el encargado del hangar está intentando contactar con ustedes a través del intercomunicador -informó con cautela.
- Ahora vamos -respondió Vázquez.

El camino de vuelta a la sala de control fue a un paso rápido. En los pasillos ya apenas había personas. Todos habían ocupado sus puestos, todo estaba preparado para iniciar la misión.

- ¡Capitán, el señor Flint está a la espera! -informó uno de los operarios.

El capitán se acercó hacia el panel de control, cogió en intercomunicador y apretó el botón derecho al tiempo que se acercaba al micrófono.

- Dígame, Flint.
- Ya están todos los artefactos situados en sus ubicaciones y todo el personal ya ha abandonado la sala. Preparados para ejecutar la misión ¡a tiempo! -exclamó el encargado, como si quisiera dar entender algo pero sin decirlo. Ortuño miró al capitán desconcertado, pero tampoco quiso entrar en cualquier tipo de polémica.
- Recibido. Empezaremos la misión -dejó el intercomunicador y se volvió hacia Ortuño, quien permanecía expectante, aunque les había escuchado perfectamente-. Está todo listo… ves como daba tiempo, te pueden las prisas.
- Aún no hemos empezado, no cantemos victoria. Seguro que algunos de sus subordinados está a tiempo de estropearlo todo de nuevo.
- No seas así -replicó Vázquez.
- Saldré a la cubierta para ver si sale bien.
- Entendido, yo me quedaré aquí para dirigir la operación. Te avisaré a través del intercomunicador del momento del inicio.

Ortuño asintió y se marchó de la sala para volver a las cubiertas, donde observaría el inicio de la primera operación que pondría fin al proyecto 725, y aunque no le gustase reconocerlo, también se sentía apenado por poner fin a toda una historia, a una gran ambición que durante tanto tiempo había sido todo para él.

Salió acompañado, como no podía ser de otro modo, por dos de sus hombres, quienes aprovecharon el momento para encenderse un cigarrillo mientras él se acercaba a la barandilla de la cubierta más baja de todo el barco. Sentía el frío aire rozar su piel y pensó que en tal vez había salido demasiado desabrigado para una noche tan gélida. Todo estaba oscuro y en el horizonte no se veía nada que no fuera el agua del vasto mar.

- Ortuño, todo listo y completada la primera fase. Ponemos en marcha las ubicaciones en dos minutos… Disfruta del espectáculo -dijo Vázquez desde la sala de control y Ortuño solo sonrió, acercándose al intercomunicador para confirmar el mensaje.
- Muy bien, recibido.

El silencio que reinaba en la cubierta desaparecía lentamente con el sonido de las miles de máquinas que empezaban a trabajar desde el interior del barco, abriéndose unas anchas compuertas ocultadas tras el enorme caparazón, mientras el agua del mar empezaba a entrar con fuerza. Pero no pasaba nada, aquel barco estaba preparado para ello. Notó como una onda de calor empezaba a caldear el ambiente y las sirenas de todo el navío comenzaron a replicar sin cesar, avisando a todos de la maniobra. El intercomunicador se accionó una vez más, pero esta vez Ortuño no se acercó a responder.

- En tres, dos, uno y…

Desde la sala de control, Vázquez accionaba los últimos botones e introducía los comandos del protocolo de seguridad que daba por iniciada la operación, y al apretar el botón Intro, algo en el hangar falló. Una gran explosión se pudo oír desde el interior del barco y una gran llamarada de fuego empezó a discurrir entre los pasillos destruyéndolo todo.

Ortuño se volvió extrañado. Algo había fallado. Pero cuando se acercó al intercomunicador para contactar con la sala de control, la explosión reventó el armazón partiendo el barco en dos partes. Él salió propulsado por los aires hasta el mar, pero sus dos hombres no tuvieron la misma suerte, pues la explosión les impactó de pleno provocándoles una muerte instantánea.

El agua estaba fría, demasiado para su gusto, pero había tenido suerte, pues gracias a ella se había salvado. La explosión le había lanzado bastante lejos del barco, donde el fuego se mezclaba con el agua, apagándose lentamente, y hundiéndose sin ningún tipo de salvación, tanto para él como para todas las personas que estaban a bordo. Permaneció aturdido y desorientado haciendo un esfuerzo por mantenerse a flote, mientras veía como el barco se sumergía en el agua, primero una parte y después otra, y él no podía hacer nada. Tan solo alejarse de allí cuanto antes sino quería que la succión le arrastrase a él también.

Así emprendió la huída del lugar, pero ¿Adónde? Aún estaba lejos de cualquier sitio como para ir nadando, aunque nadar era su única oportunidad. Así pues, Ortuño comenzó a alejarse dando pequeñas brazadas en el agua para procurar guardar todas las energías posibles, aunque algo en él le decía que tan solo un milagro podría salvarle. Pasadas unas horas y aún con el olor de las llamas del barco asomando en su olfato, empezó a sentir como no podía más. Había tragado demasiada agua y la desesperación de vivir había remitido ante el cansancio. Ya no podía más y de pronto se vio envuelto en un remolino de agua verde que le iba arrastrando hasta el fondo del océano mientras veía la claridad de las estrellas como se iban apagando lentamente.

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