Desconocido

Estaba bastante aturdido cuando desperté en aquella habitación, oscura, lóbrega, de una sola ventana con una persiana veneciana que impedía que pasase cualquier tipo de luz y con una cama deshecha y húmeda. No recordaba nada y me dolía mucho la cabeza, imagino que provocado por una herida que tenía en la sien por donde la sangre resbalaba hasta desprenderse de mi cara. Me levanté del suelo, miré a mí alrededor y después me inspeccioné minuciosamente en busca de alguna pista que me indicase dónde estaba y por qué estaba ahí. Pero no encontré nada. Ni en los bolsillos de mi tejano ni en mi camisa. Así que empecé a andar por aquel lugar con pasos lentos y dubitativos hasta que me detuve enfrente del espejo del tocador. Me miré a los ojos bajo la tenue luz, observé horripilado la herida que tenía y después me palpé el rostro notando cómo raspaba la barba ¿Cuántos días llevaba ahí tendido?
Sin querer pensar mucho, y sin recordar todavía nada, salí de allí descubriendo un largo pasillo con cuadros de hermosas mujeres desfilando en ambas paredes. Eran fotografías profesionales y posiblemente se trataban de modelos. No obstante, ninguna me resultó familiar. Llegué al salón y suspiré mientras miraba el tétrico mobiliario y las ostentosas cortinas que cubrían los cristales, pero nada logró que recordarse. Así que me puse a contemplar las estanterías repletas de marcos pequeños con más mujeres. Todas sonrientes, hermosas, algunas incluso desnudas… hasta que me detuve en una de ellas donde una chica de larga melena pelirroja parecía señalar invitando al fotógrafo a seguirla. Tomé el marco entre mis manos y pasé las yemas de mis dedos por el cristal logrando así que la imagen de ella pasase por mi mente como un vago recuerdo donde la chica y yo bailábamos sobre una pista de baile. Pero nada más.
Dejé el marco sobre la estantería y proseguí mi inspección por la extraña casa frotándome los ojos con fervor, para ver si lograba quitarme el aturdimiento de encima. Hasta que finalmente llegué a otro dormitorio, vacío, con sólo una cama y un álbum de fotos tendido sobre ella. Di varios pasos hasta que llegué a él y lo abrí. No pude evitarlo. Lo solté de inmediato como si tuviera alguna enfermedad, impactado por la primera imagen que había visto: una mujer morena brutalmente asesinada, con un corte desde el esternón hasta la ingle por donde se descolgaban los órganos. Mi respiración se agitó, pero pasado el susto y la impresión, volví a cogerlo suavemente para ver cada una de las páginas de horror que había allí guardado. Sentí nauseas, asco, hasta que finalmente me vino una arcada a la garganta que me hizo tirar el álbum sobre el colchón. Corrí hacia el baño, llegando hasta el lavabo donde expulsé una extraña babilla amarilla amarga que parecía que me fuera a quemar la lengua. Después levanté la vista y me miré de nuevo, con el corazón latiendo a mil por hora, asustado por si aparecía el mal nacido que había cometido semejantes atrocidades. Abrí el grifo pero no salió agua. Fue entonces cuando contemplé aquel baño de baldosas blancas, intentando afinar el oído todo lo posible por si alguien entraba en la casa, hasta que reparé un bulto que había tras la cortina de la bañera. Di tres pasos pequeños, asustado, y tomé una gran bocanada de aire antes de agarrarla de una esquina. Al correrla descubrí el cuerpo sin vida de una mujer rubia, con los ojos bien abiertos y embadurnada de sangre. La habían abierto en canal, para después vaciarla completamente.
