Los Viteri: Los hermanos Viteri (1.1)

¿Qué es lo que significa la palabra padre? ¿Y la palabra madre? ¿Qué significa tener un hermano? O tal vez dos... En esta vida, prácticamente podemos elegir todo. Nuestros amigos, nuestro trabajo, lo que queremos estudiar, lo que deseamos intentar realizar... pero nadie puede elegir la familia en la que nace.

La familia es el círculo más cercano de cada persona y en algunos casos, determinante en la forma de actuar, en la forma de ser. La familia, la principal responsable de la educación de las personas, es lo único seguro de nuestras vidas. Puede ser pudiente o ser humilde. Algunas son numerosas, otras son extrañas y extravagantes, y a pesar de las desavenencias que pudieran surgir entre sus miembros, al final es lo único que cuenta, lo único que nos queda.

Bajo estas reflexiones Laura miraba apenada aquella vieja foto familiar que se hicieron hacía cinco años en vacaciones. En ella, todos parecían muy felices. Su madre, sus dos hermanos y ella. Los cuatro juntos, como siempre había sido, y más unidos que nunca.

Ella era la hermana mayor, la chica que había apoyado y ayudado a su madre desde siempre mientras sus dos hermanos se pegaban todo el día. Era la más bajita de los tres, lo que hacía que se metieran con ella por su estatura. Tenía una larga melena pelirroja y era muy delgada. Sus ojos eran de un azul grisáceo, la única de los tres que tenía ese color.

Marcos, el segundo de los hermanos, había sido toda su vida el gamberro, a quien echaban del colegio por sus maquiavélicas travesuras. A sus veintiséis años, aún seguía siendo igual. Era el más alto y también el más fuerte. Moreno y de ojos castaños. Siempre llevaba la barba de tres días, lo cual servía de excusa para que Laura pudiera acusarle de marrano. Sin embargo, el pecho lo llevaba bien depilado. Entre Laura y Marcos siempre hubo una relación especial. Eran cómplices de todo cuanto les sucedían. Eran uña y carne.

Por último estaba Víctor, el hermano pequeño, introvertido e inteligente. Siempre le habían considerado el cerebrito de la familia, siendo el más aplicado en los estudios, pero cuando confesó a su familia su homosexualidad, pasó de ser el cerebrito de la familia a ser el gay. Era más alto que Laura y le falta un par de centímetros para alcanzar a Marcos. Su madre siempre le decía que le falta de dar el último estirón, pero mucho se temía que ya era tarde para eso. Marcos siempre se metía con él porque no era tan fuerte, y en un pulso siempre ganaba el hermano mayor. Pero eso a Víctor no le importaba. Él era más guapo. Si entraban los dos en un bar, las chicas siempre se le acercaban a él mientras que Marcos tenía que acercarse a ellas. Menuda desilusión se llevaban todas cuando descubrían su condición. De hecho, la mayoría no terminaba de creérselo. La relación de Víctor con sus dos hermanos siempre fue buena. Tal vez, el hecho de ser el menor, hacía que despertara una ternura especial por parte de Laura hacia el pequeño. Los tres hermanos permanecían unidos para todo.

Ahora ya eran todos mayores. Laura con veintisiete años, Marcos con veintiséis y Víctor con veinticuatro y estaban mejor que nunca. Y aunque cada uno tuviera su vida, para ellos, lo más importante era su familia.

Aún vivían todos en la casa familiar, aunque su madre, Raquel de cincuenta y un años, ya no pasase mucho tiempo por ahí. Tenían un amplio piso del centro de la ciudad. La casa constaba con tres habitaciones, dos servicios, dos balcones, un gran salón y una cocina. En una de las habitaciones dormían los dos hermanos, en la otra dormía la chica y la habitación que contaba con el segundo servicio era de Raquel, aunque lo usaban los chicos cuando Laura se metía en el servicio ocupándolo durante horas. Habían pintado las paredes hacía poco tiempo y aún se respiraba cierto olor a pintura. Lo habían pintado de colores muy claros para tratar de dar más luz. Vivían en un primero y en un barrio de edificios altos las primeras plantas disfrutaban de poca luz del sol. Los muebles eran viejos pero estaban muy bien conservados. Clásica... era una casa clásica. Llena de fotos, libros, películas y con una gran colección de discos de vinilo de la juventud de Raquel. Aún así, a pesar de ese corte clásico, se notaba la presencia de los chicos, provocando una cierta fusión de lo antiguo con lo moderno. Al lado de los discos de los Rolling Stones o de los Beattles, había una enorme fila de compact disk de Amaral o del Canto del Loco entre otros.

