Gente pintoresca III: se comunicaba con Dios


Hoy traigo al recuerdo, a colación de la entrevista que pudimos ver el sábado en La Noria, a Aída Nizar, esa mujer extraña que participó en la quinta edición de Gran Hermano, dónde nos dejó perlas como la que traigo en el título.

Aída fue un gallo de pelea, más famosa por sus escándalos por los platós de televisión que por su propia participación en el concurso, dónde sólo duró diez días. Para ella el programa supuso el trampolín que buscaba para obtener una fama deseada, y consciente de lo efímera que ésta podía resultar, creó un personaje torno a sí misma para perdurar en el mundo de la televisión. Participó en varios programas cómo Crónicas Marcianas, A tu lado o TNT, y en todos mostró esa caricatura de sí misma, convencida que aquello era lo que vendía y se pedía. Insultó, calumnió y hasta se pegó con los invitados de los sitios dónde participaba. Dio rienda a su deslenguada lengua y hasta no tuvo inconvenientes en dejarse ver el toto por petición popular, convencida que estaba ante un público que lo necesitaba cuando lo más probable fuera que se estuviera riendo de ella.

Su época de comentarista fue llegando a su fin a medida que otros personajes iban haciéndose populares. Sus peleas dejaron de vender, sus insultos ya no sorprendieron al espectador, y tuvo que abandonar ese mundo dónde hay demasiados culos para tan pocas sillas. Su declive en el mundo de la tele fue, además, aliñado con una gran cantidad de demandas de las víctimas de sus comentarios, y vio como aumentaban las sentencias y las multas, a las que debía hacer frente como precio a ese papel inventado, de un modo inversamente proporcional a las participaciones televisivas que protagonizaba, hasta que finalmente dejamos de verla.

Tras mucho tiempo desaparecida, el sábado regresó a una televisión nacional, garantizando que quería dar a conocer al público la otra cara de esa Aída a la que nadie conoce, la que nunca mostró, y llenos de escepticismo la vimos no tan diferente a sus mejores tiempos. Sigue encantada de conocerse, y demasiado orgullosa para pedir perdón a las personas que se vieron sometidas a sus insultos. Ella aseguró que todo lo que habíamos visto durante más de cuatro años, formaba parte de un papel creado por la propia Aída porque, ante todo, ama a la cámara y ama comunicar y estaba dispuesta a todo con tal de perdurar.

Posiblemente nadie la creyó, y seguramente los argumentos que dio en la entrevista, sólo fueron la excusa para que un Jordi González, lleno de perplejidad, tuviera un motivo para poder sentarla en el programa, y darle un poco de dinero fácil para que pudiera hacer frente a las deudas que tiene derivadas de las sanciones económicas a las que ha sido condenada.

A mí jamás me gustó esta mujer. En primer lugar porque, por concursantes como ella, Gran Hermano padece de la reputación que le precede (Y curiosamente siempre por participantes que apenas duraron en el concurso) y en segundo lugar porque jamás me gustó ese papel que desempeñaba. No obstante, yo fui de aquéllos que no se creyeron su papel. Su bravuconería y sus actitudes eran para mí muy falsas, dejando en evidencia ese anhelo de vivir su sueño, y lo hizo a cualquier precio. El sábado, viéndola con los ojos empañados en lágrimas, pensé en la parte pintoresca de esa Aída, y en lo triste que tiene que ser ver cómo se inmolas a ti mismo, dejándose la piel incluso, para poder estar enfrente de una cámara. Tal vez tenga verdaderas dotes de comunicadora, yo no lo dudo, pero se equivocó en la táctica.

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