No pude evitarlo. Grité como si me fuera la vida con ello, angustiado al pensar que mi suerte sería similar a la de la muchacha. Seguía sin recordar cómo había llegado hasta esa casa y era evidente que nada bueno me pasaría ahí dentro. Tenía que salir. Entonces me dirigí hasta la puerta de salida, tomé el manillar con fuerza, pero al empujar me di cuenta que habían echado a la llave, y era posible que, fuera quien fuese, aún estuviera ahí dentro, disfrutando de mi ahogo y mi miedo. Así que me fui hasta la cocina en busca de alguna salida, una ventana, otra puerta… lo que fuera. Pero allí no había nada más que diversos utensilios y afilados cuchillos manchados sobre la pila y una tabla de madera con trozos de carne podrida. Se desprendía un hediendo olor insoportable que me obligó a llevarme la mano a la nariz para evitar respirarlo. Y sin saber muy bien por qué, abrí el frigorífico como si presintiera qué vería en él. Estaba repleto de recipientes de plástico con los órganos de la mujer de la bañera y carne, carne a montones.
En aquel instante, el grito de una mujer emergió de la nada y apareció la chica pelirroja de la fotografía sujetando un bate de béisbol. Estaba embadurnada de sangre y completamente enajenada. Y con toda la fuerza que pudo arremetió contra mí. Logré evadir el golpe agachándome justo a tiempo y corrí desconcertado, sin rumbo por una casa que seguía siendo desconocida para mí.
Era imposible que aquella mujer fuera la responsable de aquel horror, o eso pensé. Pero lo cierto era que estábamos ahí los dos, solos, y ella estaba fuera de control, enloquecida, y quería acabar conmigo. Me siguió hasta el salón empuñando el bate hasta que resbalé golpeándome con el pico de una mesa de cristal, lo que ella aprovechó para atizarme repetidas veces. Me golpeó en la cabeza, en el costado y también en las manos, gritando cada vez más fuerte. Yo intenté protegerme, cubriéndome la cabeza hasta que conseguí ponerle la zancadilla para que cayera y cesasen sus agresiones. Y lo logré. Ella cayó encima de mí, soltando el bate, y entonces me puse encima de ella. Forcejeamos. Ella me arañó y yo la abofeteé aturdiéndola.
No sé qué fue lo que me pasó entonces. Me aferré a su cuello y apreté, aún con miedo, todavía asustado y ella clavó sus uñas en mis dedos, intentando agarrarse a ellos para hacer fuerza y así lograr respirar un poco. Pero no pudo y yo sentí como ella perdía la vida lentamente. Entonces la solté y me alejé gimoteando, colocándome en un rincón sin apartar la vista del cuerpo que yacía a escasos metros. Pero lo terrorífico no había sido matarla, sino descubrir cierto gozo en el hecho de haber quitado una vida, una sensación muy gratificante que seguramente no era la primera vez que sentía.
Al cabo de unos minutos me levanté y me acerqué a ella, observando detenidamente la expresión inerte de su rostro. El miedo ya había desaparecido y una serie de recuerdos empezaron a invadir mi mente. Fui a la cocina, cogí un cuchillo y volví. Me sentía poderoso, ella tendida en el suelo a merced de mis más oscuros deseos. Entonces me recliné, palpé su cuello y después pasé la hoja del cuchillo deleitándome con el suave río de sangre que se formaba y el sonido de la carne rasgándose. Toqué el corte y me detuve para ver mi dedo teñido de rojo momentos antes de llevármelo a la boca para saborearlo, logrando que brotase un sinfín de recuerdos, experiencias y emociones. Entonces levanté la vista, viéndome reflejado en el cristal de mesa, y sonreí.
Relato incluído en el último número de la Revista Groenlandia.

2 comentarios:

  1. Muy bueno el relato Roberto, terrible el contenido.
    Si el narrador es el asesino "desmemoriado", lo cuenta con toda frialdad, pero con muchos detalles... ¿habría pasado mucho tiempo?
    Si fuéramos policías, tendríamos que buscar la relación entre ambos personajes, y un motivo... ¿enajenación mental?. A saber.
    Muy interesante. Gracias.

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  2. Uf, que angustia de relato. Sobre todo porque yo soy de los que se mareaba hablando del anatomía en clase de ciencias naturales (menudos sustos le daba a mi profesora cuando veía que me ponía blanco como el yeso).

    Quitando eso, me ha gustado. No sé porqué me ha venido un flash de CSI jejeje

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