La vida de Raquel había sido una sucesión de errores y malas jugadas que había hecho que llegase a esa edad con una expresión sombría en el rostro. Nunca se llevó bien con sus padres y se fue pronto de casa por no tener que aguantar lo que ella llamaba “las exigencias irracionales y absolutistas de su padre”. Vivió de una ciudad a otra hasta que conoció a Restituto Viteri, Resti para los amigos, un chico entusiasta y muy alegre. Se casó con él, se fueron a vivir a Madrid y tuvieron a sus tres hijos.

La vida en pareja fue idílica hasta que algo cambió en aquel muchacho. Con el paso de los primeros años de matrimonio, la sonrisa desapareció dando paso a una expresión severa. Siempre andaba de mal humor y el aumento vertiginoso de la familia en tan poco tiempo, obligó a Resti a tener que salir a trabajar de sol a sol para poder mantener a la familia. “Ésa no era la vida que él quería llevar” recordaba Laura que su madre le había comentado. Sus ilusiones se fueron truncando con el nacimiento de cada uno de sus hijos hasta que el alcohol pudo con él. “Llegó a pegarme y a veces me violaba” había comentado Raquel a sus hijos cuando ellos preguntaban por su padre. La vida con él se hizo imposible y aguantó los golpes hasta que éstos fueron dirigidos a sus niños. Cuando una noche Resti llegó borracho perdido y empezó a pegar a Marcos porque no dejaba de llorar, fue cuando Raquel comprendió que la vida con él no podía continuar. Agarró a sus tres hijos, huyó a casa de su hermana Sonia y al día siguiente empezó a gestionar los papeles para divorciarse de Resti. Sin embargo, Resti no estaba dispuesto a dejar que se fuera con sus hijos, iniciándose así unos meses llenos de enfrentamientos hasta que finalmente Raquel le denunció por los malos tratos a los cuales había estado sometida. Meses después, el juez dictó sentencia. Los hijos permanecerían con la madre y una orden de alejamiento impediría que Resti se acercase a cinco kilómetros de ella. Pero Resti no cumplió dicha sentencia.

No tenía más remedio, Raquel debía huir de la ciudad. Y sin que nadie lo supiera, agarró a sus tres hijos y se fue de Madrid para nunca volver. Se marcharon a Alicante donde continuaron con sus vidas en una extraña tranquilidad. Pero con el tiempo, Resti localizó el paradero de su ex esposa y el de sus hijos.

Nunca fue a verlo, pese a saber dónde vivían. Conoció a otra mujer y decidió ignorar el pasado, a sus tres hijos y nunca volvieron a verle. Lo poco que llegaron a saber de él fue que su nueva mujer resultó ser una ricachona que le había sacado de trabajar, que vivía a cuerpo de rey. Por eso decidió pasar de hijos y de cualquier cosa que le relacionase con ese turbio pasado. Poco le importó a Raquel. Había logrado que Resti desapareciera de su vida y de la de sus hijos y desde entonces, habían formado una autentica piña. Siempre los cuatro juntos.

Con el paso del tiempo, Raquel conoció a otro hombre, y más tarde a otro, y uno más después de este... parecía que ninguno encajaba con ella y las relaciones con cada uno de ellos fueron a cada cual peor. Hasta que llegó Teodoro José, un extraño señor que trabajaba en un taller mecánico.

La relación con Teodoro fue la más larga que había mantenido con un hombre después de Resti, probablemente debido a que cuando le conoció, sus hijos ya eran mayores, lo que suponía un estorbo menos para este señor. A los hijos de Raquel nunca les gustó esta nueva compañía que se había echado su madre, pero no tuvieron que respetar su decisión. “Si tú eres feliz con él, nosotros también lo somos” le dijo Laura en una ocasión, sin embargo ninguno de los tres vio feliz a Raquel... No sé, puede que todas las piedras con las que se tropezó en el camino ensombrecieran su alma y ahora fuera imposible que viera la vida con otros ojos, con otra actitud.

Ya habían pasado cinco años desde el día que se hicieron la foto que ahora sujetaba Laura entre sus manos. Todos parecían muy felices... no, eran felices. Dio un profundo suspiro y dejó la foto encima de la mesilla al lado del teléfono. En realidad, aquella mañana se sentía un poco nostálgica y con miedo. A la semana siguiente cogería sus cosas y marcharía para Madrid, a vivir con Álvaro, su novio desde hacía dos años. Por primera vez en su vida, se separaría de su familia y eso le daba un poco de vértigo. Y lo peor es que estaría lejos de ellos, no los podría ver todos los días como estaba acostumbrada.

Caminó alrededor del salón fotografiando mentalmente cada esquina de aquel lugar, observando las estanterías llenas de libros, todos de Víctor, el único que leía, viendo las figuras de cristal de su madre, contemplando las carátulas de las películas de Marcos... Entre aquellas paredes había toda una historia, su historia, y tenía miedo que ahora que se iba dejase de formar parte de ella.

Fue Marcos quien interrumpió su breve silencio. Entró en el salón, cogió el mando de la televisión y la encendió mientras se sentaba en el sofá.

— ¿Qué tal, hermanita? —le preguntó a modo de saludo. Estaba vestido, lo cual era extraño. Marcos era de levantarse tarde y quedarse en pijama hasta después de comer.
— Veo que has madrugado.
— Que va. Vengo ahora... y llevo un acelerón en el cuerpo que cualquiera se mete en la cama —confesó entre risas.
— ¿Has ligado mucho?
— Bueno... lo justo para que mi reputación no decaiga —fanfarroneó—. ¿Qué haces?
— Nada... tan solo estaba pensando —respondió ausente. A lo lejos oyeron un golpe, como si se hubiera caído algo y unos minutos más tarde Víctor salía de su habitación frotándose la rodilla.
— ¿Qué ha sido eso? —le preguntó Marcos
— Eso... era yo cayéndome de la cama —respondió al tiempo que los dos hermanos estallaban a carcajadas.
— Si quieres le digo a mamá que te compre una cuna con barrotes para evitar que te caigas —le vaciló su hermano.
— ¿Por qué no te vas un poco a la mierda? —respondió Víctor.
— Venga chicos, no empecéis a insultaros... para una semana que me queda, por favor dejad que me vaya con un buen sabor de boca —les rogó su hermana mayor.

Víctor miró a su hermana con detenimiento y enseguida captó su nostalgia y su pena. El pequeño era muy audaz para detectar el estado de ánimo de las personas, y más cuando se trataba de su familia. Le sonrió y no dudó en darle un abrazo mientras bromeaba.
— Ay mi hermana, ¡Qué se va a ir y le da pena!
— Pues un poco sí... sois conscientes de que esta situación ya no se va a repetir más... Los tres a primera hora de la mañana, bromeando y riendo como tantas veces hemos hecho.
— Pero mira que eres dramática —respondió Marcos—. ¡Ni que te fueras a la guerra!
— No, a la guerra no me voy, pero... ya somos todos mayores, bueno tú Marcos sigues comportándote como un crío, y ya cada uno empezará a vivir su vida por separado... ya no será nada como antes.
— Pero eso es ley de vida —respondió Víctor mientras Marcos miraba a su hermana tratando de emular que estaba molesto por el comentario.
— Sí, ya sé que es ley de vida... pero eso no quita para que me dé pena —confesó con una sonrisa
— Y ¿Mamá dónde está? —preguntó Marcos.
— Por aquí hoy no ha pasado... Estará en casa de Teodoro... lleva allí desde hace una semana —respondió Víctor sin darle importancia.
— Esta madre nuestra... cuando sentará la cabeza —pensó Laura en alto, mientras meditaba en todas las cosas que le merodeaban por la cabeza—. En fin, ¿Queréis desayunar?

Los dos hermanos aceptaron la oferta de la mayor en hacer el desayuno y ella marchó a la cocina para hacer un poco de café y llenar una bandeja de bollería. Y una mañana más, como había sido así desde siempre, los tres hermanos desayunaron juntos, alrededor de la televisión mientras veían dibujos animados, como si aún tuvieran diez años. Eran esos pequeños momentos los que Laura sabía que echaría de menos cuando se marchase a Madrid. Pero ya había oído a Víctor: “Es ley de vida”.
Continuará...

1 comentario:

  1. Es una cosa que siempre me ha dado pena, no haber tenido hermanos más próximos en edad a mi. He visto por anécdotas que cuentan los dos mayores (que se llevan casi dos años de diferencia, pero sólo un curso académico) que la relación es mucho más profunda y cómplice. Esa es una de las desventajas de llegar de "rebote" como dice alguna gente: con 8, 14 y 15 años de diferencia, tus hermanos viven en otro "nivel"

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